P Rutilio Grande SJ, el gran amigo de Mon.Romero
Rutilio Grande García S.J.
(El Paisnal,
5 de julio de 1928 – Aguilares, 12 de marzo de 1977) sacerdote salvadoreño.
Fue asesinado en 1977, junto con otros dos salvadoreños, hecho que impulsó a
monseñor Óscar Romero —de quien fue amigo— a insistir al
gobierno que investigara el hecho y, al no cumplir esa insistencia, a cambiar
su posición sobre el papel de la Iglesia y del individuo en la política.
Grande nació en El Paisnal,
El Salvador, y fue el hijo último de Salvador Grande (hombre de importancia
económica y política y alcalde de El Paisnal durante varios años y diferentes
períodos ) y de Cristina García, quién murió
cuando Rutilio tenía cuatro años; lo cual hizo que pasara al cuidado de su
abuela, quien, en palabras de Rutilio, fue una mujer religiosa y a quien el
mismo Rutilio atribuyó la responsabilidad de su espíritu y vocación.
En su juventud fue reclutado al sacerdocio por el Arzobispo Luis Chávez y González, ingresando al
seminario a mediados de enero de 1941. Fue formador en el seminario de San José
de la Montaña de San Salvador. En 1967 comenzó su amistad con Oscar Romero,
sacerdote diocesano. Mantuvieron esta amistad a través de los años, y en junio
de 1970 Grande sirvió como maestro de ceremonias en la ordenación de Romero
como obispo auxiliar de San Salvador. También pasó un tiempo de estudios en
Bilbao, donde se alojó en casa de la familia Gerrikagoitia. Ellos le recuerdan
todavía con cariño, y como "un hombre discreto, que hablaba muy bajito.
El 24 de
septiembre de 1972, el padre Grande se
convirtió en párroco de Aguilares, la misma parroquia en que él
había pasado su niñez y juventud. Allí fue uno de los jesuitas responsables de
establecer las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y de entrenar a los líderes,
llamados "Delegados de la Palabra". Este movimiento de organización
campesina encontró oposición entre los terratenientes, que lo veían como una
amenaza a su poder, y también entre sacerdotes conservadores quienes temían que
la iglesia católica llegara a ser controlada por fuerzas políticas
izquierdistas.
Grande
también desafió al gobierno por su respuesta a acciones que le parecieron
destinadas para perseguir a los sacerdotes salvadoreños hasta silenciarlos. El
sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño, que
servía en El Salvador, había sido secuestrado el 28 de enero de 1977 frente al templo de Apopa
cerca de San Salvador — supuestamente por elementos guerrilleros — junto con un
miembro de la parroquia, que pudo salir con vida. Posteriormente
el padre Bernal fue expulsado del país por el gobierno. El 13 de febrero de 1977, Grande predicó un
sermón que llegó a ser llamado su "sermón de Apopa",
denunciando la expulsión del padre Bernal por el gobierno (denuncia que la
misma OEA indicó que pudiera haber provocado su asesinato):
Queridos hermanos y amigos, me doy perfecta cuenta que
muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán cruzar las fronteras. Sólo nos
llegarán las cubiertas, ya que todas las páginas son subversivas—contra el
pecado, se entiende. De manera que si Jesús cruza la frontera cerca de
Chalatenango, no lo dejarán entrar. Le acusarían al Hombre-Dios... de agitador,
de forastero judío, que confunde al pueblo con ideas exóticas y foráneas, ideas
contra la democracia, esto es, contra las minorías. Ideas contra Dios, porque
es un clan de Caínes. Hermanos, no hay duda que lo volverían a crucificar. Y lo
han proclamado.
Muerte
El 12 de marzo de 1977, el padre Grande —
acompañado por Manuel Solorzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16 —
manejaba el jeep otorgado por el arzobispado sobre la carretera que comunica el
Municipio de Aguilares con
el Municipio de El Paisnal,
ya que partía de aquella parroquia para celebrar la misa vespertina de la
novena de san José, cuando los tres quedaron emboscados y murieron ametrallados
por Escuadrones de la Muerte.
Al saber de los asesinatos, monseñor Óscar Romero fue
al templo donde reposaban los tres cuerpos y celebró la misa. En la mañana del
día siguiente, después de reunirse con los sacerdotes y consejeros, Romero
anunció que no asistiría a ninguna ocasión gubernamental ni a ninguna junta con
el presidente — siendo ambas actividades tradicionales del puesto — hasta que
la muerte se investigara. Ya que nunca se condujo ninguna investigación
nacional, resultó que Romero no asistió a ninguna ceremonia de Estado, en
absoluto, durante sus tres años como arzobispo.
El domingo siguiente, para protestar por los
asesinatos de Grande y sus compañeros, el recién instalado monseñor Romero
canceló las misas en toda la arquidiócesis, para sustituirlas por una sola misa
en la catedral de San Salvador. Oficiales de la iglesia criticaron la decisión,
pero más de 150 sacerdotes concelebraron la misa y más de 100.000 personas
acudieron a la catedral para escuchar el discurso de Romero, quien pidió el fin
de la violencia.
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HOMILÍA
DE MONSEÑOR ROMERO EN LA MISA EXEQUIAL DEL PADRE RUTILIO GRANDE
14
de Marzo de 1977
Excelentísimo
representante de su Santidad, el Papa, queridos hermanos obispos, sacerdotes y
fieles.
Pocas veces, como en
esta mañana, me parece la Catedral el signo de la Iglesia universal. Es aquí la
convergencia de toda la rica pastoral de una Iglesia particular que engarza con
la pastoral de todas las diócesis y de todo el mundo, y sentimos entonces que
la presencia no sólo de los vivos, sino de de estos tres muertos, le dan a esta
figura de la Iglesia su perspectiva abierta al Absoluto, al Infinito, al más
allá: Iglesia universal, Iglesia más allá de la historia, Iglesia más allá de
la vida humana.
EL MENSAJE DE LA
IGLESIA
Si fuera un funeral
sencillo hablaría aquí -queridos hermanos- de unas relaciones humanas y
personales con el Padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En
momentos muy culminantes de mi vida él estuvo muy cerca de mí y esos gestos
jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para
recoger de ese cadáver un mensaje para todos nosotros que seguimos
peregrinando.
El mensaje quiero
tomarlo de las palabras mismas del Papa, presente aquí en su representante, el
señor nuncio, a quien agradezco porque le da a nuestra figura de Iglesia ese
sentido de unidad que ahora lo estoy sintiendo en la Arquidiócesis, en estas
horas trágicas; ese sentido de unidad, como un florecimiento rápido de estos
sacrificios que la Iglesia está ofreciendo.
El mensaje de Paulo
VI, cuando nos habla de la evangelización, nos da la pauta para comprender a
Rutilio Grande. "¿Qué aporta la Iglesia a esta lucha universal por la
liberación de tanta miseria?". Y el Papa recuerda que en el Sínodo de 1974
las voces de los obispos de todo el mundo, representadas principalmente en
aquellos obispos del tercer mundo, clamaban: "La angustia de estos pueblos
con hambre, en miseria, marginados". Y la Iglesia no puede estar ausente
en esa lucha de liberación; pero su presencia en esa lucha por levantar, por
dignificar al hombre, tiene que ser un mensaje, una presencia muy original, una
presencia que el mundo no podrá comprender, pero que lleva el germen, la
potencia de la victoria, del éxito. El Papa dice: "La Iglesia ofrece esta
lucha liberadora del mundo, hombres liberadores, pero a los cuales les da una
inspiración de fe, una doctrina social que está a la base de su prudencia y de
su existencia para traducirse en compromisos concretos y sobre todo una
motivación de amor, de amor fraternal".
UNA REUNIÓN DE FE
Esta es la liberación
de la Iglesia. Por eso dice el Papa: "No puede confundirse con otros
movimientos liberadores sin horizontes ultraterrenos, sin horizontes
espirituales". Ante todo, una inspiración de fe, y esto es el Padre
Rutilio Grande: un sacerdote, un cristiano que en su bautismo y en su
ordenación sacerdotal ha hecho una profesión de fe: "Creo en Dios Padre
revelado por Cristo su Hijo, que nos ama y que nos invita al amor. Creo en una
Iglesia que es signo de esa presencia del amor de Dios en el mundo, donde los
hombres se dan la mano y se encuentran como hermanos. Una iluminación de fe que
hace distinguir cualquier liberación de tipo político, económico, terrenal que
no pasa más allá de ideologías, de intereses y de cosas que se quedan en la
tierra".
Jamás, hermanos, a
ninguno de los aquí presentes se le vaya a ocurrir que esta concentración en
torno del Padre Grande tiene un sabor político, un sabor sociológico o
económico; de ninguna manera, es una reunión de fe. Una fe que a través de su
cadáver muerto en la esperanza, se abre a horizontes eternos.
LA LUCHA LIBERADORA
DE LA IGLESIA
La liberación que el
Padre Grande predicaba, es inspirada por la fe, una fe que nos habla de una
vida eterna, una fe que ahora él con su rostro levantado al cielo, acompañado
de dos campesinos, la ofrece en su totalidad, en su perfección: la liberación
que termina en la felicidad en Dios; la liberación que arranca del
arrepentimiento del pecado, la liberación que apoya en Cristo, la única fuerza
salvadora; esta, es la liberación que Rutilio Grande ha predicado, y por eso ha
vivido el mensaje de la Iglesia. Nos da hombres liberadores con una inspiración
de fe, y junto a esa inspiración de fe.
En segundo lugar,
hombres que ponen a la base de su prudencia y de su existencia, una doctrina:
La doctrina social de la Iglesia; la doctrina social de la Iglesia que les dice
a los hombres que la religión cristiana no es un sentido solamente horizontal,
espiritualista, olvidándose de la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y
desde Dios mirar al prójimo como hermano y sentir que "todo lo que
hiciereis a uno de éstos a mí lo hicisteis". Una doctrina social que ojalá
la conocieran los movimientos sensibilizados en cuestión social. No se expondrían
a fracasos, o miopismo, a una miopía que no hace ver más que las cosas
temporales, estructuras del tiempo. Y mientras no se viva una conversión en el
corazón, una doctrina que se ilumina por la fe para organizar la vida según el
corazón de Dios, todo será endeble, revolucionario, pasajero, violento. Ninguna
de esas cosas son cristianas, sino lo que se anima es la verdadera doctrina que
la Iglesia propone a los hombres. ¡Qué iluminado estaría el mundo si todos
pusieran a la base de su acción social, a la base de su existencia, de sus
compromisos concretos, en sus mismas atracciones políticas, en sus mismos
quehaceres comerciales, la doctrina social de la Iglesia!
Era eso lo que
predicó el Padre Rutilio Grande; y porque muchas veces es incomprendida hasta
el asesinato, por eso murió el Padre Rutilio Grande. Una doctrina social de la
Iglesia que se le confundió con una doctrina política que estorba al mundo: Una
doctrina social de la Iglesia, que se le quiere calumniar, como subversión,
como otras cosas que están muy lejos de la prudencia que la doctrina de la
Iglesia pone a la base de la existencia.
UNIDAD DEL CLERO CON
SU OBISPO
Queridos hermanos
sacerdotes, este mensaje del Padre Rutilio Grande es sumamente grande para
nosotros. Recojámoslo y a la luz de esa doctrina y de esa fe, trabajemos
unidos. No nos desunamos con ideologías avanzadamente peligrosas, con
ideologías inspiradas no en la fe en el Evangelio. Demos a nuestra doctrina, a
nuestra actuación de buenos samaritanos, de predicadores del mandamiento de
Cristo, esta iluminación que la Iglesia, depositaria de la fe, como dijeron
ayer en su mensaje los obispos de El Salvador, está tratando de actualizar en
estos momentos misteriosos, convulsivos, de nuestra república.
Yo me alegro,
queridos sacerdotes, que entre los frutos de esta muerte que lloramos y de
otras circunstancias difíciles de momento, el clero se apiña con su obispo y
los fieles comprenden que hay una iluminación de fe que nos va conduciendo por
caminos muy distintos de otras ideologías, que no son de la Iglesia, para
sembrar lo tercero que la Iglesia ofrece: Una motivación de amor.
Una motivación de
amor. Hermanos, aquí no debe palpitar ningún sentimiento de venganza. Aquí no
grita un revanchismo, como dijeron ayer los obispos. Son los intereses de Dios,
que nos manda amarlo sobre todas las cosas y nos manda amarlos a los otros como
a nosotros mismos. Y si es cierto que hemos pedido a las autoridades que
diluciden este crimen; que ellos tienen en sus manos los instrumentos de la justicia
en el país y tienen que aclararlo. No estamos acusando a nadie. No estamos
emitiendo juicios adelantados. Esperamos la voz de una justicia imparcial
porque en la motivación del amor no puede estar ausente la justicia. No puede
haber verdadera paz y verdadero amor sobre bases de injusticia, de violencias,
de intrigas.
El amor verdadero es
el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así
ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del
cielo. Los ama, y es significativo que mientras el Padre Grande caminaba para
su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde
cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para
identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración
revolucionaria, sino una inspiración de amor y precisamente porque es amor lo
que nos inspira, hermanos. ¿Quién sabe si las manos criminales que cayeron ya
en la excomunión están escuchando en un radio allá en su escondrijo, en su
conciencia, esta palabra?. Queremos decirles, hermanos criminales, que los
amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la
Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos. Solamente son enemigos, los
que se le quieren declarar; pero ella los ama y muere como Cristo:
"Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen".
El amor del Señor
inspira la acción de Rutilio Grande. Queridos sacerdotes, recojamos esta
herencia precisa. Quienes lo escuchamos, quienes compartimos los ideales del
Padre Rutilio, sabemos que es incapaz de predicar el odio, que es incapaz de
azuzar la violencia.
MUERE AMANDO
El Padre Rutilio,
quizá por eso Dios lo escogió para este martirio, porque los que le conocimos,
los que lo conocieron, saben que jamás de sus labios salió un llamado a la
violencia, al odio, a la venganza. Murió amando, y sin duda que cuando sintió
primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo también:
"Perdónalos, Padre, no saben, no han comprendido mi mensaje de amor".
Queridos hermanos, en
nombre de la Arquidiócesis, quiero agradecer a estos colaboradores de la
liberación cristiana, al Padre Grande y a sus dos compañeros de peregrinación a
la eternidad, que estén dando a esta reunión de Iglesia, con todo nuestro
querido presbiterio y sacerdotes de otras diócesis, en unión con el Santo
Padre, presente aquí en su señor nuncio, nos están dando la dimensión verdadera
de nuestra misión. No lo olvidemos. Somos una Iglesia peregrina, expuesta a la
incomprensión, a la persecución; pero una Iglesia que camina serena porque
lleva esa fuerza del amor.
SÍ, HAY SOLUCION
Hermanos,
salvadoreños, cuando en estas encrucijadas de la Patria, parece que no hay
solución y se quisieran buscar medios de violencias, yo les digo, hermanos:
Bendito sea Dios que en la muerte del Padre Grande la Iglesia está diciendo: Sí
hay solución, la solución es el amor, la solución es la fe, la solución es
sentir la Iglesia no como enemiga, la Iglesia como el círculo donde Dios se
quiere encontrar con los hombres.
Comprendamos esta
Iglesia, inspirémonos en este amor, vivamos esta fe y les aseguro que hay
solución para nuestros grandes problemas sociales.
Esto quiero agradecer
también como arzobispo a todos los que trabajan en esta línea de la iglesia,
iluminadores de fe, animadores de amor, prudentes con la doctrina social de la
Iglesia.
Gracias, queridos
hermanos, todos los que nos acompañan en esta hora de dolor.
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