Santos y Beatos jesuitas: San Juan de Brito (1647 – 1693)
Hoy, la Compañía de Jesús celebra la memoria de Juan de Brito, SJ. Santo jesuita
Nació el 2 de febrero de 1647 en Lisboa, Portugal. Fue el hijo menor, de cuatro, de una de las familias más distinguidas del Reino.
Su padre, don Salvador de Brito Pereira fue gran amigo de Don Juan, duque de Braganza. Su madre, doña Beatriz de Brittes, perteneció a la más alta nobleza de Portugal.
La primera niñez de San Juan de Brito transcurrió en Brasil donde su padre desempeñaba el cargo de Gobernador. Después de su la muerte, en 1651, doña Beatriz, después de un tiempo, decidió volver con sus cuatro hijos a Portugal.
Juan de Brito a los 9 años entró al servicio de la corte del Rey Juan IV, como uno de los pajes del infante Don Pedro. En el Colegio de los jesuitas, San Antonio de Lisboa, se caracterizó como un buen alumno, responsable y piadoso.
Cuando
enfermó gravemente, y casi sin esperanzas, su madre acudió a la intercesión de San Francisco Javier. El niño recuperó la salud y, conforme al voto de doña Beatriz, vistió un año entero, en la corte, la sotana de jesuita.
enfermó gravemente, y casi sin esperanzas, su madre acudió a la intercesión de San Francisco Javier. El niño recuperó la salud y, conforme al voto de doña Beatriz, vistió un año entero, en la corte, la sotana de jesuita.
Casi de 16 años, el 17 de diciembre de 1662 ingresó, en Lisboa, al Noviciado de la Compañía de Jesús. En la fiesta de Navidad colocó a los pies de Jesús, en el Pesebre, una carta pidiéndole la misión del Japón. Pronunció los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia en 1664.
Fue destinado a la Universidad de Evora para los estudios de Letras. Resentido de salud, los Superiores lo trasladaron a la Universidad de Coimbra para la Filosofía.
Allí, recuperada de nuevo la salud, hizo excelentes estudios. En 1668, y nuevamente en 1669, pidió ser destinado a la India. "San Francisco Javier, que lo había sanado cuando niño, no había dejado su obra incompleta. Le había concedido, no sólo la vocación a la vida religiosa, sino también la de misionero".
La respuesta del P. Paulo Oliva, General de la Compañía, fue dilatoria: debería terminar los estudios de Filosofía.
La experiencia de magisterio la hizo en Lisboa, en el Colegio de San Antonio. Para la fiesta de San Francisco Javier, le encargaron el panegírico del Santo. Lo hizo con tal fervor y entusiasmo que impresionó vivamente a todos, al auditorio y a los mismos jesuitas.
El momento propicio se presentó en 1670, cuando llegó a Lisboa el P. Baltasar Da Costa, misionero del Malabar. Había sido enviado para informar en Roma acerca de la Misión y a pedir nuevos misioneros. Juan habló largamente con él y le pidió intercediera ante el P. General. Esta vez su petición fue aceptada, pero el destino debería mantenerse en absoluto secreto en consideración a doña Beatriz a quien Juan debería preparar cuidadosamente. Doña Beatriz, al conocer los deseos de su hijo, no dejó medio por mover para retenerlo en Portugal. Habló con el P. Provincial, quien se excusó dado que la decisión emanaba de Roma. Adujo ante Juan mil razones, había aceptado su vocación a la Compañía de Jesús y le suplicó no dejarla, ahora que recientemente había perdido a otro de sus hijos. Juan, con el corazón destrozado, permaneció firme en su propósito. Doña Beatriz llevó su causa ante la familia real, pero este medio también resultó inútil. Por último se dirigió al Nuncio, Monseñor Ravizza. Esta vez Juan debió hacer acopio de sus mejores
argumentos. "El principal motivo que me lleva a la India es el de salvar almas. Si Ud. me impone la obediencia de quedarme, piense en la responsabilidad con que Ud. mismo grava su conciencia. Estoy cierto de que Ud. no va a impedirlo. Por el contrario, cuando considere bien este asunto, me pedirá que vaya". Ante la franqueza de Juan, el Nuncio cedió y la batalla quedó ganada para él. Doña Beatriz aceptó, por fin. Juan continuó sus estudios de teología y recibió la ordenación sacerdotal al terminar el año 1672. Su madre tuvo el consuelo de asistir a la primera Misa, poco antes de su partida.
La nave zarpó de Lisboa el 15 de marzo de 1673. La navegación no fue fácil. En el trópico hubo calmas, después fuertes tempestades, y hasta una epidemia hubo a bordo que diezmó al grupo de misioneros. San Juan, en medio de las pruebas, no dejó de pedir la ayuda de su patrono y amigo San Francisco Javier. Como él, cuidó enfermos, predicó y oró. En septiembre la nave llegó a Goa con solamente 13 de los 25 misioneros salidos de Lisboa.
En Goa terminó el cuarto año de teología. La Tercera Probación la hizo en Ambalacata. El mes de Ejercicios espirituales fue su mejor preparación misionera.
En un momento, los Superiores de Goa quisieron dejarlo como profesor de teología. Juan suplicó: "No vine a la India para ser catedrático, sino misionero".
Confirmado, decidió entonces hacer un voto, consagrarse a las misiones de Maduré, por entonces las más duras del Oriente. Y hacia allá partió en 1675.
El problema de las castas había sido en el Maduré el mayor obstáculo para el avance de la fe. En los comienzos de la misión, los resultados fueron muy escasos. La casta de los brahmanes despreció a los jesuitas por su preferencia hacia los parias. Ninguna persona importante decidía su paso al cristianismo. Y los mismos parias tenían dudas ante el desprecio de los poderosos. En 1605, el P. Roberto de Nóbili, con permiso de los Superiores, inició un proceso notable de inculturación.
Acogió el único medio capaz de poder obviar la dificultad. Se separó de los portugueses, él no lo era. Adoptó el traje y la alimentación de los brahmanes. Se declaró saniasi romano y lo probó con su vida ascética. "No soy portugués, no conozco su lengua, no he trabajado para ellos. Vengo de Roma, muy distante de Portugal. Soy príncipe, o sea de la casta de los rajás y me he hecho saniasi. He aprendido las ciencias y he peregrinado por el mundo". El método tuvo éxito y las conversiones de los poderosos comenzaron. Sin embargo, no le estuvo permitido evangelizar a las castas inferiores.
El P. Baltasar Da Costa había iniciado un proceso de adaptación para los parias, los más numerosos. San Juan de Brito, inmediatamente se sumó al plan de su amigo.
Se transformó en un pandaram-swami. Los pandaram, ascetas y penitentes indios, siendo de categoría social inferior, podían tratar con las castas inferiores. La calidad de penitentes, estimada y venerada, les daba asimismo la facultad de acercarse también a las castas superiores. Quedaban excluidos de las fiestas y recepciones de los brahmanes. Deberían vestir traje amarillo o rojo y llevar una vida con muchas estrecheces.
Su primera misión, convertido ya en pandaram, fue la de Coley, en el reino de Ginja. Vistió la simple túnica teñida de rojo y una especie de turbante del mismo color, en la cabeza. Usó sandalias de madera, y un largo bambú de siete nudos para las caminatas. Durmió en el suelo, sobre un simple paño y a veces sobre una piel de tigre. Comió siempre arroz cocido, condimentado con pimienta, hierbas amargas o legumbres, leche o manteca. Largos tiempos de oración y lecturas espirituales prolongadas. Sus sentimientos los dejó estampados en una carta a su hermano Fernando: "Vivo muy contento en este destierro, con pocas nostalgias de la patria". Poco después, a finales de 1676, fue trasladado a Tatuvankeri, nuevo centro misionero más al Sur. Con prudencia y celo logró centenares de
conversiones entre los parias. En sus pueblos edificó iglesias y ganó su confianza como juez pacificador.
Desde 1679 a 1685 recorrió los diversos estados de Tanjaor, Ginja, Sirucarambur y Tatuancheri y entró en la selva impenetrable, hasta las fronteras estériles de Maravá. Si el arroz no crecía o estaba por perderse, si amenaza la langosta, si la fiebre o la carestía se agravaban, todos se dirigían a su querido pandaram-swami.
Dios escuchaba sus oraciones. Las conversiones empezaron a contarse por centenares.
En 1685 fue nombrado Superior de toda la Misión del Maduré. Su trabajo aumentó. La Misión tenía 12 puestos y 9 misioneros para los 80.000 cristianos de cuatro reinos. San Juan se multiplicó. Varias veces estuvo en peligro de muerte.
Las conversiones continuaron.
En 1686 entró al reino prohibido de Maravá.
Estableció su choza en lo más espeso de la selva, adonde acudieron de muchas partes numerosos neófitos y catecúmenos. En dos meses bautizó a poco más de dos mil. Pero su presencia llegó a los oídos de los brahmanes. El 17 de julio de 1686 fue detenido. En Mangalam fue torturado cruelmente, durante días. Atado de pies y manos y el cuerpo encorvado lo sumergieron una y otra vez en el agua. Medio ahogado lo retiraron, lo dejaron respirar y repitieron el suplicio hasta el cansancio.
Trasladado a Cordiarcoil, lo azotaron. Bañado en sangre, desnudo, lo colocaron sobre una gran piedra pómez abrasada por el sol. Se le echaron encima, le pegaron y con la punta de una piedra penetraron sus carnes. Estuvo a punto de morir. Pero la sentencia final la debía dar el rey Ranganada Deván en Ramna. Allí fue nuevamente interrogado, pero la sabiduría y la suavidad de Juan convencieron al rey. "Te perdono la vida y devuelvo, a ti y a los tuyos, la libertad. Continúa adorando a tu Dios, pero no quiero que prediques tu doctrina en mi reino. Tú prohíbes la poligamia y el culto a nuestros dioses. Vete a otra parte. Si vuelves te
mataré". San Juan de Brito, conservó, esta vez la vida, pero también las profundas huellas de las torturas.
De regreso a la misión, recibió del P. Provincial la orden de trasladarse hasta Cochín. El P. Francisco Páez, enviado a Roma, como procurador de India había naufragado cerca del Cabo de Buena Esperanza y era urgente sustituirlo. Nadie mejor que él. Juan representa. Con tres argumentos se defiende: él ha prometido emplear toda la vida en la India; no es conveniente volver a la corte portuguesa; sin mucho trabajo, el Provincial puede encontrar a otro jesuita más idóneo que él. El Provincial insiste. Juan pierde su causa y obedece.
Don Francisco de Távora, que ha terminado en su cargo de Virrey, lo hace embarcar en su nave. La travesía se desarrolla sin problemas. Las naves hacen escala en el Brasil y Juan conoce las tierras donde ha muerto su padre.
Estableció su choza en lo más espeso de la selva, adonde acudieron de muchas partes numerosos neófitos y catecúmenos. En dos meses bautizó a poco más de dos mil. Pero su presencia llegó a los oídos de los brahmanes. El 17 de julio de 1686 fue detenido. En Mangalam fue torturado cruelmente, durante días. Atado de pies y manos y el cuerpo encorvado lo sumergieron una y otra vez en el agua. Medio ahogado lo retiraron, lo dejaron respirar y repitieron el suplicio hasta el cansancio.
Trasladado a Cordiarcoil, lo azotaron. Bañado en sangre, desnudo, lo colocaron sobre una gran piedra pómez abrasada por el sol. Se le echaron encima, le pegaron y con la punta de una piedra penetraron sus carnes. Estuvo a punto de morir. Pero la sentencia final la debía dar el rey Ranganada Deván en Ramna. Allí fue nuevamente interrogado, pero la sabiduría y la suavidad de Juan convencieron al rey. "Te perdono la vida y devuelvo, a ti y a los tuyos, la libertad. Continúa adorando a tu Dios, pero no quiero que prediques tu doctrina en mi reino. Tú prohíbes la poligamia y el culto a nuestros dioses. Vete a otra parte. Si vuelves te
mataré". San Juan de Brito, conservó, esta vez la vida, pero también las profundas huellas de las torturas.
De regreso a la misión, recibió del P. Provincial la orden de trasladarse hasta Cochín. El P. Francisco Páez, enviado a Roma, como procurador de India había naufragado cerca del Cabo de Buena Esperanza y era urgente sustituirlo. Nadie mejor que él. Juan representa. Con tres argumentos se defiende: él ha prometido emplear toda la vida en la India; no es conveniente volver a la corte portuguesa; sin mucho trabajo, el Provincial puede encontrar a otro jesuita más idóneo que él. El Provincial insiste. Juan pierde su causa y obedece.
Don Francisco de Távora, que ha terminado en su cargo de Virrey, lo hace embarcar en su nave. La travesía se desarrolla sin problemas. Las naves hacen escala en el Brasil y Juan conoce las tierras donde ha muerto su padre.
Llegan a Lisboa el 18 de septiembre de 1688.
La noticia de su arribo conmueve a la ciudad. Las torturas en el reino de Maravá son conocidas, pues su carta al Provincial, reproducida en muchas copias, ha sido leída por todos. Doña Beatriz, su madre, es la primera en abrazarlo. Esta vez sus lágrimas están llenas de felicidad. El Rey don Pedro II, su amigo, está en el palacio de Salvatierra. De inmediato envía emisarios suplicándole venir. Cuando Juan se presenta, el rey lo abraza y no lo deja arrodillarse.
Vestido con su traje de pandaram swami, Juan vive, como un asceta, en Lisboa, Evora, Coimbra y Oporto. En todas partes expone, con sencillez, los problemas urgentes del Maduré y de la Costa de la Pesquería. Invita a la juventud, con palabras cálidas, a secundar la llamada del Señor en el servicio de las misiones.
Todos los planes de Juan tienen éxito. Son secundados con generosidad, primero por los Reyes y después por los grandes de la corte.
El regreso a la India fue difícil Debió rechazar los ofrecimientos del rey y un obispado.
La noticia de su arribo conmueve a la ciudad. Las torturas en el reino de Maravá son conocidas, pues su carta al Provincial, reproducida en muchas copias, ha sido leída por todos. Doña Beatriz, su madre, es la primera en abrazarlo. Esta vez sus lágrimas están llenas de felicidad. El Rey don Pedro II, su amigo, está en el palacio de Salvatierra. De inmediato envía emisarios suplicándole venir. Cuando Juan se presenta, el rey lo abraza y no lo deja arrodillarse.
Vestido con su traje de pandaram swami, Juan vive, como un asceta, en Lisboa, Evora, Coimbra y Oporto. En todas partes expone, con sencillez, los problemas urgentes del Maduré y de la Costa de la Pesquería. Invita a la juventud, con palabras cálidas, a secundar la llamada del Señor en el servicio de las misiones.
Todos los planes de Juan tienen éxito. Son secundados con generosidad, primero por los Reyes y después por los grandes de la corte.
El regreso a la India fue difícil Debió rechazar los ofrecimientos del rey y un obispado.
El 3 de noviembre de 1690 llega a Goa, después de siete meses. El viaje fue muy duro. Una carta, dirigida a su hermano Fernando, lo atestigua.
"En el viaje estuve mal, pero me libré por la misericordia de Dios. Murieron mis dos compañeros. De la gente del navío murieron cerca de cuarenta. Todo el peso me cayó encima, por ser el único sacerdote. Un Padre dominico, que también venia, no podía decir misa, ni confesar, ni se levantaba de la cama de lo mal que estaba.
Espero que el Señor me haya perdonado algunas de las penas merecidas por mis pecados, en atención a lo que padecí en esa nave: la enfermedad, los hedores, los vientos contrarios y la angustia".
En la India Juan recibió el cargo de Visitador de la Misión del Maduré. El Padre Provincial sabe que él es el misionero más apreciado por sus compañeros jesuitas y por los miles de cristianos. La guerra se ha extendido en todos los territorios y se hace necesaria una presencia animadora.
Los jesuitas y los cristianos lo reciben triunfalmente. De todas partes acuden, numerosos, a tratar sus asuntos con su "swami", venerado y querido. El milagro apostólico se renueva y las conversiones se reanudan. "Yo estoy aquí desde hace 15 días y ya confesé a casi mil personas y bauticé a 400".
Para los Colers funda la misión de Muni y bautiza a más de 8.000, entre sobresaltos y privaciones. "Los sustos son horrendos, y yo ando sin casa ni cabaña, caminado por las selvas, para asistir a los cristianos".
El 6 de enero de 1693 bautiza al príncipe Teriadevén y a 200 personas de su corte. Con prudencia, a instancias de Juan, el príncipe contrae matrimonio con su primera mujer. A las otras cuatro las despide con amabilidad, dándoles a cada una valiosa pensión. La solución parece adecuada, pero Juan queda con el presentimiento de las consecuencias que puedan suscitarse en el ánimo del Rey Rauganadevén. Este, en el año 1686, el de las torturas, le había prometido matarlo si insistía en la labor misionera de su reino.
El 8 de enero de 1693, después de celebrar la misa es detenido, en las selvas de Muni, por los soldados Rauganadevén. Con tres cristianos, es conducido a la ciudad de Anumandacuri. En la plaza son expuestos a las iras del populacho.
Encadenados, pasan la noche. Al día siguiente llegan a Ramma, la capital del reino. Es el mismo sitio de su primer martirio. Por veinte días espera, en la prisión, la llegada del rey. A su llegada, el príncipe Teriadevén pretende aplacar la ira del rey. Enterado Juan, le hace llegar su súplica de que no le robe la felicidad del martirio. El rey interroga. Manifiesta su enojo.
Pero queda perplejo cuando los brahmanes le presentan un rollo de papel con el nombre de los cristianos del reino. Es un número enorme. En ese catálogo aparecen varios gobernadores, jefes y capitanes. El rey se asusta y decide cortar por lo sano:
"Yo condeno al destierro a este extranjero que en mi reino ha tenido la osadía de
predicar su doctrina contra mi voluntad. En cuanto a los otros quedarán en
cadenas hasta que yo disponga otra cosa".
El 29 de enero, es conducido por un destacamento de soldados a la ciudad de Urguré a dos días de camino. Juan tiene un presentimiento. Se despide del príncipe Teriadevén y de los jefes cristianos. Les pide quedarse en la corte y negociar la libertad de los que quedan en la cárcel.
Llegan a Urguré el día 31. El jefe de la escolta entrega al gobernador Urejardevén, hermano del rey, un pliego sellado. En él se da la orden de que al parandam swami extranjero se le corte la cabeza.
El 4 de febrero de 1693, es llevado a las afueras de la ciudad. Se le permite rezar. Dos cristianos deciden compartir su suerte. El verdugo les corta la nariz y las orejas. Juan está de rodillas. El primer golpe de la cimitarra le abre una profunda herida en el hombro y en el pecho. La sangre sale a raudales. El segundo golpe le corta casi enteramente la cabeza. Con un tercer tajo la cabeza de Juan rueda por el suelo. Inmediatamente se le cortan los pies y las manos. Atan la cabeza y los miembros al cadáver, y los restos de Juan son colgados en un madero, para comida de las fieras.
Juan tiene 46 años, la misma edad de San Francisco Javier cuando muere en Sancián.
En el Maduré, la sangre de Juan se transforma en numerosas cristiandades. Las peregrinaciones y, después, el modesto santuario, hacen del lugar de su muerte un foco de fe. Pero las persecuciones y la extinción de la Compañía de Jesús detuvieron los procesos jurídicos.
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