Divina Misericordia

ORIENTACIÓN DEL "SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA”
"La divina Misericordia”

Caminamos por este tiempo pascual, desde este confinamiento, encerrados en casa. Y desde aquí seguimos creyendo en el mensaje que nos trae este tiempo litúrgico: Un camino para la Vida: Una vida nueva, renovada que trae consigo un compromiso personal y familiar (Iglesia doméstica) y comunitario. Mirando a nuestro alrededor se hace urgente el itinerario de salida hacia los otros desde esta situación, estar preocupados por los que están sufriendo el dolor de los que han perdido familiares por el coronavirus, los que viven solos o los que en países distintos al nuestro viven un puro abandono por parte de las autoridades. Por eso seguimos diciendo, como dijo Camus: “Porque no importa lo duro que el mundo empuje en su contra, dentro de mí, hay algo más fuerte, algo mejor, que me empuja a la VIDA”.



Textos Hech 2,42-47 : La primitiva comunidad cristiana, un tanto idealizada, que nos recuerda cuál debe ser el horizonte de nuestras comunidades, si queremos seguir el Ideal de Jesucristo. Nos encontramos ante un sumario (una especie de resumen de la vida de la comunidad) donde la Iglesia muestra ya con su vida que ya ha comenzado el Reino de Dios por Jesús resucitado y el Espíritu. El testimonio de toda la comunidad manifiesta que es posible una vida filial y fraterna.

El salmo 117 , ya comentado en otra ocasión.

Segunda lectura 1 Pe 11,3-9 . Bendición centrada en Cristo, tiene como finalidad situar a los oyentes en un clima de oración.

Evangelio Jn 20,19-31 En el evangelio de hoy nos narra las apariciones a los discípulos, primero sin uno de ellos, Tomás (19-22) y más tarde con él, que se convierte en el tipo de los que habían dudado (24-29), para finalizar con una conclusión de su obra(30-31).

Ver para Creer:
Esta frase está impresa en el imaginario colectivo del no creyente pero también del creyente ¿Quién no pide pruebas para seguir confiando? ¿Quién no quiere signos visibles de que la fe tiene sentido? Pero creer en Jesús va más allá de nuestro deseo humano de tocar lo tangible, implica una entrega que excluye el miedo. Confiar es la tarea de ser capaces de poner nuestra vida en manos de aquel en quien confiamos. Algo así es la fe. Tomás había convivido con Jesús, había escuchado sus palabras y visto sus signos. Jesús les habló de muerte pero también de vida, y , cuando llega el momento de fiarse opta por tocar, meter la mano, no quiere salir de su esfera existencial para entrar en el nuevo universo de Jesús. Imposible reconocer así al Señor de la Vida. Tomás debe creer para poder ver.

Homilía de Francisco; sobre la divina misericordia: 

«Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos» (Jn 20,30) . El Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre. Sin embargo, no todo fue escrito; el Evangelio de la misericordia continúa siendo un libro abierto, donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia.

Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy. Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándose la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.

Sin embargo, en el relato que hemos escuchado surge un contraste evidente: por un lado, está el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa; por otro lado, el mandato misionero de parte de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Este contraste puede manifestarse también en nosotros, una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos. Cristo, que por amor entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón. Él, que con la resurrección venció el miedo y el temor que nos aprisiona, quiere abrir nuestras puertas cerradas y enviarnos. El camino que el Señor resucitado nos indica es de una sola vía, va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado. Vemos ante nosotros una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del dolor y de la incertidumbre.

Ante el sufrido grito de misericordia y de paz, escuchamos hoy la invitación esperanzadora que Jesús dirige a cada uno: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21). Toda enfermedad puede encontrar en la misericordia de Dios una ayuda eficaz. De hecho, su misericordia no se queda lejos: desea salir al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas formas de esclavitud que afligen a nuestro mundo. Quiere llegar a las heridas de cada uno, para curarlas. Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos. Al curar estas heridas, confesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos a otros que toquen su misericordia y que lo reconozcan como «Señor y Dios» (cf. v. 28), como hizo el apóstol Tomás.

Esta es la misión que se nos confía. Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas. El Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida, busca personas con el corazón paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio…..”

Oración sobre el Salmo 50: Misericordia

Ayúdame, Dios mío, por tu bondad
Perdóname por lo que he hecho mal,
tú sabes cómo soy.

Yo sé que no miras lo que está mal,
sino lo bueno que es posible.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me das sabiduría.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me dejes vagar lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Enséñame a vivir la alegría profunda de tu salvación.
Hazme vibrar con espíritu generoso:
entonces mi vida anunciará tu grandeza,
enseñaré tus caminos a quienes están lejos,
los pecadores volverán a ti.

Hazme crecer, Dios,
Dios, Salvador mío,
y mi lengua cantará tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera ritos sólo por cumplir, no los querrías.
Lo que te ofrezco es un espíritu frágil;
un corazón quebrantado y pequeño,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a tus hijos,
haznos fuertes en tu presencia.
Entonces te ofreceremos lo que somos,
tenemos, vivimos y soñamos,
y estarás contento.

Adaptación del salmo 50

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