Hoy recordamos al Padre #Arrupe en el 25 aniversario de su muerte.
De gran dimensión humana y profundo amor a Dios, eligió su camino en la vida siguiendo una vocación de entrega indiscutible a los demás. Fue testigo de los horrores de la guerra y las injusticias, y nunca se quedó quieto ante ellos. Hoy, desde ese ejemplo vivo, nos sigue interpelando en la fe y en nuestros actos.
“¡Por favor, sean valientes! Les diré una cosa. No la olviden. ¡Oren,
oren mucho! Estos problemas no se resuelven con esfuerzo humano”.
TESTIGO DEL SIGLO XX Y PROFETA
DEL XXI
Un hombre para la eternidad
Por Pedro Miguel Lamet
El título del film de Fred Zinneman, A
man for all seasons, “Un
hombre para la eternidad” (literalmente “Un hombre para todas las épocas”)
viene como anillo al dedo la figura de Pedro Arrupe, porque, además de que la
autenticidad y la coherencia siempre fueron virtudes que retaron al paso del
tiempo, hoy podemos comprobar que este vasco universal se adelantó
proféticamente a los desafíos que nos presenta el nuevo milenio.
Recientemente, con intención de
dedicarle un monográfico, el galardonado programa de Radio Nacional de España Fin
de siglo estuvo
buscando en sus archivos documentos sonoros sobre este singular personaje. Dio
con muchas, variadas e interesantes declaraciones en su propia voz y con otras
de sus contemporáneos, que fueron emitidas en su día y recogidas de nuevo en el
citado programa[1].
Entre ellas no puedo menos que reproducir un párrafo del lúcido cardenal de la
transición española Vicente Enrique y Tarancón: “El padre Arrupe, que era un
profeta, era excepcionalmente carismático, intuía el futuro. Y por eso iba
adelante de muchos que no acertaban a seguirle, porque no podían seguir su
paso; y por eso no es sólo un hombre de su tiempo, sino un hombre que pretendía
preparar a sus compañeros para el futuro, para ese tercer milenio donde las
aguas se irán serenando y puedan realizar la labor que tienen encomendada”.
Han pasado diez años de la muerte de
Pedro Arrupe y once de la primera edición de la biografía que escribí cuando
aún no había fallecido[2].
Recuerdo que entonces los editores desconfiaban de su
éxito. Iba a aparecer en una colección de hombres de hoy, entre los magnates
del poder político y las finanzas, tras las biografías del por entonces
presidente del Gobierno español, Felipe González, y de los banqueros Mario
Conde y Carlo de Benedetti, entre otros.
Aunque su peripecia humana y espiritual resultaba apasionante y
desde luego más universal que
los anteriores personajes, la duda radicaba en si Pedro Arrupe era en aquel
momento suficientemente conocido. Los editores hicieron incluso un estudio de
mercadotecnia y advirtieron que el aún vivo general de los jesuitas, aun después
de haber sido frecuente tema de primera página de los periódicos, era en
aquella época un desconocido para los españoles menores de treinta años. Pese
a ello, el libro se lanzó masivamente, aunque sin demasiada publicidad ni
presentación pública. Nadie creía que iba a superar un par de ediciones. Pero
la realidad es que su venta fue un éxito y ha seguido reeditándose y
traduciéndose a distintas lenguas. Hoy, mientras aquellos personajes de la
política y las finanzas están en palmaria decadencia, la figura de Arrupe crece
cada día. ¿A qué se debe tal fenómeno? ¿Al influjo de los jesuitas? ¿Al poder
difusor de una potente editorial? Evidentemente que esos factores han ayudado a
la divulgación de la biografía. Pero la razón de fondo es que la fuerte
personalidad, el pensamiento y el atractivo de este testigo del siglo XX y
profeta del XXI siguen vigentes.
Con el futuro en la médula
Lejos de envejecer, las ideas y
propuestas de Arrupe responden más que nunca a la problemática actual y a los
desafíos del nuevo milenio. Quizás por eso este sucesor de Ignacio de Loyola
fue incomprendido de algunos de sus contemporáneos e incluso de la jerarquía de
su propia Iglesia. Porque se adelantó a su tiempo, ya que una de sus frases
favoritas era: “No podemos responder a los problemas de hoy con soluciones de
ayer”. No se resignaba a que la Iglesia y los jesuitas, se refugiaran en los
cuarteles de invierno y, con un concepto inmovilista de la ortodoxia,
abandonaran la plaza del diálogo con el mundo y la cultura contemporáneos.
Quería hombres de esos que “tienen el futuro en la médula de los huesos.”[3]
Es curioso comprobar cómo diez años después las ideas de este
carismático general siguen interpelándonos. Hoy asistimos
al desencanto de la tecnópolis, la injusticia de la globalización y el
pensamiento único. Arrupe habló del “inmenso vacío espiritual actual, que ni el
progreso técnico ni la ideología materialista pueden colmar”. Intuía ya la
frustración de una sociedad consumista, mal llamada del bienestar, y del
ciudadano que, tras la esperanza de haber rozado con los dedos la libertad
prometida, comprueba cómo su sueño se desvanece “cuando ve a los hombres
completamente divididos, envidiosos y desconfiados unos de otros y cuando descubre
que la comunidad, destinada a ser fuente principal de seguridad y apoyo,
amenaza con absorberle, privándole incluso de su libertad e identidad personal”[4].
Bastaría para refrendar este hecho con echar ahora mismo una ojeada al panorama
político mundial y el poder casi absoluto de algunas multinacionales y gigantes
de la comunicación.
El entonces general de los jesuitas veía la cultura como un ideal
humano, como “el despliegue armonioso de todo el hombre y de todo hombre”. Pero
constataba los comienzos de una fuerte crisis cultural. Percibía cómo estábamos
instalándonos ya durante los años setenta en un cambio radical y demasiado
rápido, que “no se realiza en forma rectilínea y homogénea, sino en medio de
fuertes tensiones y conflictos[5].
Un mundo que él veía sufriendo por las consecuencias de un colosal “desorden”:
“La riqueza, en vez de servir para cubrir las necesidades primarias de la mayor
parte de la población, frecuentemente se utiliza mal y se despilfarra”[6];
y, tras un diagnóstico de lo que se gasta en armas y elementos de destrucción,
este privilegiado testigo de la bomba atómica, arguía que la única solución no
podía alcanzarse “cambiando simplemente las estructuras y las instituciones, si
no se cambia también el pueblo que vive en ellas”. Un cambio personal que ya
comenzamos advertir como un imperativo en el estallido de la solidaridad, y una
revolución global, a través de unas organizaciones internacionales que el padre
Arrupe apreciaba como de capital importancia para la transformación mundial. .
Juventud y pensamiento débil
También en la denuncia de la situación injusta del Tercer Mundo y
los países en vías de desarrollo se adelantó a su tiempo. En contacto con la
pobreza descubrió “la desconfianza profunda, la sospecha anidada en aquellos
hombres que los lleva a pensar que los países industrializados son los
responsables esenciales de su miseria y de la dificultad de salir de ella”[7].
Hoy además valoramos más que nunca su aprecio de las culturas autóctonas y el
mestizaje.”Al mismo tiempo he descubierto también la riqueza de este Tercer
Mundo: la riqueza de una cultura humana auténtica escondida bajo la pobreza y
la miseria. He experimentado la energía natural y la vitalidad espiritual sin
fisuras de aquellos pueblos”[8].
Sus ojos
miraban penetrantes a una juventud reconocible hoy en nuestras calles. Desde
una fuerte y optimista fe en los jóvenes y la renovación, contra el formalismo
“convencionalista, etiqueta, pura forma”, y a favor de la “sencillez, la
naturalidad, le espontaneidad y solidaridad”, descubría en ellos un idealismo
impaciente; una generosidad que se muestra en forma de servicio; autenticidad
frente a fariseísmo; sensibilidad hacia el hombre, especialmente hacia los más
necesitados, y un espíritu universal, porque el mundo se ha empequeñecido. Y
eso que todavía no existía Internet, ni la explosión de la informática, ni las
plataformas digitales y el teléfono móvil. Este universalismo de ciudadano del
mundo lo llevaba muy dentro: “Me siento universal. Nuestro papel, de hecho
consiste en trabajar para todos y por ello trato de tener un corazón lo más
grande posible y de comprender a todos”, dijo en una entrevista a la RAI. Era
un ciudadano del mundo, que abogaba por el pasaporte universal.
Sin embargo también acusaba a los jóvenes ‑y el tiempo le ha dado
la razón‑, de algunos rasgos de “superficialidad y sensacionalismo”. “Vivimos
-decía‑ en una civilización esencialmente sensorial, hecha de imágenes, de
fuertes percepciones… Se advierte, a veces, cierta debilidad psicológica en las
nuevas generaciones”, y señalaba como “una contradicción que ocasionalmente
puede observarse en ellas, y en el contraste existente entre sus buenos deseos
y la madurez que se necesitaría para llevarlos a cabo”[9].
Intuía el llamado “pensamiento débil”.
Estaba convencido de que la sociedad del futuro tenía que ser “una
sociedad frugal”, absolutamente necesaria “para la supervivencia material y
social del género humano”. Se pronunció contra el derroche y a favor de una
política de austeridad. Este párrafo, por ejemplo, podría aparecer en un artículo
de fondo de cualquier rotativo serio de hoy mismo: “Al consumista egocéntrico,
egoísta, obsesionado más por la idea de poseer que de ser, esclavo de las
necesidades que él mismo se crea, insatisfecho y envidioso, y cuya única regla
de conducta es la acumulación de beneficios, se opone el hombre servidor, que
no aspira a poseer más, sino a ser mejor, a desarrollar su capacidad de servir
a los demás en solidaridad y sabe contentarse con lo necesario”[10].
Compromiso de sangre
Para Pedro Arrupe el compromiso con la justicia desde la fe exige
“acción en una multitud de campos, político, social y económico. La opinión
pública debe ser movilizada, rotas las barreras del prejuicio o la
indiferencia, presionados los políticos y los legisladores para que actúen”.
Aunque tal actitud comportara sufrimientos: “Habrá ocasiones en que nuestro
compromiso por la justicia en el mundo nos costará caro y exigirá sacrificios
personales o corporativos en grados diferentes. En estas ocasiones podemos
sacar fuerzas de los primeros cristianos, que tuvieron que sufrir por su fe y
estimaron un honor hacerlo por el nombre de Jesús. Podemos también sacar
fuerzas viendo tantos hombres, mujeres y niños, por todo el mundo, que en estos
mismos momentos están sufriendo por la causa de la justicia. Algunos están en
prisiones o en campos de concentración, sin acusación o con falsas acusaciones contra ellos; algunos están viviendo en
servidumbre, algunos están siendo sometidos a torturas o arrojados al
destierro. Muchos de ellos saben que estamos aquí hoy y nos miran con esperanza
¡Ojalá nos les fallemos! ¡Ojalá nuestras Iglesias y las organizaciones a las
que pertenecemos, lleguemos a ser defensores sin miedo, de los derechos y la
justicia, cuéstenos lo que nos cueste en término materiales, políticos u otros”[11].
El profeta Arrupe parecía estar viviendo
el actual florecer de las ONG, del voluntariado y cooperantes, del movimiento
del 0’7, por la condonación de la deuda externa y la reciente fuerte reacción
de los movimientos antiglobalización. “Hay unos que mueren por inanición y
otros por exceso de colesterol. El hambre es la hija natural de la injusticia,
una injusticia que los países ricos pueden evitar. Pero digámoslo claramente:
No quieren.”[12]
Arrupe con esta audacia en sus denuncias
veía claro lo
que iba a costar en el futuro a la Compañía de Jesús el compromiso con la
justicia. En una entrevista al diario Avennire, concedida
en 1977, comenta el coste humano y de sufrimiento que ya por entonces se
percibía tras la expulsión de los jesuitas del Paraguay el martirio del padre
Burnier:”Temo que en el futuro nos veremos obligados a pagar semejantes costos
no sólo en estos y otros países latinoamericanos, donde los jesuitas luchan por
el servicio a la fe y la promoción de la justicia”. También en esto la historia
le ha dado la razón. En 1989 se produce la matanza de Ellacuría y sus
compañeros. Van cerca de 40 jesuitas muertos en países del Tercer Mundo por
este compromiso.
Pero tal línea no fue bien comprendida
en su tiempo, como todo el mundo sabe. Un Papa venido del Este y firme luchador
contra el marxismo vería sospechoso a un hombre que profesaba como talante
humano el diálogo con todos y la tolerancia, y que pensaba que antes que
predicar hay que dar trigo a los que se están muriendo de hambre. También en
este sentido son esclarecedoras las recuperadas declaraciones de
Tarancón:”Cuando ellos [los jesuitas] quieren comprometerse en la instalación
de la justicia en el mundo y por lo tanto en defender a los oprimidos y
marginados como una exigencia de la fe, como las estructuras injustas no pueden
superarse si no es con medios más o menos políticos, seamos claros, el deslinde
entre una actividad religiosa y ese compromiso tiene sus quiebras y
dificultades. Y entonces es cuando cayó sobre la Compañía y sobre el padre Arrupe
una especie de sospecha. Los medios de información internacionales hablaron de
que era un revolucionario y de que sería casi obligado que
presentara la dimisión.”[13]
El desparecido “cardenal del cambio”
relacionaba esta problemática con la Teología de la Liberación, que, como se
sabe, ha sido en la última década duramente reprimida y reconducida desde Roma:
“Porque lo nuevo que tiene la Teología de la Liberación es que, si hasta ahora
se había hecho la teología mirando a la Palabra de Dios exclusivamente y
algunas veces podía acontecer que la teología iba por un camino y el mundo por
otro, ahora se mira al mundo, porque la teología es para que el mundo viva en
cristiano. Eso tiene sus quiebras y sus dificultades, porque esas cosas del
mundo son contingentes, pero es el único camino para hacer una labor eficaz y
para que el Evangelio pueda adaptarse sin perder nada de su fuerza a la
mentalidad, a la cultura y la psicología de los hombres de hoy. Eso es lo que
quiso hacer el padre Arrupe”[14].
Sigue Tarancón: A “En la
Iglesia también pueden cometer errores unos y otros. Todos creen que obran con
recta intención y cumpliendo la voluntad de Dios. Pero creo que el padre Arrupe
podía ver en esa actitud del Papa [la desautorización del general y su
intervención en la orden], hecha con recta intención sin duda
alguna, algo anormal para la vida de la Compañía. Y eso lo había de sentir
realmente de una manera extraordinaria. De toda suerte es maravilloso el
ejemplo que el padre Arrupe y todos los jesuitas dieron en esta ocasión. De tal
manera que el propio Papa que hizo aquello, Juan Pablo II, tuvo que reconocer
después en la primera reunión de los provinciales que le había edificado
extraordinariamente la actitud que habían tomado los jesuitas. Nadie se lo
esperaba, pero el padre Arrupe sufrió, sufrió más porque ya no era contra él,
al ser contra el otro, “el vice”[i],
era contra la Compañía y eso es lo que quizás le hirió más en aquella
circunstancia”.
A
continuación Tarancón, con su típico lenguaje sutil y sabiamente “político”, sugiere
la presencia de grupos de presión en la Iglesia: “Al rededor de la autoridad,
sobre todo cuando es una autoridad muy importante, el deseo de aprovecharse de
ella por otra es una cosa común a todos los hombres e incluso a grupos de
presión. Es una cosa muy explicable y muy humana. Pero, sobre todo, está el
Espíritu Santo que rige los destinos de la Iglesia a pesar de esos fallos que
tenemos los hombres. El padre Arrupe ha merecido después de parte del Papa y de
todos los de la Secretaría de Estado una admiración, porque han visto que ha
sido un hombre extraordinario, que ha obrado siempre con rectitud de intención.
Por eso el Papa ha tenido unas delicadezas con él, como ir a verle varias
veces, para demostrar que se trataba de un hombre excepcional en la Iglesia”[15]
Europa y
la Iglesia
Lo mismo se puede decir en torno a un
tema tan actual como el de la situación de la mujer. En una nutrida rueda
prensa celebrada en Puebla (México) dijo que la participación del mujer en las
decisiones de la Iglesia “vendrá”, pero que hace falta “paciencia”, lo que
provocó la hilaridad de los periodistas. Es curioso: La penúltima congregación
general de los jesuitas dispone que una mujer pueda llegar a ser rectora de una
universidad de la Compañía.
En fin poco a poco fue madurando y
comprometiéndose cristianamente con su mundo este testigo y profeta del siglo
XX, en otros temas tan de hoy como inculturación, xenofobia, diálogo
Oriente‑Occidente, desarme, y ecumenismo, hambre, espiritualidad, vida
religiosa y un humanismo sin fronteras.
Este humanismo compromete también a la
Unión Europa, que diez años después es ya una realidad en el euro, pero que
parece cerrarse en su propio autocomplaciente y ambiguo estado del
bienestar. Arrupe soñaba con “un humanismo abierto al mundo entero”. “Y en este
sentido ‑añadía‑ Europa en la medida en que uniéndose aumenta sus
posibilidades, deberá acrecentar su solicitud por distribuir, en espíritu de
diálogo, respetando el valor de los demás y en el convencimiento de tener que
recibir tanto cuanto pueda dar. Así, Europa no podría concebir su desarrollo
independientemente de los países todavía menos favorecidos o menos
desarrollados. Tal vez podríamos ejercer influencia cerca de nuestros gobiernos
para que reconozcan plenamente su enorme responsabilidad en este punto. Oímos
frecuentemente hablar de la situación explosiva del Tercer Mundo, pero ¿nos
preguntamos si nosotros, los europeos, no tenemos una parte de la responsabilidad
de esta situación?”[16].
Respecto a la Iglesia creía
profundamente en la necesidad de respetar el pluralismo: “El pluralismo en la
expresión de la fe no sólo no es un mal necesario, sino un bien al que hay que
aspirar, que permite la manifestación y desarrollo de los dones naturales y
sobrenatural de Dios. Mientras que la unidad se mantiene por la unicidad de la
naturaleza humana y la unidad del espíritu que anida vida y todo esfuerzo. El
Espíritu Santo realiza el deseo, humanamente imposible (y sin embargo más
profundo del hombre) de la unidad radical en la más radical diversidad”‘[17]. Y
opinaba que los valores democráticos, hoy tan apreciados en la sociedad y
olvidados en la Iglesia, no son ajenos al Evangelio:”Hoy hay una crisis de
obediencia y de autoridad. De modo que la participación de la base es muy
necesaria. Y esto va mucho en la línea de San Ignacio. De manera que hoy se va
a una corresponsabilidad en una decisión que es del superior. En la Compañía de
San Ignacio hay muchos elementos democráticos que facilitan la decisión”[18].
Tanto respetaba la libertad de sus súbditos que aprendía de ellos, mientras era
enormemente exigente consigo mismo. Luis Urbez, que acababa de especializarse
en cinematografía en Italia, le preguntó una vez qué pensaba el padre General
sobre la forma de trabajar apostólicamente en el mundo del cine y los medios de
comunicación. La respuesta de Arrupe fue la siguiente: “No somos los superiores
los que hemos de decir lo que hay que hacer. Usted que sabe de la materia,
dígame a mí lo que yo debo hacer[19]”.
Por esta y otras razones se le acusó de
secularizar a la Compañía. Su respuesta era siempre la misma: “No digo que la
Compañía se secularice, sino que se adapta apostólicamente al mundo que se
seculariza, lo cual produce transformaciones que siempre tienen sentido
apostólico”[20].
Ahora las acusaciones apuntan a lo contrario: Que por miedo a los efectos de la
secularización la Iglesia está perdiendo contacto con el mundo y capacidad de
diálogo con la cultura actual.
Consecuente vida interior
Hoy más que nuca la clave de la fuerza y
perenne actualidad del mensaje de Arrupe está en su autenticidad y vida
interior. Si hubiera que sintetizar su vida en una de las mil anécdotas que
relato en mi biografía elegiría esta: Cuando daba catequesis de adultos como
misionero en Japón, un viejo japonés le miraba sin pestañear y sin que durante
seis meses dijera una palabra ni a favor ni en contra. Arrupe, extrañado, se
atrevió un día a preguntarle: “¿Qué opina usted de mis explicaciones?”. El
japonés respondió: “No puedo opinar porque no he oído nada. Soy completamente
sordo. Pero me basta con mirarle a los ojos. Usted no miente. Lo que usted
cree, eso creo yo”. Vivía realmente, irradiaba lo que predicaba. Estaba
convencido que evangelizar antes que hablar es “ser”, como explica en una
charla a los seminaristas de la India[21].
Su último secreto era una profunda fe y
espiritualidad, que le mantenían en su continuo optimismo: “Dicen que soy
optimista y lo creo. Me parece una gracia de Dios en estos momentos tener un
temperamento optimista. La razón de ser de ese optimismo es que yo tengo una
gran confianza en Dios. Y estamos en sus manos”[22]. Una
confianza que procedía de su encantadora sencillez y humildad: “Soy un pobre
hombre que procura estropear lo menos posible la obra de Dios.”[23].Que
no tenía miedo a la inseguridad: “Sigo manteniendo enteramente hoy todavía lo
que dije entonces: ‘Tan
cerca de nosotros no había estado el Señor acaso nunca, ya que nunca habíamos
estado tan inseguros’.”[24]
Muchos
me han preguntado cuales eran las frases evangélicas preferidas del padre
Arrupe. No es difícil imaginarlas. Pero es que además contamos con una
selección realizada por él mismo, que es en realidad un autorretrato:
- SENCILLEZ: “Bienaventurados los pobres de espíritu” (Lc 6,20)
- PROVIDENCIALISMO: “Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo” (Mt 6, 34). class=WordSection2>
- NO-VIOLENCIA:“Al que te abofetee en la mejilla derecha preséntales también la otra” (Mt 5,39).
- DESPRENDIMIENTO:“Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto” (Mt. 5,40)
- GENEROSIDAD Y SERVICIO:“Y al que te obligue a andar una milla vete con él dos”. Mt.5,41).
- HUMILDAD INTELIGENTE.“Cuando seas convidado, ve a sentarte en el último puesto”(Lc 14,9).
- COMPROMISO PROFÉTICO.“Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigna y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”( Lc 6, 22).
- AMOR CRISTIANO:“Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”(Mt 5,44).
- SABIDURÍA Y RENUNCIA:“Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará”( Mt 10, 39)[25].
O, como se
revela en una oración hasta hace poco inédita, que fue
escrita en los años cuarenta
al comienzo de su vida misionera y enviada a uno de sus colaboradores de Japón.
Tendría unos treinta y tantos años de edad entonces. Acababa de llorar
contemplando el puerto de Yokohama al avistar por vez primera su anhelado
Japón. El texto revela, además de su carácter apasionado, un juvenil, fogoso y
hasta loco
amor a Jesucristo, que sería el secreto y el motor de su vida. Es casi como la
carta de un enamorado.
“Jesús,
mi Dios, mi redentor, mi amigo, mi íntimo amigo, mi corazón, mi cariño: Aquí
vengo, para decirte desde lo más profundo de mi corazón y con la mayor
sinceridad y afecto de que soy capaz, que no hay nada en el mundo que me
atraiga, sino tú sólo, Jesús mío. No quiero las cosas del mundo. No
quiero consolarme con las criaturas. Sólo quiero vaciarme de todo y de mí
mismo, para amarte sólo a ti..
Para ti, Señor, todo mi corazón, todos
sus afectos, todos sus cariños, todas sus delicadezas. ¡Oh Señor!, no me canso
de repetirte: Nada quiero sino tu amor y tu confianza. Te prometo, te juro,
Señor, escuchar siempre tus inspiraciones, vivir tu misma vida. Háblame muy
frecuentemente en el fondo del alma y exígeme mucho, que te juro por tu corazón
hacer siempre lo que tú deseas, por mínimo o costoso que sea. ¿Cómo voy a poder
negarte algo, si el único consuelo de mi corazón es esperar que caiga una
palabra de tus labios, para satisfacer tus gustos? Señor,
mira mi miseria, mi debilidad. Mátame antes de que te niegue algo que tú quieras
de mí. ¡Señor, por Madre! ¡Señor por tus almas! Dame esa gracia…[26]
Posteriormente con los años sus
oraciones se fueron haciendo más sobrias y profundas, pero no menos ardientes y
sinceras. De aquí su enorme alegría y confianza: Yo tengo una gran confianza en
Dios y estamos en sus manos. De modo que no pueden salir las cosas mal nunca,
si uno sigue la voluntad de Dios aunque uno tenga que sufrir[27]. Así
era la fe de Pedro Arrupe. Y no es cierto que no se la pidiera también a los
jesuitas. Hay cientos de documentos que lo corroboran. Lo que pasa es que nunca
lo hizo de forma autoritaria o fiscalizadora, sino siempre desde el respeto
profundo que merece toda persona, y, sobre todo, en cristiano, toda conciencia.
Es más, con verdadero cariño. Por ejemplo, en vez de un documento airado o
exigente, dando un palo a sus súbditos, les envía una oración en que el, sorprendido
y atónito, se queja ante su Señor de que sus compañeros jesuitas contemporáneos
no tenga más vida eucarística.
En fin con este artículo sólo he
pretendido mostrar la increíble vigencia de las ideas del padre Arrupe diez
años después de su muerte[28],
aunque lo más apasionante y convincente es su propia vida, en la que se
aprecian esas ideas hechas carne y sangre.
Creo que los hechos desnudos
demostrarán que
esta este hombre veía más allá de las circunstancias de su tiempo,
“un profeta excepcionalmente carismático que intuía el futuro”, como dice
Tarancón. Además he comprobado personalmente hasta qué punto Pedro Arrupe sigue
fascinando. No son pocas las personas que aseguran haber
experimentado una profunda transformación en sus vidas tras conocer la
biografía de Arrupe o que desean acceder a sus escritos o que quieren aportar
sus propias experiencias.
La beatificación
Después de la beatificación de Juan
XXIII, el Papa que abrió al mundo de par en par las ventanas de la
Iglesia, no
son pocos los que se preguntan si subirá alguna vez a los altares Pedro Arrupe.
Como dice el arzobispo de Milwaukee (EE.UU.), Rembert Weakland, sólo la
historia podrá hacerle justicia. Este prelado, que fue superior general de
los benedictinos, creía escribir algo osado en The
Catholic Herlad, cuando recién muerto le
decía al padre Arrupe: “Ahora que has muerto, puedo decir lo que siempre sentí
acerca de ti: de todas las personas que he conocido, tu has llegado más que
ninguna a poseer las cualidades necesarias para la canonización. La historia
mostrará que tengo razón; en este momento es demasiado pronto para hablar de
tales cosas”. Esto escribía en 1991. Hoy varias provincias jesuíticas de todo el
mundo han pedido ya a la Congregación General de la Compañía de Jesús que dé
los pasos necesarios para solicitar la apertura del proceso. Hasta ahora este
proceso aún no se ha incoado.
Sin
embargo, aunque este se llevara acabo, no deja de producir cierto miedo el que,
se convierta en “un santo”más. Porque la principal fascinación que produce este
personaje es precisamente que su espíritu cobra vida a través de su encantadora
humanidad, y a los santos solemos ponerles una aureola y subirlos a una peana,
lo que muchas veces nos los convierte en lejanos e inasequibles. Otro factor es
que la Compañía ha podido querer distanciarse de otros grupos eclesiales que se
han caracterizado por su impaciencia por conseguir que sus miembros
suban rápidamente a los altares.
Continúa
el citado arzobispo Weakland, dirigiéndose al fenecido Pedro Arrupe: “Aquellos
años finales de sufrimiento deben haberte purificado más aún de lo que
cualquiera de nosotros pudiera pensar. Cada vez que te visitaba, sentía un profundo
sentimiento de compasión, aunque venía mezclando con indignación, porque
parecía que habías sido tratado tan mal por la autoridad superior justamente
antes de la embolia cerebral. Que la historia juzgue. Confiaste en la gente y
escuchaste mucho. Como resultado de esto, pudiste delinear rápidamente lo que
estaba sucediendo y cómo buscar soluciones con mayor profundidad. En aquellos
días fuiste un modelo de sabiduría al cual acudíamos para recibir claridad.
Aunque parezca raro, presiento que el día en que serás reconocido está
próximo”.
Por todo ello la figura de don Pedro ha
ido creciendo con el tiempo. Durante estos últimos años se ha convertido en un
símbolo de audacia cristiana y compromiso evangélico. Dicen mucho a este
respecto las significativas palabras que le dedica el teólogo no jesuita,
Gustavo Gutiérrez, reconocido como padre de la Teología de la Liberación y que
resumen bien su papel en la sociedad y la Iglesia: “Arrupe es uno de los
grandes hombres de la Iglesia de nuestra época. Alguien que, según la bella
expresión de Juan XXIII, supo mirar lejos”.
Así el paso del tiempo va arrojando
nueva luz, cada vez más nítida sobre Pedro Arrupe.. Aunque no parece que aún
haya llegado el tiempo en que sea plena y oficialmente reconocido, a pesar de que
monseñor Weakland presentía próximo ese momento, por la tradición de la Iglesia
sabemos que los grandes santos se defienden por si mismos. Si Arrupe lo es,
llegará a ser reconocido. No es tan importante que la ciudad de Bilbao le haya
dedicado una calle –un pasadizo propiamente–, o que docenas de aulas culturales
e instituciones lleven su nombre, como que viva en el recuerdo, la imitación y
admiración de las gentes. Es verdad que aún no se han dado pasos decisivos para
conservar eficazmente su memoria, como sería crear un pequeño museo en su casa
natal, difundir sus ideas o, sobre todo, incoar el proceso de su beatificación.
Tampoco han pasado los años reglamentarios para que se puedan
investigar los archivos de la curia de los jesuitas con documentos que
permanecen secretos por afectar a personas vivas y que estoy seguro reforzarán
el perfil humano de esta señera figura de la Iglesia del siglo XX. Hay que dar
tiempo al tiempo. Mientras tanto, su verdad va
abriéndose paso suavemente, como él solía deslizarse por la vida, casi pidiendo
perdón, con gran sencillez, con enorme respeto, sin molestar nunca a nadie ni
armar ruido, como si siguiera obsequiándonos aun hoy con una de sus
encantadoras sonrisas.
[2] Pedro, Arrupe, una explosión en
la Iglesia, ed. Temas de Hoy. Madrid, 1989. Reedición
puesta al día con el título Arrupe, profeta del siglo XXI, Madrid,
2001
[4] La
Iglesia, portadora de las esperanzas de los hombre”, conferencia en el Congreso
de Antiguos Alumnos
de Europa, en Padua, 28‑8‑1977, enLa
Iglesia de hoy del futuro, pág. 87‑98.
[7] “Fe y
justicia: Una tarea para los cristianos de Europa” en Hambre
de pan y de evangelio, pág. 69 y ss.
[9] “El
modo nuestro de proceder”, Roma, 18.1‑1979, La identidad del jesuita en nuestros
tiempos, pág. 69
y ss.
[10] “Nuevo servicio para el mundo de hoy”,
conferencia en el III Congreso de Religiosos de
América del Norte y del Sur, Montreal, 21‑11‑1977. En La
Iglesia de hoy y del futuro, pág. 408.
[11] Palabras
pronunciadas en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, 1976,Hambre de pan y
de evangelio.
Ignacio. (RNE. Fin
de siglo).
[21] “La gente dirá: ¡Ah este cura
habla de lo que cree realemtne. ¡Habla a través de su vida!” ( Charla a los
seminariastas de de St. Joseph Seminary, , Mangalore (India)Transcripción de
una grabación magnetofócia.
[24] Frase pronunciada en el Katolikentag de
1970 y el año anterior durante un eucaristía celebrada en una barraca de un
pueblo latinoamericano.
[26] Recogida
por Fernando García Gutiérrez, SJ, El padre Arrupe en Japón,
Sevilla 1992. Este libro reproduce doce oraciones en su mayoría conocidas del
padre Arrupe. Incluye otro texto inédito, una carta que dirige a un jesuita (
al no citarlo parece que es el propio autor del libro) que le preguntaba sobre
el significado de la devoción al Corazón de Jesús para un misionero de Japón y
en la que habla de desprendimiento, confianza ilimitada, oración y la
importancia de la idea japonesa del “maestro” para la evangelización.
[28] Para
profundizar en el pensamiento del padre Arrupe, cfr.Jean‑Yves
Calvez, El padre
Arrupe: Profeta de la Iglesia del Concilio, Bilbao
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