Sábado Santo: Silencio

El silencio posterior a la muerte. 

El Sábado Santo es un día sin liturgia, en silencio, no sucede nada, recuerda la soledad del sepulcro, la tristeza de las mujeres y de los discípulos, la desilusión ante el fracaso. Es un día en el que no hay mucho que decir. Es un tiempo de esperar cuando nada parece indicar que sea sensato esperar. Tras la muerte de Jesús el día anterior, el sábado santo nos enseña a ver que Dios tiene derecho a callar. Así también lo hace María, la madre de Jesús, que acoge su silencio con esperanza y fidelidad en las horas grises. En medio de la tristeza, María va recordando las diversas situaciones que vivió con Jesús, su hijo. Todo comenzó el día en que tuvo la certeza de que el niño que llevaba en sus entrañas era alguien muy preciado a los ojos de Dios. Ahora, en el silencio de su corazón, María va tomando conciencia de lo que ha ido ocurriendo estos días, y Jesús le saldrá al encuentro. La certeza se abre camino en su corazón.

Por ello, hoy María, te pedimos que nos enseñes a esperar con confianza y a creer en las promesas, como tú lo hiciste. Enséñanos a sentir que, aunque no lo veamos, la losa que cubre tantas realidades, está a punto de romperse.


El confinamiento nos permite mucho tiempo de soledad. Que esa soledad no sea de muerte sino de vida. Que genere algo en nuestro interior que fecunde la realidad. 

Vivir el duelo en la distancia por los seres queridos (como María vivió en la distancia el duelo por la muerte de su Hijo). Hacer un examen de lo vivido durante estas semanas. ¿Cómo lo hemos vivido? Pedir la gracia de abrirnos a la esperanza.



¿Silencio para qué? Para muchas cosas, francamente positivas y sanas. En primer lugar, para conversar con uno mismo, como quería Antonio Machado, quien además esperaba también hablar algún día con Dios. Así lo dice el poeta en “Retrato”:

“Converso con el hombre que siempre va conmigo 
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—; 
mi soliloquio es plática con ese buen amigo 
que me enseñó el secreto de la filantropía”.

Qué importante y vital es conversar con uno mismo, tomarse el tiempo  para hacerlo. Cuánta gente no lo hace, atrapada no sólo en la vorágine de los tiempos y ritmos impuestos por el reloj, sino dominada por las exigencias de estar, permanentemente, diciendo algo, de estar siempre volcada hacia el exterior de sí misma. Conversar con uno mismo es volcarse hacia la propia vida interior, para explorar asuntos que trascienden la inmediatez que nos devora –para abrirnos al misterio de Dios, como quiere Machado— o para pensar mejor nuestras acciones y decisiones. 

En segundo lugar, silencio para resguardarse, para protegerse, de las inclemencias de un entorno hostil y pernicioso para la salud mental y corporal de las personas. En la tradición budista esto es evidente. También lo es en las tradiciones hinduistas y confucianas que reconocieron el valor esencial del silencio para el cuido de la vida mental y corporal. Las enseñanzas budistas lo apuntan con claridad: 

“Tu silencio interno te vuelve sereno. Haz regularmente un ayuno de la palabra para volver a educar al ego. Practica el arte de no hablar. Progresivamente desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna reemplazará tu personalidad artificial dejando brotar la luz de tu corazón y el poder de la sabiduría el ‘noble silencio’. Gracias a esta fuerza atraerás hacia ti todo lo que necesitas para realizarte y liberarte. Así pues,  quédate en silencio”. 

Por otro lado si queremos escuchar la voz de Dios debes hacer silencio: 

“Dios nos habla desde esa ley interior. Dios nos habla así desde nosotros mismos". Es una voz interior, una voz clara y decisiva que, sin embargo, muchas veces no se escucha no por falta de capacidad sino por falta de las disposiciones que propicien el hacerlo……….¿Cómo escuchar la voz de Dios cuando en la propia existencia reina el rumor, el barullo, el ruido? Sí, se carece  de un silencio de los ojos, de un silencio de los oídos: de un silencio interior.

¡Cómo invaden el interior las imágenes, los anuncios, la publicidad o la televisión haciendo, poco a poco, incapaces de poder poner en blanco la mente para recogerse, escuchar y meditar! ¡Cuánto lugar ocupan en la mente canciones, estribillos, música…! ¡Cuánto ruido a los ojos, a los oídos, en el interior! 

Parece que hay una cierta incapacidad de vivir sin imágenes, sin sonidos; parece que se tiene miedo al silencio, miedo, en definitiva, a Dios. Miedo a escucharle y dejarle ser protagonista en nuestra vida. Ante todo ese panorama, puede nacer la pregunta: ¿hay algo que hacer? ¿Debemos resignarnos pasivamente a enterrar esa voz de amor que parece no resignarse a morir dentro de nosotros mismos? 

No, ciertamente no hay que resignarse. Es aquí cuando la búsqueda de ese silencio se convierte en virtud. Porque la virtud no es más que el trabajo esforzado por la adquisición de hábitos buenos y ¿no será acaso el silencio una de esas experiencias que nos ayudará a percibir con mayor nitidez cada día la voz de Dios en el momento a momento de cada jornada? Por eso: silencio de los ojos que invita a ver lo que necesariamente se debe ver y no lo que pueda robarnos la paz y causar un desasosiego que distraiga la atención de lo esencial. Silencio de los oídos que nos motive a prescindir de la música para poder estar atentos a esa sonora voz que quiere retumbar en nuestro ser y orientar hacia el bien, hacia el conocimiento de su voluntad. 

Sí, el silencio es virtud desde el momento en que se busca, provoca la escucha de la voz divina y mueve a la acción de lo que esa voz pide. Es ahí donde, además, ese “Hágase tu voluntad” del “Padre Nuestro” cobra sentido; porque ahora se está abierto ya no sólo a escuchar cuál es esa voluntad sino que además se ponen los medios para cumplirla, vivirla y transmitirla….”(Reflexión sobre el Padre nuestro de Santo Tomás de Aquino).

Pues amigo, te animo que aproveches este confinamiento, este Sábado Santo, a aprender hacer silencio y a estar en soledad, para estar a solas con quien sabemos que nos ama (Teresa de Jesús).

Qué bien suena tu voz en el silencio.
Qué lucidez, qué dulzura, qué clara.
Remanso de quietud,
invitación a la reflexión elocuente, decir insinuado,
siempre velado, siempre velado.
Cómo impresiona tu silencio, Señor;
silencio de entrega,
silencio de espera,
silencio de Dios.
Cuánto provecho causa tu silencio…
Vienen a la mente las victorias vividas,
las derrotas sufridas,
las vigilias cansadas,
las alegrías encausadas,
los triunfos conseguidos…
Y la vida: su pasado, su presente
y su futuro…
Y Tú en silencio, pero siempre al lado.
Tú en silencio, más acompañando.
Tú en silencio; fiel, fiel, fiel; siempre fiel.
¿Cómo no va a estremecerme tu silencio?
¿Cómo no va a ser fuente de cuestionamientos?:
¿a dónde voy, por qué existo,
de dónde vengo y para qué vivo?
Pero en Ti
-¡ay, cómo escucho tus gritos!-
todo esto tiene un sentido.
Señor de la boca callada;
Señor de las palabras tan amplias;
Señor de la voz disimulada;
Señor de cara blanca:
¡luna llena eucarística!
Y si esto me dices en silencio,
qué sería si de la otra forma hablaras.
(Sonidos del silencio)

MEDITACIÓN : Al final del Siglo XIX, Nietzsche escribió: “¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!. Esta famosa expresión…con frecuencia la repetimos en el via crucis, quizá, sin darnos plenamente cuenta de lo que decimos. Después de las dos guerras mundiales, de los lagers y de los gulags, de Hiroshima y NagasaKi, nuestra época se ha convertido cada vez más en un Sábado Santo: la oscuridad de este día interpela a todos los que se interrogan sobre la vida; y de manera especial nos interpela a los creyentes. También nosotros tenemos que afrontar esta oscuridad. Y, sin embargo, la muerte del Hijo de Dios, de Jesús de Nazaret, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consuelo y de esperanza. Y esto me hace pensar en el hecho de que la Sábana santa se comporta como un documento “fotográfico”, dotado de un positivo y de un negativo. Y, en efecto, es precisamente así: el misterio más oscuro de la fe es al mismo tiempo el signo más luminoso de una esperanza que no tiene confines. El Sábado Santo es la tierra de nadie, ha entrado Uno, el Único que la ha recorrido con lo signos de su pasión por el hombre: “Pasio Christi. Passio Hominis", Benedicto XVI: “Padre, desde el sufrimiento de la cruz -reflejado en esta pandemiay el silencio de la tumba, llevaste a cabo la resurrección. Aumenta nuestra fe para ver que, a través de tu Hijo resucitado obras siempre en medio de nosotros”

Comentarios

Calendario