Domingo, 23 oct 2022

                   sentir y gustar                     

“Yo, para mí me persuado, que antes y después soy todo impedimento;
y de esto siento mayor contentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro,
por no poder atribuir a mí cosa alguna que buena parezca”.
(Ignacio a Fr. de Borja, 1545)
Del evangelio según san Lucas (18,9-14):
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

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    “Algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás.” Una de las prácticas más comunes del ser humano es la justificación. Argumentar lo que sea con tal de no reconocer nuestra parte más miserable y frágil. Pasamos la vida intentando auto-convencernos y convencer de lo estupendos que somos. Esfuerzo inútil pues es imposible tapar la verdad tan sencilla como evidente de lo que uno es: un pobre pecador. Con dos personajes Jesús nos pone ante nuestro propio espejo; y nos anima a reflexionar sobre la estupidez de la prepotencia y el buen juicio de la humildad. 

“Gracias porque no soy como los demás hombres.” El fariseo mira de reojo a los demás. Se compara y se cree superior. Su error está en no reconocer que nuestros dones no son de nuestra propiedad ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). Y se presenta ante Dios como dueño y señor de sus logros. El fariseo se retrata a sí mismo en su modo de orar pues se presenta ante Dios con prepotencia, creyéndose alguien importante y valioso. 

“Ten compasión de este pecador.” El publicano, en cambio, se pone “a pelo” ante Dios. Esta es la diferencia radical frente al fariseo. El acierto del publicano es presentarse ante Dios como un pecador que solo puede agradecer lo mucho que ha recibido. No se trata de negar los dones y talentos que se nos han regalado, sino de reconocer con sencillez y transparencia lo que somos. Ante Dios y ante los demás la humildad, “andar en verdad”, es lo más coherente y humano. La verdad nos hace libres.

LZ

MIRA la arrogancia del fariseo, ESCUCHA la trasparencia del publicano;
CONSIDERA la necesidad de “andar en verdad” ante Dios y los hombres.

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