Beatos mártires de Tazacorte.
Cada 19 de Enero, la Compañía de Jesús celebra la memoria de los Beatos Mártires de Tazacorte, que viajaban a Brasil para su evangelización, en 1570. En total, se habían ofrecido más de 300 jóvenes jesuitas, cifra que se redujo a 70 y finalmente a 40, 32 portugueses y 8 españoles.
Fueron atacados por un barco hugonote en las inmediaciones de la isla de La Palma y fueron martirizados todos los miembros de la tripulación.
Santa Teresa de Jesús tenía entre los mártires a su sobrino Francisco Pérez Godoy, y de hecho, tuvo una visión de su martirio, mucho antes de enterarse.
En 1999 se colocaron en el fondo del mar -a unos veinte metros de profundidad y donde se cree que fueron arrojados los jesuitas- cuarenta cruces de piedra.
Sus nombres eran:
8. P. Ignacio de Azevedo + 1570
9. P. Diego de Andrade + 1570
10. H. Manuel Alvares + 1570
11. H. Francisco Alvares + 1570
12. H. Gaspar Alvares + 1570
13. E. Bento de Castro + 1570
14. E. Marcos Caldeira, nov. + 1570
15. E. Antonio Correia, nov. + 1570
16. H. Simón da Costa, nov. + 1570
17. E. Alejo Delgado, nov + 1570
18. E. Nicolás Denis, nov. + 1570
19. E. Pedro de Fontoura + 1570
20. E. Andrés Goncalves, nov. + 1570
21. E. Francisco de Magalhaes, nov. + 1570
22. H. Blas Ribeiro, nov. + 1570
23. E. Luis Rodrigues, nov. + 1570
24. H. Amaro Vaz nov. + 1570
25. E. Juan Fernandes Jorge + 1570
26. E. Juan Fernandes Torres + 1570
27. E. Manuel Fernández + 1570
28. H. Domingo Fernandes + 1570
29. E. Antonio Fernández, nov. + 1570
30. E. Luis Correia + 1570
31. E. Gonzalo Henríques + 1570
32. E. Simón Lopes + 1570
33. E. Álvaro Mendes + 1570
34. E. Pedro Nunes + 1570
35. E. Manuel Pacheco + 1570
36. E. Diego Pires + 1570
37. E. Manuel Rodrigues + 1570
38. E. Antonio Soares + 1570
39. H. Juan "adauctus", candidato + 1570
40. H. Alonso de Baena + 1570
41. H. Gregorio Escrivano + 1570
42. H. Juan de Mayorga + 1570
43. E. Fernando Sánchez + 1570
44. E. Francisco Pérez Godoy, nov. + 1570
45. H. Esteban Zuraire + 1570
46. E. Juan de San Martín, nov. + 1570
47. H. Juan de Zafra, nov. + 1570
Bienaventurado Ignacio de Azevedo (1527 – 1570)
Bienaventurado Diego de Andrade (1533 – 1570)
Sacerdote. Nació en Pedrogan Grande, Portugal, en el distrito de Leiria, en 1533.
Era primo del poeta Miguel Leitao de Andrade. Su padre se llamaba Juan Nuñez y
su madre Ana de Andrade.
Entre los datos de su juventud, sabemos que vivía con su madre y una hermana y
se preocupaba del cultivo de un campo. También sabemos que una vez hizo la
peregrinación a Santiago de Compostela.
Tenía algunos estudios cuando, el 7 de julio de 1558, entró al Noviciado de la
Compañía de Jesús en Coimbra a la edad de 25 años.
Fue Sotoministro tanto en el Colegio de Coimbra como en el de San Antonio en
Lisboa. Se ordenó de sacerdote en Coimbra en noviembre de 1569.
Diego fue el único sacerdote de la Compañía que acompañó a Ignacio de Azevedo
en el martirio. Los otros sacerdotes iban en otras naves. Diego era el compañero o
Socio del Provincial.
Se sabe que el Padre Ignacio de Azevedo, en el mar, “todos los Domingos y días
festivos celebraba una Misa cantada” ¿Lo acompañaban el Bienaventurado Padre
de Andrade como sacerdote y el Bienaventurado Gonzalo Henríques quien era
diácono? Las crónicas no dicen que fuera así, pero era muy posible. El P. Andrade
confiesa sí, en la nave y en tierra, pues en Madeira y en las islas Canarias
confesaron a tripulantes y pasajeros en las horas de calma y especialmente durante
la batalla. Él reconcilió varias veces a los Hermanos y también al Bienaventurado
Ignacio de Azevedo ya moribundo.
En medio de la refriega, el Padre Diego de Andrade “tanto esforzaba los ánimos de
los que combatían, como curaba a los heridos, lavando con vino sus heridas, y
exhortando a tener paciencia y a morir como buenos católicos”.
Al término de la batalla, como viese el Padre Diego al sobrino de Jacques de Soria,
que estaba en la popa conversando amigablemente con los marineros
sobrevivientes de la Santiago, se dirigió cortésmente a él en latín y le representó la
gran necesidad y debilidad en que estaban los Hermanos que en la bomba
achicaban agua por orden de los que habían asaltado la nave. ¿Qué dice usted?,
contestó el calvinista. Y con gran indignación, mirándolo con profunda ira, le dio
muchas bofetadas, como queriendo acabar con él.
Como era de prever, los amigos de Merlim Soria arremetieron también contra
Diego con bofetadas y puñetazos. Le quitaron el birrete y arrojaron éste al mar. Y
al ver entonces la tonsura, llenos de odio, le dieron más golpes, empujones y
patadas como endemoniados. Y lo lanzaron cubierta abajo, donde quedó
descalabrado arrojando mucha sangre por la boca y las narices. Pero se lo vio muy
sereno y exhortó a los Hermanos que le mostraban su compasión, indicándoles que
para él ésta era una merced de Dios.
Después, los hugonotes tomaron las gallinas de las que se llevaban en la nave y las
echaron en una caldera. Al momento de comerlas, “tomaron media docena de esas
gallinas cocidas y las mandaron a través de un francés a los Hermanos para que
las comieran”; y cuando éste las presentó al Padre Diego, él las tomó y de
inmediato las lanzó al mar diciendo al francés: “Nosotros no comemos carne los
días sábados”.
Entonces el Hermano Luis Correia, estudiante, natural de Evora, fue a los
camarotes y trajo “algo de conserva, que el Padre Andrade dio a los Hermanos
como comida, pero pocos comieron porque sólo esperaban el fin de sus vidas.”
Después, los hugonotes pasaron nuevamente dando bofetadas, feroces golpes en
las espaldas, puñetazos, diciendo mil injurias y amenazas como “perros, canallas
del Diablo”.
Más tarde los encerraron en el castillo de proa. Y estando allí el Padre “les decía
que se esforzasen todos, porque tenía para sí que ésa era la hora en Dios quería
llevarlos a una vida mejor.” Y todos respondían “que se cumpliera la Voluntad de
Nuestro señor y que todos estaban preparados para lo que Dios quisiera.” Y lo
mismo decían los marineros y pasajeros que les hacían compañía.
Y al fin vino el almirante Jacques de Soria, personalmente. Y con los brazos en
alto, implacable, pronunció la sentencia de muerte: “Echen al mar a estos perros,
religiosos, monos.”
Y siguiendo, por gusto o rigor, el orden jerárquico, arremetieron contra el Padre
Diego de Andrade, le dieron de puñaladas y por una portezuela lo arrojaron al mar.
Bienaventurado Manuel Alvares (1537 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Extremos Portugal en 1537. Fue hijo de Jerónimo
Álvares y de Juana Lopes. Fue pastor antes de entrar en la Compañía en Evora, el
12 de febrero de 1559 a los 22 años de edad.
Una carta suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San Francisco de
Borja, el 21 de abril de 1566, muestra detalles biográficos y la transparencia de su
alma:
“Siendo un pastor rústico, me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde
usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas, Dios Nuestro
Señor me ha dado desde hace mucho tiempo el deseo de ir al Brasil. Y esto hace
siete años que lo siento y me parece que Nuestro señor no me lo concede por mis
muchas imperfecciones, las cuales, espero por la misericordia del Señor, apartar
de mí poco a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del Japón e India
podrían moverme a desviarme, me parece que Nuestro Señor me da muy firmes
propósitos hacia el Brasil, sin que nada pueda pesar más que éstos.
Así, aunque no sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir a los enfermos en
la nave, y allá en el Brasil hacer todo lo que mande la santa obediencia, ya sea ser
cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea cualquier otro oficio. Mi oficio ahora
es el de ropero, pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor para
consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo. Yo soy aquél que,
si se acuerda Su Reverencia era comprador, cuando vino a este Colegio de Evora
y yo no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba cuenta al Procurador del
dinero que recibía, y Su Reverencia me mandó que aprendiera a leer y a escribir,
lo que ahora hago, aunque imperfectamente.”
Conocemos de su boca algunos pormenores de su vocación: “Yo era trabajador y
guardaba ganado. Un día, estaba arando y me vino el deseo de ser peregrino,
pedir limosna por Dios y no tener nada. Y viendo las maldades del mundo, me
vino el deseo de hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de
entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió a la Compañía.
Me recibió el Padre Dom Leao”.
En la nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, alentó a los portugueses y echó
en cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus conductas. En el castillo de
popa animó a los portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.
Y en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo: “Hermano Manuel, ojalá
alguien pudiera tocar este tambor para yo ir a pelear”. El Hermano le dijo: “Trae
acá el tambor, y por él no dejes de pelear”. Con gritos, voces, y tambor, animaba a
los portugueses.
Apenas llegaron a él, los franceses le dieron una estocada en el rostro y se
ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y le cortaron la cara, los brazos y las
piernas. A éstas primero las estiraron y quebraron los huesos. Al fin quedó hecho
un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que pudiese sufrir más. Él,
mirando a sus Hermanos horrorizados, les dijo: “No me tengan lástima, sino
envidia. Hace quince años que estoy en la Compañía, y hace más de diez que
estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con esta muerte me tengo por
extraordinariamente pagado.”
Como pudieron, unos Hermanos lo arrastraron hasta un camarote y allí lo
ayudaron. Y él se esforzaba por consolar a los otros.
El Capitán de la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse abajo donde
estaban los Hermanos para morir con ellos. Los calvinistas lo siguieron y allí
acabaron de matar a muchos.
Cuando llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas
gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el tambor. Echémoslo al mar.” Le
volvieron a pegar, lo arrastraron, lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.
El Bienaventurado Manuel tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano
Francisco Alvares, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante 40 años.
Bienaventurado Francisco Alvares (1539 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Covillán, Portugal, alrededor del año 1539. Entró en la
Compañía de Jesús en Evora en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen
en 1564.
Tenía la profesión de tejedor y cardador.
Cuando lo nombraron para el Brasil figuraba entre los “Hermanos antiguos de
mucha virtud”.
Fue arrojado vivo al mar.
Bienaventurado Gaspar Alvares (¿? – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Oporto, Portugal.
Se lee de él en la Relación del martirio: Cuando las naves de los calvinistas tenían
cercada a la nave Santiago, y les daban batalla, acertó a pasar una bala de cañón
entre dos Hermanos. Y les dijo uno que se llamaba Gaspar: “Pluguiera a Dios que
me hubiera acertado a mí esa bala de cañón y me matara por amor a Dios”.
Herido a puñaladas, lo arrojaron también vivo al mar.
Bienaventurado Bento de Castro (1543 – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Cacimo, Portugal, en el Obispado de Miranda en
1543. Hijo de Jorge de Castro y de Isabel Brás.
Entró en la Compañía a los 18 años en el Noviciado de San Roque, en Lisboa, el 2
de agosto de 1561 cuando contaba 17 para 18 años de edad.
“Era de fuerzas y cuerpo delgado, pero muy animoso. Cuando le dieron la nueva
de que había de ir al Brasil, se fue inmediatamente al coro de la iglesia a dar
gracias a Dios y a ofrecer su vida ante el Santísimo. Después se fue a su pieza y
abrazó a su compañero diciéndole con gran alegría: “Amigo, yo voy a ser el
primero que agarrarán los herejes con un crucifijo, y con él en la mano he de
morir”. Estaba en Coimbra en 2° año de Filosofía.
Después en Valle de Rosal, estuvo en el grupo que Ignacio de Azevedo “tenía
preparado para que fueran ordenados de sacerdotes” y “ejercitó en todas las
virtudes que eran tan necesarias para el martirio”
En la nave Santiago, por encargo del P. Ignacio Acevedo, se desempeñó como
Maestro de novicios, sin ser sacerdote, y como el catequista de los pasajeros y
tripulantes. Ante ese maestro, el capitán y el contramaestre holgaban ponerse de
pie cada vez que daban una respuesta, a pesar de que el Hermano Bento de Castro
no quería que se levantasen personas tan importantes, y porque el capitán tenía más
de 40 años.
Durante el abordaje, el Padre Ignacio le ordenó que “retirado con sus Novicios en
las estancias que ocupaban, estuviesen en oración” y encomendaran la batalla. Ahí
fue importunado por los Hermanos para que él les diera licencia para salir y
meterse entre los enemigos y morir por la fe. Pero el Hermano Bento no dejó salir
a ninguno, porque la obediencia era permanecer en oración.
Inmediatamente después de herido el P. Ignacio, recordando lo que le había dicho
al Señor en Coimbra, tomó el crucifijo de la capilla del barco, abrazó a los
Hermanos pidiendo perdón por sus faltas y se dirigió a donde peleaban los
calvinistas. Varios de los Hermanos, llorando, le pidieron acompañarlo, pero no
dio licencia a ninguno.
Y subió al castillo de proa a todo correr, y allí gritó: “Yo soy católico e hijo de la
Iglesia de Roma”.
Le dispararon de inmediato tres tiros de arcabuz. Y al ver que seguía confesando la
fe, le dieron siete u ocho puñaladas y, vivo aún, lo arrojaron al mar.
Fue el primero en ser martirizado, aún antes del Bienaventurado Ignacio
Bienaventurado Marcos Caldeira (1547 – 1570)
Novicio indiferente. Nació en Villa de Feira, Portugal, distrito de Aveiro. Fue hijo
de Pedro Martins y de Isabel Caldeira.
Contaba ya 22 años de edad cuando fue aceptado en la Compañía, en Evora, el 2
de octubre de 1569. Por causa de la edad “entró indiferente, esto es: para
Estudiante o para Hermano jesuita, conforme satisficiese a los Padres y lo
decidiese su capacidad”
Todavía en Evora “cuando le dio el Padre Rector en la Capilla de los novicios, en
voz baja, el aviso de que había de ir al Brasil, él como fuera de sí exclamó: ¡Oh
feliz de mí que voy a ser mártir! Y esto lo repitió con el mismo fervor tres veces,
tanto que todos se espantaron creyendo que podría perder el juicio”.
En Valle del Rosal, donde esperaban los jesuitas para embarcar al Brasil, “vino el
Hermano Marcos Caldeira, con licencia, a decir sus faltas en el recreo, y las dijo
con un papel con mucho sentimiento y lágrimas. Tenía avisado el Padre Azevedo
que acabando él otro comenzase, y por eso comenzó a decirle a él y sobre todo lo
que estaba diciendo: “¿No le parece a usted que esto es una especie de hipocresía,
para que lo tengan por humilde? ¿Es ésta verdadera humildad, es verdadero
deseo de no querer ser visto u oído? Y ya que escribís estas faltas, ¿por qué no
conocéis éstas y otras muchas? De éstas yo querría que os enmendaseis, éstas
tendrías que llorar y de éstas debíais tener ese sentimiento”.
En esta escuela austera se formaban los Novicios de entonces, preparados para las
durezas del apostolado, sin olvidar la continua abnegación que igualmente exigía la
vida comunitaria de cada día.
Ya en el mar, Marcos Caldeira muchas veces dijo durante la navegación: “¡Oh,
quién nos llevara ya al Brasil para que nos maten por amor de Dios!”
Y cuando llegó el momento del martirio se lo vio lleno de alegría y dijo a los
Hermanos: “Si nosotros íbamos al Brasil con el deseo de morir allá, ¿no es mejor
que muramos todos acá?”
Bienaventurado Antonio Correia (1553 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Oporto, Portugal, en 1553. Fue hijo de Juan Gonzalves y
de Violante Correia.
Su padre cuenta en una carta cómo se desarrolló la decidida vocación de su hijo
“tan suave que nunca me dio trabajo; tan bien inclinado, que nunca, me parece,
hizo algo que mereciera ser castigado. Aprendió a leer, a escribir y gramática. Yo
tenía un pariente en Coimbra, y lo mandé allí para que aprendiera latín. Era tan
aficionado a la Compañía de Jesús que pedía a los Padres con insistencia que lo
recibieran en ella. Pero como no tenía edad no lo admitieron. Desconsolado,
quiso hacerse Capuchino y para ello fue al Monasterio de Ponte de Lima. Pero
cuando lo vieron tan pequeño le dijeron que su Regla era muy dura, que no tenía
edad, ni físico para ella. Y no lo aceptaron. Con esto estuvo más desconsolado.
Quiso el Señor que en ese tiempo estuviese el Padre Manuel Rodríguez en
Coimbra y el P. Peres aquí en Oporto, y éste le escribió. Nosotros mandamos a
nuestro mocito y él fue con muchos deseos. Quiso el Señor que lo recibieran en la
Compañía y él quedó tan contento que siempre daba gracias a Dios por haberle
dado esta gracia tan grande. Y me decían que cada vez que oía Misa le pedía al
Señor que ordenase que él fuera mártir. Nuestro Señor fue servido de cumplirle
sus deseos. Sea Él alabado por siempre. Amén”.
Efectivamente, Antonio fue recibido en el Noviciado de Coimbra el 1 de junio de
1569 a los 16 años de edad.
Desahogándose cierto día con un Hermano, le reveló que “confiaba en Dios que
iba a ser mártir, y que esto lo pedía a Nuestro Señor desde hacía un año, cuando
entró en la Compañía, y que perseveraba en la misma petición, apenas se
despertaba y visitaba el Santísimo Sacramento”. Y que Dios le mostró “orando
ante el Santísimo que su petición sería despachada, de lo cual quedó muy alegre”.
De hecho, cuando los calvinistas entraron en el camarote donde se encontraban los
jesuitas, “el Hermano Antonio Correia, de Oporto, era uno de los estaban en
oración perseverando en ella. Al verlo delante de las imágenes, uno lo golpeó en
la cabeza con los puños de una daga. Y fue tan fuerte que se le hinchó toda la
cara, pero no lo mató. Y les dijo a los otros Hermanos que se quejaban: ¿No ven
cuán duro soy que aunque me den un mazazo en la cabeza no podrán matarme? Y
al decir esto parecía tan desconsolado que los Hermanos, para consolarlo, le
decían que aunque no muriera esta vez, Dios le podría dar esa gracia”.
Y así fue. Poco después, lo tiraron vivo al mar.
En 1628 se abrió en Oporto un Proceso canónico, y se hablaba de muchos devotos
que lo invocaban en su ciudad natal, y en las ciudades vecinas.
Bienaventurado Simón da Costa (1552 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto, Portugal, en 1552.
Las primeras noticias del martirio de las Canarias demoraron un mes en llegar a
Funchal, la capital de la isla Madeira. Exactamente el día de Asunción llegaron a
ese puerto.
El Padre Pedro Días, el sacerdote jesuita que iba en otra nave al Brasil, informó a
Lisboa que “unos franceses que iban cautivos habían visto a dos portugueses, y a
uno de ellos mozo bien vestido, de cabello corto, natural de Oporto y que iba para
entrar en la Compañía en el Brasil”.
El día del martirio, por su gallarda presencia, los hugonotes pensaron que era hijo
de alguien principal.
Uno de los testigos de vista dirá después: “Él iba con los Hermanos, pero no
parecía Hermano porque, por haber entrado hacía poco en la Compañía, todavía
usaba el pelo como seglar. Sospecharon nuestros marineros que los calvinistas lo
tuvieron por un mercader, o hijo de un comerciante, porque era mancebo de 18
años y bien dispuesto, y lo llevaron entonces al galeón de Jacobo Soria para que
éste viera al muchacho y determinara servirse de él como su paje”.
“Al día siguiente Soria mandó traer al muchacho a su presencia y le preguntó si
era religioso jesuita. Él podía afirmar que no lo era, pero insistió en decir que era
jesuita y hermano de los que estaban muriendo por la fe católica”.
Jacques Soria se llenó de odio, y de inmediato dio la orden de que le cortasen la
cabeza a él, al piloto y al calafate de la Santiago, y los arrojasen al mar.
Y el cronista concluye: “Hacía un mes que había sido recibido en la Compañía.
Consummatus in brevi, explevit tempora multa”.
De los 40 mártires, ningún otro fue degollado. Además, él fue el único que no
murió el día 15, sino el 16 de julio de 1570.
Bienaventurado Aleixo Delgado (1556 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Elvas, Portugal, en 1556. Era hijo de un pobre ciego de
Elvas a quien le había servido de guía largo tiempo.
La Relación dice que él era “de bello ingenio, índole y habilidad”. Tal vez por esto
el padre, “habiendo enseñado a un pequeño perro para que lo guiase” en su
ceguera, entregó a Aleixo “a un hombre honrado de Evora para que le diera algún
orden y modo con qué estudiar”
Colocado como criado en el Colegio de los Convictores o pajes del Rey, el
pequeño Aleixo fue creciendo en virtud y letras. Este Colegio había sido fundado
por el Cardenal Infante Don Enrique y lo había confiado a la Compañía de Jesús.
Hablando Aleixo un día con el Padre jesuita Jorge Serrao, Rector del Colegio, “le
rogó mucho que lo admitiera en la Compañía”. Le preguntó el Padre para qué
quería ser de la Compañía, respondiendo él que lo movía mucho el deseo de ser
mártir.
En la visita que el Padre Azevedo hizo al Colegio de Evora, dio satisfacción a su
pedido. Tenía entonces 14 años, pero “se mostraba siempre de espíritu mayor a su
edad”.
Cantaba bien, y su especialidad era entonar el Catecismo, lo cual hoy no se usa
tanto. Hasta los marineros viejos “gozaban mucho al oírlo cantar la doctrina. Y
para esto el Padre Azevedo la mandaba siempre cantar por alguno de los
Hermanos que cantaban bien: Aleixo, Francisco Magalhaes y algún otro."
Durante la refriega en la nave Santiago, tres o cuatro fornido hugonotes “tomaron
al Hermano Aleixo, y aunque lo vieron tan pequeño, que no tenía sino 14 para 15
años, le dieron fuertes puñetazos. Y no acabó ahí esa violencia, porque uno de ellos
lo golpeó muy fuertemente en la cabeza y el cuello, tanto que empezó a echar
sangre por las narices y la boca, y lo lanzaron así, todo ensangrentado, a donde
estaban los otros Hermanos en la bomba achicando el agua. Estos quisieron
consolarlo instándolo a tener paciencia y a sufrir por amor a Dios. Entonces él dijo,
muy resuelto: “Esto no es nada. ¿Es acaso algo? Omnia possum in eo qui me
confortat”.
Tripulantes y pasajeros recordaron más tarde: “Aquel padrecito que nos cantaba la
doctrina, cuando lo echaron al mar se fue al fondo, con la cabeza para abajo y los
brazos abiertos en cruz.”
Bienaventurado Nicolau Dinis (1553-1570)
Novicio escolar. Nació en Tras los Montes, cerca de Braganza, Portugal, en 1553.
Fue alumno del Colegio de Braganza como el Hermano Bento de Castro.
Hacía 4 ó 5 años que había comenzado a estudiar latín con la esperanza de que lo
dejaran entrar en la Compañía, pero no había manera de que lo atendieran “por ser
muy pálido de cara”.
Cuando el Padre Ignacio de Azevedo supo esto, recomendó que lo admitieran en
casa hasta que él lo mandara a llamar.
Y así, Nicolás empezó a aprender de todo. Un día “estaba ocupado en amasar el
pan” terminando “con una alegría tan extraordinaria” que le preguntaron la causa.
“Hermano, dijo, ¿cómo no voy a estar alegre si recién Dios me ha revelado que
dentro poco voy a ser mártir?
Esa alegría lo acompañó todo el tiempo que estuvo en Valle del Rosal, donde los
misioneros se preparaban para embarcarse hasta el Brasil. Era como una ola que no
le cabía en el pecho, y parece que hasta en el andar se manifestaba, en pasos de
baile, si nos atenemos a lo que de él dijo un biógrafo.
Como fuera todo esto, lo cierto es que corría la fama de que “tenía mucha gracia en
representar”. Era, en verdad, un buen actor.
Tendría 17 años cuando lo tiraron vivo al mar.
Bienaventurado Pedro de Fontoura (¿? –1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal.
Sufrió él el martirio casi al mismo momento que el Hermano Brás Ribeiro.
Así dice la Relación: “Hacia otro Hermano, por nombre Pedro de Fontoura, de
Braga, que allí estaba también en oración saltó uno de los hugonotes no pudiendo
sufrir la oración que salía de su boca, y con una daga le hundió la cabeza, y le
destrozó la mandíbula. Y con la lengua cortada caminaba entre los Hermanos
dando muestras y señales de alegría, esperando que le acabasen de dar su
perfecta corona.”
No tardaron mucho en satisfacer su deseo y ansias de gloria, porque lo arrojaron
vivo al mar.
Bienaventurado André Goncalves (¿? – 1570)
Novicio escolar. Nació en Viana de Alentejo, en el arzobispado de Evora, Portugal.
Y a pesar de haber sido estudiante universitario, no andaba bien con los libros.
De su martirio no se hizo ninguna relación. Tal vez, porque los calvinistas
acostumbraban, con los de menor edad, arrojarlos vivos al mar, aunque no tuvieran
heridas.
Bienaventurado Francisco de Magalhaes. (1549 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Alcázar de Sal, Portugal, en el año 1549. Fue hijo de
Sebastián de Magalhaes y de Isabel Luis. El joven Francisco estudiaba en Evora
cuando a los 19 años resolvió dejar todo y entrar en la Compañía, dos días después
de la Navidad del año 1568.
La Relación del martirio dice de él: “El Padre Ignacio de Azevedo hacía mucho
caso de él y compartía con él el trabajo en el gobierno de los Hermanos, porque le
hallaba un especial talento en todo lo relacionado con administración”.
“Otra de sus cualidades era su excelente voz de tenor. Estando en tierra, henchía
con ella los montes y los valles y, embarcado, obligaba a las otras naves a
aproximarse a la Santiago. Apenas comenzaba ese poema Muerto está el buen
Jesús, el cual el Hermano cantaba con una voz tan suave que parecía venir del
cielo, tan viva y clara que hasta las naves que iban apartadas la oían y trataban
de acercarse. Y en el mar, de noche, aquello era como una nostalgia que venía de
otro mundo.”
Era tan variado el repertorio que a veces agregaba el arpa, tocada por el Hermano
Francisco Pérez Godoy quien también cantaba “en segunda voz”.
Y así, a la luz de la luna, “con todas las naves juntas”, tocaba otra música muy
suave, Recuerde el alma dormida, a tres voces que “los Hermanos Álvaro Mendes,
Francisco Pérez Godoy y Magalhaes cantaban muy sentidamente y tanto que
“hacía estar estáticos todos y llorar muchas veces a los Hermanos” y en cuanto al
Padre Azevedo “parecía que no estaba en esta vida”.
Y vino el martirio:
El Padre Ignacio de Azevedo, en medio de su comunidad, “estaba lleno de sangre,
lleno el rostro, toda la cabeza y también sangre en el pecho; los Hermanos que lo
abrazaban, todos le sostenían la cabeza y el rostro herido; la imagen de Nuestra
Señora estaba ensangrentada con su sangre, y la cámara llena de sangre. Los
Hermanos lloraban, y especialmente el Hermano Magalhaes sollozaba diciendo:
¿Qué va a ser de nosotros sin padre y sin pastor?”
Cuando el Padre expiró, “no se cansaban los Hermanos de abrazarlo,
especialmente el Hermano Francisco de Magalhaes que estaba lleno su rostro y
manos de la sangre del Padre Ignacio. Entonces dijo a los Hermanos: “Quiera el
Señor que yo no me lave esta sangre del Santo Padre Ignacio, a no ser que la
obediencia me lo ordene”.
Y cuando lo lanzaron al mar, el Hermano Magalhaes dijo a los calvinistas:
“Hermanos, Dios los perdone por esto que hacen”.
Bienaventurado Blas Ribeiro (1545 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal. Era hombre de 24 años bien
saludables cuando fue recibido en Oporto para Hermano jesuita.
Debe haber sido de los primeros en sufrir el martirio, pues en uno de los ímpetus
de furia de los asaltantes, quienes entraron en el camarote donde se encontraban los
Hermanos, los encontraron “de rodillas rezando con las manos en alto frente a sus
imágenes.”
Inmediatamente “arremetieron contra uno de ellos, que era el Hermano Brás
Ribeiro, de Braga. Y con los puños de las espadas le golpearon tan cruelmente la
cabeza que le rompieron el cráneo haciéndolo pedazos, de tal manera que
derramaron los sesos por el suelo. Y así, muy pronto, entregó su alma bendita a
Dios”.
Bienaventurado Luis Rodrigues (1554 – 1570)
Novicio escolar. Nació en la ciudad de Evora, Portugal, en 1554. Era hijo de
Diego Rodrigues y de Leonor Fernandes. Cursaba el 3er año de Secundaria cuando
el 15 de enero de 1570 fue admitido en el Noviciado de su tierra natal, con 16 años
de edad.
Del testimonio dado por el sobreviviente Hermano Juan Sánchez consta que
“también el Hermano Luis Rodrigues durante la pelea iba animando a los
Hermanos diciendo en alta voz: “Hermanos, animémonos y ayudémonos del
Credo, porque la sangre de Cristo no se ha de perder”.
El nombre del Bienaventurado Luis Rodrigues siempre figuró desde las primeras
listas de los Mártires que enviaron los jesuitas, desde la primera fechada en
Funchal el 19 de agosto de 1570 y la expedida por el Provincial Leao Henriques
en 1571. Poco después llegó a Roma el Catálogo oficial de los Padres y Hermanos
de la Compañía de Jesús muertos en la Nave Santiago y en ese Catálogo se omitió
el nombre del Hermano Luis Rodrigues; hubo también allí otros errores, como
poner un segundo Hermano Baena que nunca existió.
Pero de hecho, en todos los manuscritos antiguos, archivados en la Biblioteca de
Oporto, en la Nacional de Lisboa, procedentes del Colegio jesuita de Evora, el
nombre del Luis Rodrigues siempre aparece entre los 40 Mártires.
Bienaventurado Amaro Vaz (1553 - 1570)
Hermano novicio. Nació en Oporto, Portugal. Era hijo de Francisco Pires y de
María Vaz, del Consejo de Bemviver.
A los 16 años, el 1 de noviembre de 1569, el Hermano Amaro Vaz fue admitido en
Oporto como Hermano jesuita.
En la Relación del martirio se escribe señalando que lo atravesaron a puñaladas y
que lo tiraron al mar todavía vivo.
Bienaventurado Juan Fernandes Jorge (1547 – 1570)
Entre los misioneros que salieron de Lisboa en 1570 con el Bienaventurado
Ignacio de Azevedo, iban 8 jesuitas de apellido Fernandes, 3 de los cuales
quedaron en la isla de Madeira para seguir en las otras naves. Dos de éstos fueron
martirizados en septiembre de 1571 y el tercero, Diego Fernandes, fue arrojado
vivo al mar con otros dos más, pero él, porque sabía nadar, consiguió vivir y subir
a un barco.
Los otros cinco fueron martirizados el 15 de julio de 1570 y son los Escolares
jesuitas: dos del mismo nombre Juan Fernandes, Manuel, y los dos Hermanos
jesuitas, Domingo y Antonio.
Novicio escolar. Un año después que su homónimo, el 5 de junio de 1569, fue
recibido en Coimbra en la Compañía de Jesús este segundo jesuita Juan Fernandes.
Nació en Braga en 1547 y era hijo de Juan Fernandes y de Ana Jorge. Tenía 22
años el día de su ingreso.
Dice la Relación que en la proximidad del martirio “en algunos resplandeció una
notable alegría y especialmente en el Hermano Juan Fernandes, de Braga; lo cual
se le veía en el rostro y en las palabras, porque hablaba tan libre y audazmente a
los hugonotes que bien mostraba no temer a la muerte, y más bien parecía
provocar a que lo matasen o maltratasen.”
Fue arrojado al mar.
Bienaventurado Juan Fernandes Torres (1551 – 1570)
Este Juan Fernandes II era Estudiante jesuita. Había nacido en Lisboa, Portugal.
Fue hijo de Andrés Fernandes y de Helena Torres. Entró en la Compañía de Jesús
en Coimbra el 15 de abril de 1568, a los 17 años de edad.
Y “habiendo sido muy bien probado y dado muy buen ejemplo y satisfacción de sí,
hizo los Votos en la Capilla” del Valle del Rosal, dos meses antes de embarcarse al
Brasil con el Bienaventurado Padre Ignacio de Azevedo.
Murió a los 19 años de edad.
Bienaventurado Manuel Fernandes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Celorico, Portugal.
Como los anteriores Hermanos Fernandes, éste también fue arrojado vivo al mar,
pero en circunstancias dignas de particular registro:
“Iba el Hermano Manuel Fernandes encima de unas cajas junto al borde de la
nave, y como los calvinistas estaban furiosos y muy indignados contra los jesuitas,
uno de ellos lo levantó en brazos y, así vivo, lo lanzó al mar, en presencia de todos
los otros, sin haber otra causa nueva para ello que el odio interior que le había
concebido, y al pasar el Hermano junto al borde le pareció ser cosa fácil poderlo
lanzar abajo.”
Bienaventurado Domingo Fernandes (1551 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Villaviciosa, Portugal. Era hijo de Bento Fernandes y
de María Cortés. Tenía 16 años cuando fue admitido en el Noviciado de Evora, el
25 de septiembre de 1567. A pesar de ello en la Relación se dice de él que “era de
los Hermanos antiguos, de muchos años y de mucha virtud.”
Cuando arrojaron al mar al Bienaventurado Diego de Andrade “de la misma
manera cogieron y dieron de puñaladas al Hermano Domingo Fernandes y así,
medio vivo y medio muerto, lo lanzaron al mar.”
Bienaventurado Antonio Fernandes (1552 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Montemayor Nuevo, Portugal, en 1552. Su
padre era Gaspar Fernandes y su madre, María Lopes. Con probable aprendizaje en
artes, en Lisboa, fue admitido en la Compañía el 1 de enero de 1570, a los 18 años
de edad.
La relación dice de él: “Era muy buen carpintero, y todo el tiempo que demoraron
en Funchal, tanto él, como el Hermano pintor, como los orfebres, estuvieron
siempre en el Colegio y dejaron ahí a los Padres algunas obras muy valiosas.”
También este Hermano carpintero fue arrojado vivo al mar.
Bienaventurado Luis Correia (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Natural de Evora, Portugal.
Todo lo que se sabe de su vida vino anotado en la Relación cuando se escribió que
en los últimos momentos del Padre Diego de Andrade, el Hermano Luis Correia,
como era el despensero, le quiso dar un “bizcocho” mientras esperaba la muerte
tan próxima.
Bienaventurado Gonzalo Henríques (¿? – 1570)
Escolar. Diácono. Categóricamente se dice de él en la Relación: “tenía las órdenes
del Evangelio”. Nació en Oporto, Portugal.
Se desconocen los pormenores de su muerte, porque los Hermanos no lo vieron
morir, ni a él ni a otros tres: Manuel Rodríguez, Manuel Pacheco y Esteban
Zuraire. “Estos cuatro estaban muy metidos entre los que peleaban, y de la misma
manera el Hermano Juan de Mayorga que era pintor. Y todos se dieron a conocer
como de la Compañía, no solamente por el hábito, sino por las exhortaciones que
hacían con mucho fervor. No estuvieron con el Padre Ignacio de Azevedo, ni lo
vieron en su vida ni en su muerte. Estos cuatro desaparecieron en la pelea, y
porque no los vieron morir ni a sus cuerpos entre los que arrojaron al mar, los
Hermanos coligen que heridos por los hugonotes, éstos los arrojarían al mar, o
que sin ninguna herida los lanzarían vivos como lo hicieron con el Hermano
pintor”.
En particular de “Gonzalo Henriques, diácono, de Oporto” atestiguan que
“siempre anduvo exhortando y animando a todos con grandes gritos y voces, y con
gran fervor.”
Bienaventurado Simón Lopes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Ourem, Portugal.
Probablemente hizo los votos en la Compañía “entre Lisboa y la isla Madeira”,
pues era novicio cuando estaba en Oporto.
De hecho debía de ser muy joven y con apariencia de corta edad, por el género de
muerte que le dieron los calvinistas: simplemente lo echaron, sin herirlo, vivo al
mar. Así acostumbraban actuar con los de “muy poca edad y que parecían tener de
17 años para abajo; los lanzaban vivos al mar sin ninguna herida”.
Bienaventurado Álvaro Mendes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Elvas, Portugal. Su nombre era Álvaro Borralho, pero
los jesuitas lo cambiaron por el de Mendes.
Tenía buena voz y él fue uno de los que cantaba a tres voces, lo que tanto
apreciaba el P. Azevedo.
Era una persona delicada de estómago y nunca se acostumbró al movimiento del
mar, ni siquiera cuando de la isla Madeira hasta las Canarias, la nave no se sacudía.
Sin ningún alivio ni mejoría alguna, “Álvaro estuvo todo el viaje tan enfermo y
tan aislado por el mareo que casi siempre estaba en cama”.
El día del ataque calvinista, Álvaro yacía enfermo y mareado en cama en su
camarote. Igualmente, el Hermano Gregorio Escribano. Ambos se levantaron como
mejor pudieron. Se colocaron la sotana jesuita y corrieron a juntarse con sus
Hermanos. Y con ellos trabajaron en la bomba que achicaba agua del barco.
Después fueron maltratados, a Álvaro le atravesaron el pecho y, antes de expirar, a
los dos los arrojaron vivos al mar.
Bienaventurado Pedro Nunes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Fronteira, en el Obispado de Elvas, Portugal.
Se conserva de él una frase muy sobria, pero que inequívocamente revela su
envidiable fortaleza de ánimo; especialmente si atendemos las circunstancias en
que la dijo, cuando los calvinistas tenían ya cercada la nave Santiago.
Dice la Relación: “Estaba el Hermano Pedro Nunes con otros en una cámara, la
cual tenía un gran agujero, y entonces él dijo: ¡Ojalá quisiera Dios Nuestro Señor
que por este agujero viniera una bala de cañón y me quebrara la cabeza por amor
de Nuestro Señor!”
Bienaventurado Manuel Pacheco (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Ceuta, África, pero lo consideraban portugués.
Lo vieron audaz e intrépido durante el asalto de los calvinistas. Pero después, nadie
lo vio más, ni muerto ni vivo.
Bienaventurado Diego Pires (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Nisa, en el Obispado de Portalegre, Portugal.
Cuando estudiaba Filosofía en Evora, dice la Relación de su martirio, “parece que
no lo ayudaba mucho su ingenio poco dado a las sutilezas”.
“Un día faltó a clases y fue castigado y él fue a decir al Maestro que la causa de
su ausencia había sido por ir al Monasterio de Valverde, distante una legua y
media de Evora, a tratar con el Guardián su entrada a los Capuchinos de la
Piedad. Le respondió el Maestro que sentía no haber tenido conocimiento de esas
santas intenciones, y de camino le engrandeció la excelente elección que habían
hecho algunos estudiantes de esa Universidad de ser recibidos por el Padre
Ignacio de Azevedo para el Brasil. Entonces Diego Pires comenzó también a
inclinarse para ese mismo viaje. Pidió entrar en la Compañía de Jesús y fue
aceptado”.
“En la mañana del martirio fue señalado como uno de los once jesuitas que fueron
escogidos para animar a los que peleaban en la nave.
Y en medio de la pelea, poco después que cayera herido el Padre Ignacio de
Azevedo, el Hermano Diego Pires, salió a la cubierta, protestando la fe católica y
de la verdadera Iglesia Romana, vestido con la sotana de la Compañía. Uno de los
calvinistas se enojó mucho y siguiéndolo de una parte a otra con una lanza le dio
un lanzazo que lo atravesó de parte a parte. Y allí cayó muerto sin poder decir una
sola palabra”.
Después, arrojaron su cuerpo al mar.
Contando después el Maestro a sus discípulos, en la Universidad de Evora, “su
afortunada muerte les dijo que hicieran de él buenos recuerdos y que guardaran
respeto al lugar donde él se sentaba en las clases”. Y tanto fue ese respeto que
nadie se atrevió jamás sentarse en el puesto de Diego Pires.
Bienaventurado Manuel Rodrigues (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Alcochete, Portugal.
Esa tierra de Alcochete era la tierra del “santo Padre Cruz” donde se le tenía gran
devoción. Tal vez por eso el Bienaventurado Rodrigues usaba también como su
apellido el de Rodrigues de la Cruz. Los dos pertenecían a la Compañía, pero no se
sabe si eran parientes.
Nada se sabe de su martirio, a no ser que lo sufrió.
Bienaventurado Antonio Soares (1543 – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Portugal, en 1543. Hijo de Vicente Gonzalves y de
Leonor de Soares, este jesuita era natural de Trancoso.
Entró en la Compañía el 5 de junio de 1565 y terminó su noviciado en Evora. Al
principio los Superiores lo habían destinado a ayudar en los trabajos domésticos,
pero el Padre Ignacio de Azevedo, notando en él dotes y capacidad para más,
ordenó que estudiara y se preparara para el sacerdocio.
Todo pudo ser distinto, pero “el Hermano Antonio Soares, soto ministro, también
fue herido con puñaladas y después lo lanzaron al mar; así lo hacían con los
grandes que parecían sacerdotes.”
Bienaventurado Juan "adauctus", candidato. (¿? – 1570)
Era natural de un sitio ubicado entre el río Duero y el Miño, en el norte de
Portugal.
De apellido San Juan, era sobrino del capitán de la nave Santiago en la cual viajaba
a la Misión del Brasil el P. Ignacio de Acevedo y compañeros. En la navegación se
hizo amigo de los Hermanos y, con sencillez, pidió al P. Provincial ser admitido en
la Compañía. El Padre Ignacio no se apresuró en dar una respuesta. Indicó que
podría ser admitido en Brasil, si perseveraba en su propósito.
Al ser excluido el Hermano Juan Sánchez del martirio por los calvinistas por tener
el oficio de cocinero, el joven Juan San Juan vio llegada su hora. Echó mano de
una sotana que vio en el suelo, despojo de un mártir. Se la vistió y se asoció al
grupo que quedaba en cubierta.
Y “al ser tenido por jesuita, con ellos fue lanzado al mar, en odio a la Fe”.
La Relación dice: “Es cierto que los herejes cuando quitaron a los Hermanos
desde la bomba para achicar el agua, también tomaron a dos muchachos que no
eran de la Compañía creyendo que eran religiosos. Fue cosa espantosa ver dos
muertes tan diferentes, una de la otra. Pues uno aceptó que lo lanzasen al mar
para ser de la Compañía, y el otro, por más que dio gritos y alaridos proclamando
que no era religioso no le creyeron. Este era un muchacho, de los pasajeros; y el
otro... ya sabemos quién fue. Y así con mucha razón lo debemos tener por nuestro
Hermano y agregarlo a la lista de ellos.”
De esta manera, termina la Relación, es “cosa de dar gracias a Dios porque la
divina providencia quiso que el número de 40 no quedara disminuido y en lugar de
Juan Sánchez entrara éste que se agregaba.”
Los españoles.
Doce jesuitas españoles dieron sus nombres para la expedición misionera al Brasil
del Padre Ignacio de Azevedo. Solamente nueve se embarcaron en la isla Madeira
en la nave Santiago, los otros tres quedaron en Funchal para ir en otras naves. Uno
de los jesuitas españoles de la nave Santiago, el Hermano Juan Sánchez, no murió
mártir. De él, igualmente, sin ser Bienaventurado, escribiremos algo de su vida,
porque fue el mejor testigo de vista en los Procesos.
Bienaventurado Alonso de Baena (1530 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Villatobas, en la diócesis de Toledo, España. A los 30
años pasó al Portugal y allí entró en 1566 en la Compañía. Tenía el oficio de
orfebre en plata y oro, pero en la Compañía no ejerció ese oficio.
Estaba en el Colegio de Oporto el 6 de enero de 1570, y trabajaba en la huerta,
cuando fue alistado para la expedición del Brasil. Viajó con el P. Ignacio de
Acevedo, pero en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a
alguno de los que pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del
grupo de los jesuitas que salieron el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.
La Relación dice que el Hermano Baena fue de los escogidos para animar a los
combatientes y que juntamente con el Padre Diego de Andrade y los Hermanos
Andrés Gonzalves y Antonio Soares, sirvieron igualmente de enfermeros a los
heridos.
Bienaventurado Gregorio Escrivano (¿? – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Logroño, España
La Relación dice que “siempre fue un hombre muy enfermo del estómago, y desde
moraba en tierra estuvo mal, y de mareos, los cuales le acrecentaban mucho su
mal. Con todo él era el que llevaba el mayor peso en el trabajo de la cocina, y no
había quién lograra cansarlo en le trabajo”.
Hacía días que el Padre Azevedo “lo había dejado estar en cama” Y una vez que
el Padre Azevedo le daba “de comer y el Hermano vomitara todo”, le dijo:
“Hermano, no tiene usted por qué morir antes que lo maten por amor de Dios”.
Y así, el día del ataque calvinista, el Hermano Gregorio también estaba enfermo,
postrado en cama, “muy enfermo y como tullido, cuando vio que los otros
Hermanos eran tan mal tratados, y que a unos mataban, a otros lanzaban al mar,
él se levantó de la cama, y sin zapatos y sin birrete, vistió la sotana, y corrió para
estar con sus Hermanos y no perder su corona de martirio.”
Herido de mala manera fue arrojado al mar.
Bienaventurado Juan de Mayorga (1533 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en San Juan de Pie del Puerto, hoy Francis, entonces
España, en 1533. Vivió varios años en la capital del Reino de Aragón y fue
admitido en la Compañía en 1568, a los 35 años de edad.
Con fama de “excelente pintor”, dejó “algunos cuadros” en Zaragoza, y como
jesuita siempre trabajó en su profesión. Aún en el mar, durante su viaje.
Al llegar a España el P. Ignacio de Acevedo, nombrado Provincial del Brasil por
San Francisco de Borja, con la misión de reclutar jesuitas en las Provincias de
España y Portugal, se le dio como compañero, en Zaragoza, en 1570, al Hermano
Juan de Mayorga, navarro, de casi 38 años de edad. Y como pintor se pensó que
podría adornar con sagradas imágenes los templos de las nuevas reducciones en las
Indias.
Viajó al Brasil con la expedición del P. Ignacio de Acevedo, pero en barco
diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que pedían
cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas que
salían el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.
En el día del martirio, “habiendo entrado los calvinistas por el castillo de proa, el
Hermano Juan de Mayorga anduvo metido entre ellos exhortando y animando a
los nuestros. Y como en todo el tiempo de le pelea, nunca dejase de exhortar, como
le había encargado la obediencia, con su sotana, birrete y barba bien rapada
mostraba claramente ser de la Compañía de Jesús. Pero no tenía armas sino
únicamente las de la Palabra de Dios y de la Fe Católica”.
Al fin lo atacaron cinco calvinistas. Lo hirieron de mala manera en el pecho y en la
espalda. Cayó moribundo al pie de una copia que él mismo había pintado del
cuadro de la Virgen de Santa María la Mayor. Lo arrojaron vivo al mar.
Bienaventurado Fernando Sánchez (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Castilla la Vieja, España. Estudiaba como jesuita en
Salamanca cuando ahí se encontró con el Provincial del Brasil y se entusiasmó
para ir a esa tan necesitada Misión.
Dice la Relación: “Muy mal herido” lo arrojaron al mar.
Bienaventurado Francisco Pérez Godoy (1540 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Torrijos, perteneciente al Arzobispado de Toledo,
España. Era hijo de Juan Pérez Godoy y de Catalina del Campo. Era pariente
cercano de Santa Teresa de Jesús. En Torrijos residía una rama de los Sánchez de
Cepeda, familiares de don Alonso, padre de santa Teresa.
Era Bachiller en Cánones por la Universidad de Salamanca. “Sabía música y tocar
arpa y otros instrumentos”. Tenía un soberbio bigote del que mucho presumía.
Hizo los Ejercicios Espirituales y descubrió que estaba disponible para todo,
menos para cortarse el bigote. Heroicamente decidido, con un sacrificio enorme, se
cortó la mitad.
Fue admitido al Noviciado de la Compañía, en Medina del Campo. Su Maestro de
novicios fue el célebre P. Baltasar Álvarez. Éste muy pronto lo apreció por “su rara
virtud”.
Y sin embargo, el Maestro constató que el novicio carecía de visión en el ojo
izquierdo, impedimento para seguir en la Compañía. Preguntado si era así, el
novicio confesó ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de no ser
admitido en la Compañía Bienaventurado Manuel Alvares (1537 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Extremos Portugal en 1537. Fue hijo de Jerónimo
Álvares y de Juana Lopes. Fue pastor antes de entrar en la Compañía en Evora, el
12 de febrero de 1559 a los 22 años de edad.
Una carta suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San Francisco de
Borja, el 21 de abril de 1566, muestra detalles biográficos y la transparencia de su
alma:
“Siendo un pastor rústico, me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde
usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas, Dios Nuestro
Señor me ha dado desde hace mucho tiempo el deseo de ir al Brasil. Y esto hace
siete años que lo siento y me parece que Nuestro señor no me lo concede por mis
muchas imperfecciones, las cuales, espero por la misericordia del Señor, apartar
de mí poco a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del Japón e India
podrían moverme a desviarme, me parece que Nuestro Señor me da muy firmes
propósitos hacia el Brasil, sin que nada pueda pesar más que éstos.
Así, aunque no sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir a los enfermos en
la nave, y allá en el Brasil hacer todo lo que mande la santa obediencia, ya sea ser
cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea cualquier otro oficio. Mi oficio ahora
es el de ropero, pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor para
consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo. Yo soy aquél que,
si se acuerda Su Reverencia era comprador, cuando vino a este Colegio de Evora
y yo no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba cuenta al Procurador del
dinero que recibía, y Su Reverencia me mandó que aprendiera a leer y a escribir,
lo que ahora hago, aunque imperfectamente.”
Conocemos de su boca algunos pormenores de su vocación: “Yo era trabajador y
guardaba ganado. Un día, estaba arando y me vino el deseo de ser peregrino,
pedir limosna por Dios y no tener nada. Y viendo las maldades del mundo, me
vino el deseo de hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de
entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió a la Compañía.
Me recibió el Padre Dom Leao”.
En la nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, alentó a los portugueses y echó
en cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus conductas. En el castillo de
popa animó a los portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.
Y en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo: “Hermano Manuel, ojalá
alguien pudiera tocar este tambor para yo ir a pelear”. El Hermano le dijo: “Trae
acá el tambor, y por él no dejes de pelear”. Con gritos, voces, y tambor, animaba a
los portugueses.
Apenas llegaron a él, los franceses le dieron una estocada en el rostro y se
ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y le cortaron la cara, los brazos y las
piernas. A éstas primero las estiraron y quebraron los huesos. Al fin quedó hecho
un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que pudiese sufrir más. Él,
mirando a sus Hermanos horrorizados, les dijo: “No me tengan lástima, sino
envidia. Hace quince años que estoy en la Compañía, y hace más de diez que
estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con esta muerte me tengo por
extraordinariamente pagado.”
Como pudieron, unos Hermanos lo arrastraron hasta un camarote y allí lo
ayudaron. Y él se esforzaba por consolar a los otros.
El Capitán de la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse abajo donde
estaban los Hermanos para morir con ellos. Los calvinistas lo siguieron y allí
acabaron de matar a muchos.
Cuando llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas
gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el tambor. Echémoslo al mar.” Le
volvieron a pegar, lo arrastraron, lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.
El Bienaventurado Manuel tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano
Francisco Alvares, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante 40 años.
Bienaventurado Esteban de Zudaire (1551-1570)
Hermano jesuita. Nació en el pueblo de Zudaire (en el valle navarro de Amezkoa),
en España. A los 19 años ingresó en la Compañía de Jesús en calidad de Hermano
jesuita. Era estimado por su inocencia y sencillez.
Al llegar el Padre Ignacio de Azevedo en busca de voluntarios para el Brasil,
Esteban desempeñaba el oficio de sastre en el Colegio de Plasencia, en Cáceres. Se
incorporó a la expedición de misioneros.
En el momento del martirio, se adelantó hacia los corsarios con un crucifijo en las
manos. Una daga le atravesó el corazón. Lo echaron al mar. Bañado en sangre y
zarandeado por las olas, entonó el Te Deum.
Era un martirio presentido desde el mismo momento de partir desde Plasencia.
Habiéndole preguntado el P. Azevedo si marchaba contento, Esteban le respondió:
“Voy contento, muy contento. Voy a ser mártir”.
Y el Padre José de Acosta, que era su confesor, le preguntó ante la seguridad con
que veía su martirio: “¿Cómo sabe Ud. que va a ser mártir?” Y Esteban, con la
sencillez que lo caracterizaba, respondió: “El Señor me lo ha revelado en los
últimos Ejercicios.”
Esteban es uno de los cuatro Mártires que los otros de la nave no vieron cómo los
mataron.
Beatificado por Pío IX el día 12 de agosto de 1854, junto a los 39 jesuitas
martirizados, el obispo de Pamplona, Monseñor Uriz y Labayru, consiguió en
Roma que se aprobase su Oficio y Fiesta, la que se celebra en la diócesis de
Pamplona el 30 de agosto.
Bienaventurado Juan de San Martín (1550 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Juncos, entre Toledo e Illescas, España. Era hijo de
Francisco de San Martín y de Catalina Rodríguez. Estudió en la Universidad de
Alcalá, pero entró en la Compañía de Jesús en Portugal, en el Noviciado de Evora,
el 8 de febrero de 1570, a los 20 años de edad.
También él fue uno de los escogidos por el Bienaventurado Ignacio de Azevedo
para animar a los que defendían la nave Santiago.
De su muerte solamente se sabe que él, como tantos otros, fue arrojado vivo al
mar.
Bienaventurado Juan de Zafra. (¿? – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Jerez de Badajoz Toledo, España. Fue hijo de
Juan Páez y de Isabel Rodríguez. Entró en la Compañía el 8 de febrero de 1570 en
Portugal, en el Noviciado de Evora.
Sobre su muerte, el cronista sólo anotó: “al mar, vivo”.
Hermano Juan Sánchez.
Para cumplir la sentencia de Jacques de Soria, de que “todos los Hermanos fueran
ahogados, los lanzaron todos al mar, no al Hermano Juan Sánchez, mozo
pequeño, que escapó por especial providencia divina, para después poder contar
como testigo de vista todas las cosas para nuestro consuelo”.
Era ayudante del cocinero, y fue éste quien lo salvó. Pero cuando él se juntó con
los Hermanos, el cocinero dijo: “Déjenlo tranquilo, porque es cocinero;
muchacho, vete a la cocina”.
Después que se acabó la crueldad con los mártires, todos los pasajeros y marineros
vieron al Hermano Juan Sánchez llorando desconsoladamente, porque los había
visto caer al mar. Ese mar había estado sereno, transparente y casi sin olas. Por
esto los había visto ir hasta el fondo, muy abajo: a los pequeños que no sabían
nadar y a los malheridos.
En un mar de confidencias, un bretón le dijo que mientras lanzaban al mar a los
Padres y Hermanos, él también había visto todo desde su nave, y que algunos
pasaron junto a ella con las manos levantadas. Y que el capitán no había dejado
que se ayudara a nadie.
Algunos hugonotes le dijeron: “Ciertamente creemos que este Jacques de Soria se
va a ir al infierno por tanta crueldad”.
No faltaron tormentas durante los cinco meses que la Santiago anduvo tras otras
naves, buscando presas, por las costas de Portugal, Algarve y Galicia.
En fin, al llegar a La Rochelle, la Santiago se partió y luego se hundió. Y así, en
Francia, el Hermano Sánchez huyó de Soria y trabajó descalzo, sin camisa, sin
sombrero, cubierto sólo con un paño, hasta que alcanzó licencia, junto con doce
marineros portugueses, para ir a sus tierras.
El Hermano padeció mucho en ese viaje. Iba a pie, descalzo, con grandes fríos y
nieve. Y al llegar a España, fue derecho al Colegio de Oñate, en el país vasco. Allí
los Padres, espantados, no podían creer lo que oían y estaban viendo, en la persona
del Hermano. Mucho habían rezado por el P. Azevedo y esos compañeros que él
había recogido en esa tierra.
De allí pasó el Hermano de Colegio en Colegio, por buena parte de España, hasta
poder llegar al Portugal, al Colegio de Evora. De inmediato fue llamado a Lisboa
por el Padre Provincial donde con la ayuda del Padre Gaspar Serpe y un notario
pudo escribir su Información.
De esta “Relación” o Información se hicieron muchas copias. En 1574 el antiguo
Hermano Juan Sánchez estudiaba en el Colegio de Lisboa en la tercera clase. Años
después, su nombre figura entre los egresados.
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Fueron atacados por un barco hugonote en las inmediaciones de la isla de La Palma y fueron martirizados todos los miembros de la tripulación.
Santa Teresa de Jesús tenía entre los mártires a su sobrino Francisco Pérez Godoy, y de hecho, tuvo una visión de su martirio, mucho antes de enterarse.
En 1999 se colocaron en el fondo del mar -a unos veinte metros de profundidad y donde se cree que fueron arrojados los jesuitas- cuarenta cruces de piedra.
Sus nombres eran:
8. P. Ignacio de Azevedo + 1570
9. P. Diego de Andrade + 1570
10. H. Manuel Alvares + 1570
11. H. Francisco Alvares + 1570
12. H. Gaspar Alvares + 1570
13. E. Bento de Castro + 1570
14. E. Marcos Caldeira, nov. + 1570
15. E. Antonio Correia, nov. + 1570
16. H. Simón da Costa, nov. + 1570
17. E. Alejo Delgado, nov + 1570
18. E. Nicolás Denis, nov. + 1570
19. E. Pedro de Fontoura + 1570
20. E. Andrés Goncalves, nov. + 1570
21. E. Francisco de Magalhaes, nov. + 1570
22. H. Blas Ribeiro, nov. + 1570
23. E. Luis Rodrigues, nov. + 1570
24. H. Amaro Vaz nov. + 1570
25. E. Juan Fernandes Jorge + 1570
26. E. Juan Fernandes Torres + 1570
27. E. Manuel Fernández + 1570
28. H. Domingo Fernandes + 1570
29. E. Antonio Fernández, nov. + 1570
30. E. Luis Correia + 1570
31. E. Gonzalo Henríques + 1570
32. E. Simón Lopes + 1570
33. E. Álvaro Mendes + 1570
34. E. Pedro Nunes + 1570
35. E. Manuel Pacheco + 1570
36. E. Diego Pires + 1570
37. E. Manuel Rodrigues + 1570
38. E. Antonio Soares + 1570
39. H. Juan "adauctus", candidato + 1570
40. H. Alonso de Baena + 1570
41. H. Gregorio Escrivano + 1570
42. H. Juan de Mayorga + 1570
43. E. Fernando Sánchez + 1570
44. E. Francisco Pérez Godoy, nov. + 1570
45. H. Esteban Zuraire + 1570
46. E. Juan de San Martín, nov. + 1570
47. H. Juan de Zafra, nov. + 1570
UN REPASO POR SUS BIOGRAFÍAS
Ignacio de Azevedo de Atayde Abreu y Malafaia nació el año 1527 cerca de Oporto (Portugal). Su padre fue D. Manuel de Azevedo y su madre doña Francisca de Abreu. Su familia era noble, tenía fortuna y eran personas importantes.
En realidad era hijo ilegítimo. Fue legitimado a los 12 ó 13 años por el rey D. Juan III. Educado en la corte portuguesa vivió un tiempo “muy distraídamente y metido en los negocios de revueltas y contiendas”, como él mismo dijo años más tarde.
Cuando despertó y se empeñó en su fe pensó e “hizo promesa a Nuestra Señora de ser dominico o de entrar en los descalzos, por tenerlos por más perfectos.”
Decidió entonces hacer un discernimiento vocacional, después de oír la
predicación del Padre jesuita Francisco Estrada. En Coimbra hizo durante 40 días
los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice un biógrafo: “Como Jesús en el
desierto, ayunó todos esos 40 días; debió llamarle la atención el Superior Padre
Simón Rodrígues”. Y determinó renunciar a su mayorazgo de Barbosa, los terrenos
y propiedades en el distrito Paso de Sousa, entre los ríos Duero y Miño, asiento de
los Morgado de Azevedo.
Entró en la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Coimbra, el 23 de diciembre
del año 1548 a la edad de 21 años.
Traía estudios de Humanidades, pero los completó “un poco”. Enseguida, por dos
ó tres años estudió la Filosofía en San Fins. Después, durante año y medio, estudió
Teología en Coimbra.
Le atraían las noticias de las Misiones. Primero se ofreció para Angola y el Congo.
Después, para la India y el Japón.
En el mes de febrero de 1553 “tomó en Braga todas las órdenes sagradas”. El P.
Maestro Simón Rodríguez, uno de los primeros compañeros de San Ignacio y
Provincial de Portugal, fue quien se las concedió.
Nombrado confesor para la “gente de afuera”, estuvo en Lisboa, en la iglesia de
San Antonio, cuatro o cinco meses, hasta que el mismo P. Simón Rodríguez, ese
mismo año, lo nombró primer Rector del Colegio de San Antonio, en Lisboa. Allí
estuvo dos años. Después fue Ministro en la Casa profesa de San Roque, también
en Lisboa, y después Rector en Coimbra.
En 1556, a la muerte de San Ignacio, el P. Provincial Miguel de Torres debió viajar
a Roma a la Congregación General. El P. Ignacio de Azevedo quedó como
Viceprovincial en Portugal. Visitó entonces todas las Casas de la Compañía.
En 1560 fue nombrado primer Rector del reciente Colegio fundado por él en la
ciudad de Braga.
En 1565, después de la muerte del P. Diego Laínez, el segundo General de la
Compañía de Jesús, la Congregación provincial lo eligió como elector para la
Congregación General. El nuevo General, San Francisco de Borja, lo nombró
Visitador de las Tierras de la Santa Cruz (Brasil), con toda la autoridad de General,
encargándole que al término de su misión regresase a Roma a informarle de viva
voz. Hacía ya bastante tiempo que el P. Manuel de Nóbrega había pedido un
Visitador para determinar mejor algunas situaciones y opciones en la Misión del
Brasil.
El Padre Ignacio de Azevedo regresó a Portugal y pronto, con otros siete
compañeros, se embarcó para las Indias en junio de 1566, en la armada de
Cristóbal Cardoso de Barros. El 23 de agosto de 1566, el Padre Azevedo arribó a la
ciudad de Bahía, sede del Gobernador y del Obispo, y del Colegio de la Compañía.
Allí estuvo tres meses. Después viajó a todas las Residencias que habían fundado
los Padres, diseminadas en ese inmenso territorio, perdidas en las selvas y bosques
tropicales. El Padre Azevedo quiso visitar a todos los misioneros y ver con sus ojos
lo que estaban haciendo en pro de los aborígenes y de los colonos.
Nombró Provincial al célebre P. Manuel de Nóbrega. Con él y el Bienaventurado
José de Anchieta, participó en las fundaciones de las ciudades de Sao Pablo y Río
de Janeiro, donde la Compañía de Jesús tenía Misiones establecidas. Estuvo casi
dos años en Brasil.
Se reunió la Congregación Provincial en Bahía, en junio de 1568, y el Padre
Ignacio de Azevedo fue elegido Procurador a Roma. Embarcó el 14 de agosto, para
llegar a Lisboa el 21 de octubre de 1568.
En Portugal informó al Rey, y en mayo de 1569 salió para Roma para informar al
Padre General y al Papa sobre la Misión del Brasil. Impresionó a San Pío V y a
San Francisco de Borja con esas noticias y con el gran problema de fondo: la
escasez de misioneros. El Papa le concedió la gracia de otorgarle una copia de la
imagen de la Virgen venerada en la Basílica de Santa María la Mayor. Y el Padre
Ignacio obtuvo de San Francisco de Borja la licencia y misión de reclutar refuerzos
de la Compañía, pues regresaba al Brasil con el cargo de Provincial.
El 28 de agosto de 1569 ya estaba en España, regresando a Portugal, y el 26 de
septiembre llegaba a Coimbra con nueve candidatos de Castilla y Valencia.
Después de comunicar largo con el Rey Don Sebastián se fue a Oporto para tratar
su viaje al Brasil. En esos meses se afanó por encontrar voluntarios. Quería llevar
el mayor número posible de misioneros.
Reunió unos 90: cuatro sacerdotes, algunos estudiantes de teología y de filosofía,
un buen número de novicios, Hermanos jesuitas, tan necesarios en los países
nuevos de América, y algunos asalariados. A todos ellos los reunió en una Casa de
campo del Colegio de Lisboa, llamada Valle de Rosal, en la Costa de Caparica,
hoy diócesis de Setúbal. Allí los preparó para la futura misión. Fue Maestro de
novicios, formador y Superior de todos.
Inteligente y escrupulosamente los había elegido. Llevaba algunos que “podían
enseñar Teología”, otros, Filosofía, “podían enseñar Artes” y también “buenos
humanistas” que muy bien podían enseñar Humanidades. Con todo, los más eran
Hermanos jesuitas, que recién habían ingresado en la Compañía y con el expreso
deseo de ser enviados a las misiones.
El 5 de junio de 1570 pudo zarpar en la flota de siete de naves que salían desde
Lisboa. La expedición jesuita para el Brasil estaba formada por casi 100 personas,
contando a los laicos que llevaba para los trabajos artesanales. Era la mayor
expedición de religiosos que salía a América, y no hubo otra mayor entre las
salidas de Lisboa en todos los años de la Compañía de Jesús, desde 1541 a 1747.
En tres naves viajaron los jesuitas. En una, en la de Don Luis Vasconcelos nuevo
Gobernador del Brasil, el Padre Pedro Díaz con 20 compañeros. En la que
llamaban de los Huérfanos, conducidos allá para poblar el Brasil, el Padre
Francisco de Castro con tres Hermanos. Y en la nave “Santiago”, cargada de
mercaderías para las islas Canarias, Cabo Verde y Brasil, el Padre Provincial
Ignacio de Azevedo con 45 compañeros.
Las siete naves llegaron a las islas Madeira el 12 del mismo mes, sin encuentro
peligroso de enemigos. Y aunque vieron algunas velas, como eran siete los navíos
portugueses, no se atrevieron. Pero los mercaderes de Oporto que iban en la nave
“Santiago” insistieron en continuar el viaje hasta La Palma de la Gran Canaria,
para dejar buena parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar pronto
y reincorporarse al grueso de la flota. En esa nave viajaba Ignacio ahora con 39
jesuitas; los otros 6 prefirieron quedar en Madeira.
Antes de hacerse nuevamente a la mar, presintiendo el Padre Azevedo el peligro de
los corsarios, y con ello el martirio, convocó a su grupo antes del embarque. Quiso
voluntarios, sin coacciones. Algunos dudaron y fueron sustituidos por candidatos
de otros barcos. Se confesaron los marineros en la víspera de San Pedro, y en el día
de la fiesta comulgaron todos. Cuatro novicios pidieron seguir viaje en otra de las
naves. En su lugar fueron admitidos dos españoles y dos portugueses. Continuaron
viaje el 30 de junio.
A los siete días avistaron la isla de La Palma pero, al no poder ingresar en el puerto
de la capital por un viento contrario, debieron desviarse a una ensenada llamada
Tazacorte. Exactamente en ese lugar vivía un hidalgo, don Melchor de Monteverde
y Pruss, quien resultó haber sido muy amigo del P. Ignacio cuando ambos habían
sido niños en Oporto. Don Melchor pidió agasajar a su amigo y a sus compañeros
en su casa señorial. Y al día siguiente todos los jesuitas visitaron la hacienda, las
casas y hasta la iglesia donde el Padre Ignacio celebró la Eucaristía y don Melchor
se confesó con su amigo. En ese puerto de Tazacorte estuvieron 5 días, y don
Melchor aconsejó que siguieran el viaje por tierra hasta la capital de la isla, Santa
Cruz de La Palma: él ofreció cabalgaduras para todos y camellos para toda la
carga. No había más que tres leguas de camino y, por mar, con el tiempo contrario
y las vueltas que debería dar la nave, podrían ser varios días. Además, por tierra,
no había peligro de corsarios.
El P. Ignacio se inclinó a aceptar el ofrecimiento de don Melchor. Agradeció a su
amigo y le dijo que esa noche iba a tomar una decisión. Al día siguiente, muy
temprano, con esta intención se recogió en oración para seguir su discernimiento.
Celebró la Eucaristía con todos los Hermanos, les dio la Comunión, y después les
dijo:
“Hermanos, yo estaba decidido a que nos fuéramos por tierra, porque parecía
haber peligro de corsarios franceses. Pero ahora me he determinado del todo a
seguir por mar. Y así siento en Dios Nuestro lo que debemos hacer, porque los
franceses si nos tomaran ¿qué mal nos podrían hacer? El mayor mal que nos
podrían hacer es mandarnos pronto al Cielo. Créanme, Hermanos, que todo el
mal que los franceses pueden hacer, no es, en verdad, nada.”
Esta fue la última Misa del Padre Ignacio de Azevedo. Después dijo: “Cuando
tengamos que irnos, nos embarcaremos.”
Toda esa tarde los Hermanos estuvieron “cantando y recreándose”. Y cuando se
despidieron de don Melchor, éste los mandó en cabalgaduras hasta la playa, y
mandó entregarles gallinas, conejos, muchos dulces de miel y panes de azúcar y
otras muchas cosas. Y a su vez el Padre Ignacio lo convidó a bordo y “le dio en la
cubierta una buena merienda con cosas dulces de las islas de Madeira.”
Pero la nave fue atacada el 15 de julio. El vigía, desde la cofia, avistó a cinco
galeones. Esas cinco naves, enfiladas las proas, embistieron contra la “Santiago”.
Era la temible escuadra del calvinista francés Jacques Sourié de la Rochelle,
vicealmirante de la reina de Navarra, doña Juana de Albret. Ésta había declarado
una feroz persecución contra los navíos portugueses que navegaban hacia las
Indias. Las órdenes eran expropiar las naves y mercaderías, no tocar a la
tripulación y a los pasajeros, pero sí exterminar a todos los odiados jesuitas que
viajaran como misioneros.
En una lucha desigual, murió el capitán y la “Santiago” se rindió. Ignacio hizo salir
a los jesuitas a cubierta. Todos, frente a la imagen de la Virgen, sostenida por el
Provincial, entonaron las letanías lauretanas. No hubo clemencia y Jacques dictó
sentencia de muerte contra todos los jesuitas. Los calvinistas atacaron con gritos:
“¡Mueran los perros papistas! ¡Hay que echarlos al mar!”
El P. Ignacio de Azevedo se había “colocado en el medio de la nave, al pie del
mástil mayor, con la Imagen de Nuestra Señora en sus manos”. Y a él fue al
primero a quien se le descargó una violenta cuchillada en la cabeza, abriéndola
hasta los sesos. Como parecía estar firme, sin caer, le dieron tres o cuatro estocadas
mortales. No cayó del todo, sino que “quedó como acostado en el martinete del
barco”. Allí lo abrazó el P. Diego de Andrade y acudieron algunos Hermanos, y así
como estaban ambos abrazados, los llevaron junto al timón donde el Padre
Azevedo quedó “siempre aferrado a la imagen de Nuestra Señora, sin nunca
soltar las manos” por lo cual la imagen ya estaba “toda ensangrentada con su
sangre.”
Antes de morir dijo: “Muero por la Santa Iglesia Católica y por lo que ella
enseña”. Y a los jesuitas que lo rodearon, les dijo: No tengan miedo, agradezcan
esta misericordia del Señor. Yo voy adelante y los esperaré en el cielo”. Y expiró,
“siempre con los ojos en la imagen de Nuestra Señora”.
Después de terminada la refriega, los Hermanos vieron que el cuerpo del Padre
Ignacio era llevado por 6 ó 7 franceses, todo “duro y con los brazos extendidos en
cruz” y, vestido y calzado, delante de los jesuitas que estaban en la bomba para
sacar el agua, lo arrojaron al mar.
De esta manera sufrieron el martirio, junto con Ignacio, otros 39 jesuitas, arrojados
desnudos al mar.
Los calvinistas sólo perdonaron la vida al Hermano Juan Sánchez. Supieron que
era cocinero y lo conservaron para servirse de él. Estuvo con ellos hasta que
volvieron a Francia, de donde volvió a España para dar testimonio del martirio de
sus Hermanos.
También dieron testimonios varios cautivos que iban en las galeras de Jacques
Sourié, por los cuales pagaron rescate en las islas de La Palma y Lanzarote. Ellos
después navegaron a las islas Madeira y refirieron lo que habían visto.
Fueron venerados como mártires, en Roma y en otras partes, apenas se supo el
martirio. Gregorio XV permitió su culto en 1621. Ese culto se interrumpió con
ocasión del Decreto del Papa Urbano VIII, en 1625. Benedicto XIV publicó en
1742 un Decreto otorgando nuevamente el culto acostumbrado a los mártires. Y el
Bienaventurado Pío IX aprobó el parecer de la Sagrada Congregación, reconoció y
confirmó el culto de estos mártires el 11 de mayo de 1854.
Los jesuitas que viajaban en las otras naves también tuvieron que sufrir en manos
de los hugonotes. El P. Pedro Díaz con veinte de la Compañía, y el P. Francisco de
Castro y los suyos, que venían en las otras naves con el Gobernador Vasconcelos,
debieron desviarse a las islas de Barvolento, Santo Domingo y Cuba. Después de
15 meses de andar errantes, catorce jesuitas pudieron por fin dirigirse al Brasil.
Cayeron también en poder de los corsarios franceses e ingleses. Doce de ellos
terminaron allí sus vidas; sólo dos se salvaron a nado.
En realidad era hijo ilegítimo. Fue legitimado a los 12 ó 13 años por el rey D. Juan III. Educado en la corte portuguesa vivió un tiempo “muy distraídamente y metido en los negocios de revueltas y contiendas”, como él mismo dijo años más tarde.
Cuando despertó y se empeñó en su fe pensó e “hizo promesa a Nuestra Señora de ser dominico o de entrar en los descalzos, por tenerlos por más perfectos.”
Decidió entonces hacer un discernimiento vocacional, después de oír la
predicación del Padre jesuita Francisco Estrada. En Coimbra hizo durante 40 días
los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice un biógrafo: “Como Jesús en el
desierto, ayunó todos esos 40 días; debió llamarle la atención el Superior Padre
Simón Rodrígues”. Y determinó renunciar a su mayorazgo de Barbosa, los terrenos
y propiedades en el distrito Paso de Sousa, entre los ríos Duero y Miño, asiento de
los Morgado de Azevedo.
Entró en la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Coimbra, el 23 de diciembre
del año 1548 a la edad de 21 años.
Traía estudios de Humanidades, pero los completó “un poco”. Enseguida, por dos
ó tres años estudió la Filosofía en San Fins. Después, durante año y medio, estudió
Teología en Coimbra.
Le atraían las noticias de las Misiones. Primero se ofreció para Angola y el Congo.
Después, para la India y el Japón.
En el mes de febrero de 1553 “tomó en Braga todas las órdenes sagradas”. El P.
Maestro Simón Rodríguez, uno de los primeros compañeros de San Ignacio y
Provincial de Portugal, fue quien se las concedió.
Nombrado confesor para la “gente de afuera”, estuvo en Lisboa, en la iglesia de
San Antonio, cuatro o cinco meses, hasta que el mismo P. Simón Rodríguez, ese
mismo año, lo nombró primer Rector del Colegio de San Antonio, en Lisboa. Allí
estuvo dos años. Después fue Ministro en la Casa profesa de San Roque, también
en Lisboa, y después Rector en Coimbra.
En 1556, a la muerte de San Ignacio, el P. Provincial Miguel de Torres debió viajar
a Roma a la Congregación General. El P. Ignacio de Azevedo quedó como
Viceprovincial en Portugal. Visitó entonces todas las Casas de la Compañía.
En 1560 fue nombrado primer Rector del reciente Colegio fundado por él en la
ciudad de Braga.
En 1565, después de la muerte del P. Diego Laínez, el segundo General de la
Compañía de Jesús, la Congregación provincial lo eligió como elector para la
Congregación General. El nuevo General, San Francisco de Borja, lo nombró
Visitador de las Tierras de la Santa Cruz (Brasil), con toda la autoridad de General,
encargándole que al término de su misión regresase a Roma a informarle de viva
voz. Hacía ya bastante tiempo que el P. Manuel de Nóbrega había pedido un
Visitador para determinar mejor algunas situaciones y opciones en la Misión del
Brasil.
El Padre Ignacio de Azevedo regresó a Portugal y pronto, con otros siete
compañeros, se embarcó para las Indias en junio de 1566, en la armada de
Cristóbal Cardoso de Barros. El 23 de agosto de 1566, el Padre Azevedo arribó a la
ciudad de Bahía, sede del Gobernador y del Obispo, y del Colegio de la Compañía.
Allí estuvo tres meses. Después viajó a todas las Residencias que habían fundado
los Padres, diseminadas en ese inmenso territorio, perdidas en las selvas y bosques
tropicales. El Padre Azevedo quiso visitar a todos los misioneros y ver con sus ojos
lo que estaban haciendo en pro de los aborígenes y de los colonos.
Nombró Provincial al célebre P. Manuel de Nóbrega. Con él y el Bienaventurado
José de Anchieta, participó en las fundaciones de las ciudades de Sao Pablo y Río
de Janeiro, donde la Compañía de Jesús tenía Misiones establecidas. Estuvo casi
dos años en Brasil.
Se reunió la Congregación Provincial en Bahía, en junio de 1568, y el Padre
Ignacio de Azevedo fue elegido Procurador a Roma. Embarcó el 14 de agosto, para
llegar a Lisboa el 21 de octubre de 1568.
En Portugal informó al Rey, y en mayo de 1569 salió para Roma para informar al
Padre General y al Papa sobre la Misión del Brasil. Impresionó a San Pío V y a
San Francisco de Borja con esas noticias y con el gran problema de fondo: la
escasez de misioneros. El Papa le concedió la gracia de otorgarle una copia de la
imagen de la Virgen venerada en la Basílica de Santa María la Mayor. Y el Padre
Ignacio obtuvo de San Francisco de Borja la licencia y misión de reclutar refuerzos
de la Compañía, pues regresaba al Brasil con el cargo de Provincial.
El 28 de agosto de 1569 ya estaba en España, regresando a Portugal, y el 26 de
septiembre llegaba a Coimbra con nueve candidatos de Castilla y Valencia.
Después de comunicar largo con el Rey Don Sebastián se fue a Oporto para tratar
su viaje al Brasil. En esos meses se afanó por encontrar voluntarios. Quería llevar
el mayor número posible de misioneros.
Reunió unos 90: cuatro sacerdotes, algunos estudiantes de teología y de filosofía,
un buen número de novicios, Hermanos jesuitas, tan necesarios en los países
nuevos de América, y algunos asalariados. A todos ellos los reunió en una Casa de
campo del Colegio de Lisboa, llamada Valle de Rosal, en la Costa de Caparica,
hoy diócesis de Setúbal. Allí los preparó para la futura misión. Fue Maestro de
novicios, formador y Superior de todos.
Inteligente y escrupulosamente los había elegido. Llevaba algunos que “podían
enseñar Teología”, otros, Filosofía, “podían enseñar Artes” y también “buenos
humanistas” que muy bien podían enseñar Humanidades. Con todo, los más eran
Hermanos jesuitas, que recién habían ingresado en la Compañía y con el expreso
deseo de ser enviados a las misiones.
El 5 de junio de 1570 pudo zarpar en la flota de siete de naves que salían desde
Lisboa. La expedición jesuita para el Brasil estaba formada por casi 100 personas,
contando a los laicos que llevaba para los trabajos artesanales. Era la mayor
expedición de religiosos que salía a América, y no hubo otra mayor entre las
salidas de Lisboa en todos los años de la Compañía de Jesús, desde 1541 a 1747.
En tres naves viajaron los jesuitas. En una, en la de Don Luis Vasconcelos nuevo
Gobernador del Brasil, el Padre Pedro Díaz con 20 compañeros. En la que
llamaban de los Huérfanos, conducidos allá para poblar el Brasil, el Padre
Francisco de Castro con tres Hermanos. Y en la nave “Santiago”, cargada de
mercaderías para las islas Canarias, Cabo Verde y Brasil, el Padre Provincial
Ignacio de Azevedo con 45 compañeros.
Las siete naves llegaron a las islas Madeira el 12 del mismo mes, sin encuentro
peligroso de enemigos. Y aunque vieron algunas velas, como eran siete los navíos
portugueses, no se atrevieron. Pero los mercaderes de Oporto que iban en la nave
“Santiago” insistieron en continuar el viaje hasta La Palma de la Gran Canaria,
para dejar buena parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar pronto
y reincorporarse al grueso de la flota. En esa nave viajaba Ignacio ahora con 39
jesuitas; los otros 6 prefirieron quedar en Madeira.
Antes de hacerse nuevamente a la mar, presintiendo el Padre Azevedo el peligro de
los corsarios, y con ello el martirio, convocó a su grupo antes del embarque. Quiso
voluntarios, sin coacciones. Algunos dudaron y fueron sustituidos por candidatos
de otros barcos. Se confesaron los marineros en la víspera de San Pedro, y en el día
de la fiesta comulgaron todos. Cuatro novicios pidieron seguir viaje en otra de las
naves. En su lugar fueron admitidos dos españoles y dos portugueses. Continuaron
viaje el 30 de junio.
A los siete días avistaron la isla de La Palma pero, al no poder ingresar en el puerto
de la capital por un viento contrario, debieron desviarse a una ensenada llamada
Tazacorte. Exactamente en ese lugar vivía un hidalgo, don Melchor de Monteverde
y Pruss, quien resultó haber sido muy amigo del P. Ignacio cuando ambos habían
sido niños en Oporto. Don Melchor pidió agasajar a su amigo y a sus compañeros
en su casa señorial. Y al día siguiente todos los jesuitas visitaron la hacienda, las
casas y hasta la iglesia donde el Padre Ignacio celebró la Eucaristía y don Melchor
se confesó con su amigo. En ese puerto de Tazacorte estuvieron 5 días, y don
Melchor aconsejó que siguieran el viaje por tierra hasta la capital de la isla, Santa
Cruz de La Palma: él ofreció cabalgaduras para todos y camellos para toda la
carga. No había más que tres leguas de camino y, por mar, con el tiempo contrario
y las vueltas que debería dar la nave, podrían ser varios días. Además, por tierra,
no había peligro de corsarios.
El P. Ignacio se inclinó a aceptar el ofrecimiento de don Melchor. Agradeció a su
amigo y le dijo que esa noche iba a tomar una decisión. Al día siguiente, muy
temprano, con esta intención se recogió en oración para seguir su discernimiento.
Celebró la Eucaristía con todos los Hermanos, les dio la Comunión, y después les
dijo:
“Hermanos, yo estaba decidido a que nos fuéramos por tierra, porque parecía
haber peligro de corsarios franceses. Pero ahora me he determinado del todo a
seguir por mar. Y así siento en Dios Nuestro lo que debemos hacer, porque los
franceses si nos tomaran ¿qué mal nos podrían hacer? El mayor mal que nos
podrían hacer es mandarnos pronto al Cielo. Créanme, Hermanos, que todo el
mal que los franceses pueden hacer, no es, en verdad, nada.”
Esta fue la última Misa del Padre Ignacio de Azevedo. Después dijo: “Cuando
tengamos que irnos, nos embarcaremos.”
Toda esa tarde los Hermanos estuvieron “cantando y recreándose”. Y cuando se
despidieron de don Melchor, éste los mandó en cabalgaduras hasta la playa, y
mandó entregarles gallinas, conejos, muchos dulces de miel y panes de azúcar y
otras muchas cosas. Y a su vez el Padre Ignacio lo convidó a bordo y “le dio en la
cubierta una buena merienda con cosas dulces de las islas de Madeira.”
Pero la nave fue atacada el 15 de julio. El vigía, desde la cofia, avistó a cinco
galeones. Esas cinco naves, enfiladas las proas, embistieron contra la “Santiago”.
Era la temible escuadra del calvinista francés Jacques Sourié de la Rochelle,
vicealmirante de la reina de Navarra, doña Juana de Albret. Ésta había declarado
una feroz persecución contra los navíos portugueses que navegaban hacia las
Indias. Las órdenes eran expropiar las naves y mercaderías, no tocar a la
tripulación y a los pasajeros, pero sí exterminar a todos los odiados jesuitas que
viajaran como misioneros.
En una lucha desigual, murió el capitán y la “Santiago” se rindió. Ignacio hizo salir
a los jesuitas a cubierta. Todos, frente a la imagen de la Virgen, sostenida por el
Provincial, entonaron las letanías lauretanas. No hubo clemencia y Jacques dictó
sentencia de muerte contra todos los jesuitas. Los calvinistas atacaron con gritos:
“¡Mueran los perros papistas! ¡Hay que echarlos al mar!”
El P. Ignacio de Azevedo se había “colocado en el medio de la nave, al pie del
mástil mayor, con la Imagen de Nuestra Señora en sus manos”. Y a él fue al
primero a quien se le descargó una violenta cuchillada en la cabeza, abriéndola
hasta los sesos. Como parecía estar firme, sin caer, le dieron tres o cuatro estocadas
mortales. No cayó del todo, sino que “quedó como acostado en el martinete del
barco”. Allí lo abrazó el P. Diego de Andrade y acudieron algunos Hermanos, y así
como estaban ambos abrazados, los llevaron junto al timón donde el Padre
Azevedo quedó “siempre aferrado a la imagen de Nuestra Señora, sin nunca
soltar las manos” por lo cual la imagen ya estaba “toda ensangrentada con su
sangre.”
Antes de morir dijo: “Muero por la Santa Iglesia Católica y por lo que ella
enseña”. Y a los jesuitas que lo rodearon, les dijo: No tengan miedo, agradezcan
esta misericordia del Señor. Yo voy adelante y los esperaré en el cielo”. Y expiró,
“siempre con los ojos en la imagen de Nuestra Señora”.
Después de terminada la refriega, los Hermanos vieron que el cuerpo del Padre
Ignacio era llevado por 6 ó 7 franceses, todo “duro y con los brazos extendidos en
cruz” y, vestido y calzado, delante de los jesuitas que estaban en la bomba para
sacar el agua, lo arrojaron al mar.
De esta manera sufrieron el martirio, junto con Ignacio, otros 39 jesuitas, arrojados
desnudos al mar.
Los calvinistas sólo perdonaron la vida al Hermano Juan Sánchez. Supieron que
era cocinero y lo conservaron para servirse de él. Estuvo con ellos hasta que
volvieron a Francia, de donde volvió a España para dar testimonio del martirio de
sus Hermanos.
También dieron testimonios varios cautivos que iban en las galeras de Jacques
Sourié, por los cuales pagaron rescate en las islas de La Palma y Lanzarote. Ellos
después navegaron a las islas Madeira y refirieron lo que habían visto.
Fueron venerados como mártires, en Roma y en otras partes, apenas se supo el
martirio. Gregorio XV permitió su culto en 1621. Ese culto se interrumpió con
ocasión del Decreto del Papa Urbano VIII, en 1625. Benedicto XIV publicó en
1742 un Decreto otorgando nuevamente el culto acostumbrado a los mártires. Y el
Bienaventurado Pío IX aprobó el parecer de la Sagrada Congregación, reconoció y
confirmó el culto de estos mártires el 11 de mayo de 1854.
Los jesuitas que viajaban en las otras naves también tuvieron que sufrir en manos
de los hugonotes. El P. Pedro Díaz con veinte de la Compañía, y el P. Francisco de
Castro y los suyos, que venían en las otras naves con el Gobernador Vasconcelos,
debieron desviarse a las islas de Barvolento, Santo Domingo y Cuba. Después de
15 meses de andar errantes, catorce jesuitas pudieron por fin dirigirse al Brasil.
Cayeron también en poder de los corsarios franceses e ingleses. Doce de ellos
terminaron allí sus vidas; sólo dos se salvaron a nado.
Bienaventurado Diego de Andrade (1533 – 1570)
Sacerdote. Nació en Pedrogan Grande, Portugal, en el distrito de Leiria, en 1533.
Era primo del poeta Miguel Leitao de Andrade. Su padre se llamaba Juan Nuñez y
su madre Ana de Andrade.
Entre los datos de su juventud, sabemos que vivía con su madre y una hermana y
se preocupaba del cultivo de un campo. También sabemos que una vez hizo la
peregrinación a Santiago de Compostela.
Tenía algunos estudios cuando, el 7 de julio de 1558, entró al Noviciado de la
Compañía de Jesús en Coimbra a la edad de 25 años.
Fue Sotoministro tanto en el Colegio de Coimbra como en el de San Antonio en
Lisboa. Se ordenó de sacerdote en Coimbra en noviembre de 1569.
Diego fue el único sacerdote de la Compañía que acompañó a Ignacio de Azevedo
en el martirio. Los otros sacerdotes iban en otras naves. Diego era el compañero o
Socio del Provincial.
Se sabe que el Padre Ignacio de Azevedo, en el mar, “todos los Domingos y días
festivos celebraba una Misa cantada” ¿Lo acompañaban el Bienaventurado Padre
de Andrade como sacerdote y el Bienaventurado Gonzalo Henríques quien era
diácono? Las crónicas no dicen que fuera así, pero era muy posible. El P. Andrade
confiesa sí, en la nave y en tierra, pues en Madeira y en las islas Canarias
confesaron a tripulantes y pasajeros en las horas de calma y especialmente durante
la batalla. Él reconcilió varias veces a los Hermanos y también al Bienaventurado
Ignacio de Azevedo ya moribundo.
En medio de la refriega, el Padre Diego de Andrade “tanto esforzaba los ánimos de
los que combatían, como curaba a los heridos, lavando con vino sus heridas, y
exhortando a tener paciencia y a morir como buenos católicos”.
Al término de la batalla, como viese el Padre Diego al sobrino de Jacques de Soria,
que estaba en la popa conversando amigablemente con los marineros
sobrevivientes de la Santiago, se dirigió cortésmente a él en latín y le representó la
gran necesidad y debilidad en que estaban los Hermanos que en la bomba
achicaban agua por orden de los que habían asaltado la nave. ¿Qué dice usted?,
contestó el calvinista. Y con gran indignación, mirándolo con profunda ira, le dio
muchas bofetadas, como queriendo acabar con él.
Como era de prever, los amigos de Merlim Soria arremetieron también contra
Diego con bofetadas y puñetazos. Le quitaron el birrete y arrojaron éste al mar. Y
al ver entonces la tonsura, llenos de odio, le dieron más golpes, empujones y
patadas como endemoniados. Y lo lanzaron cubierta abajo, donde quedó
descalabrado arrojando mucha sangre por la boca y las narices. Pero se lo vio muy
sereno y exhortó a los Hermanos que le mostraban su compasión, indicándoles que
para él ésta era una merced de Dios.
Después, los hugonotes tomaron las gallinas de las que se llevaban en la nave y las
echaron en una caldera. Al momento de comerlas, “tomaron media docena de esas
gallinas cocidas y las mandaron a través de un francés a los Hermanos para que
las comieran”; y cuando éste las presentó al Padre Diego, él las tomó y de
inmediato las lanzó al mar diciendo al francés: “Nosotros no comemos carne los
días sábados”.
Entonces el Hermano Luis Correia, estudiante, natural de Evora, fue a los
camarotes y trajo “algo de conserva, que el Padre Andrade dio a los Hermanos
como comida, pero pocos comieron porque sólo esperaban el fin de sus vidas.”
Después, los hugonotes pasaron nuevamente dando bofetadas, feroces golpes en
las espaldas, puñetazos, diciendo mil injurias y amenazas como “perros, canallas
del Diablo”.
Más tarde los encerraron en el castillo de proa. Y estando allí el Padre “les decía
que se esforzasen todos, porque tenía para sí que ésa era la hora en Dios quería
llevarlos a una vida mejor.” Y todos respondían “que se cumpliera la Voluntad de
Nuestro señor y que todos estaban preparados para lo que Dios quisiera.” Y lo
mismo decían los marineros y pasajeros que les hacían compañía.
Y al fin vino el almirante Jacques de Soria, personalmente. Y con los brazos en
alto, implacable, pronunció la sentencia de muerte: “Echen al mar a estos perros,
religiosos, monos.”
Y siguiendo, por gusto o rigor, el orden jerárquico, arremetieron contra el Padre
Diego de Andrade, le dieron de puñaladas y por una portezuela lo arrojaron al mar.
Bienaventurado Manuel Alvares (1537 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Extremos Portugal en 1537. Fue hijo de Jerónimo
Álvares y de Juana Lopes. Fue pastor antes de entrar en la Compañía en Evora, el
12 de febrero de 1559 a los 22 años de edad.
Una carta suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San Francisco de
Borja, el 21 de abril de 1566, muestra detalles biográficos y la transparencia de su
alma:
“Siendo un pastor rústico, me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde
usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas, Dios Nuestro
Señor me ha dado desde hace mucho tiempo el deseo de ir al Brasil. Y esto hace
siete años que lo siento y me parece que Nuestro señor no me lo concede por mis
muchas imperfecciones, las cuales, espero por la misericordia del Señor, apartar
de mí poco a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del Japón e India
podrían moverme a desviarme, me parece que Nuestro Señor me da muy firmes
propósitos hacia el Brasil, sin que nada pueda pesar más que éstos.
Así, aunque no sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir a los enfermos en
la nave, y allá en el Brasil hacer todo lo que mande la santa obediencia, ya sea ser
cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea cualquier otro oficio. Mi oficio ahora
es el de ropero, pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor para
consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo. Yo soy aquél que,
si se acuerda Su Reverencia era comprador, cuando vino a este Colegio de Evora
y yo no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba cuenta al Procurador del
dinero que recibía, y Su Reverencia me mandó que aprendiera a leer y a escribir,
lo que ahora hago, aunque imperfectamente.”
Conocemos de su boca algunos pormenores de su vocación: “Yo era trabajador y
guardaba ganado. Un día, estaba arando y me vino el deseo de ser peregrino,
pedir limosna por Dios y no tener nada. Y viendo las maldades del mundo, me
vino el deseo de hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de
entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió a la Compañía.
Me recibió el Padre Dom Leao”.
En la nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, alentó a los portugueses y echó
en cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus conductas. En el castillo de
popa animó a los portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.
Y en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo: “Hermano Manuel, ojalá
alguien pudiera tocar este tambor para yo ir a pelear”. El Hermano le dijo: “Trae
acá el tambor, y por él no dejes de pelear”. Con gritos, voces, y tambor, animaba a
los portugueses.
Apenas llegaron a él, los franceses le dieron una estocada en el rostro y se
ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y le cortaron la cara, los brazos y las
piernas. A éstas primero las estiraron y quebraron los huesos. Al fin quedó hecho
un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que pudiese sufrir más. Él,
mirando a sus Hermanos horrorizados, les dijo: “No me tengan lástima, sino
envidia. Hace quince años que estoy en la Compañía, y hace más de diez que
estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con esta muerte me tengo por
extraordinariamente pagado.”
Como pudieron, unos Hermanos lo arrastraron hasta un camarote y allí lo
ayudaron. Y él se esforzaba por consolar a los otros.
El Capitán de la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse abajo donde
estaban los Hermanos para morir con ellos. Los calvinistas lo siguieron y allí
acabaron de matar a muchos.
Cuando llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas
gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el tambor. Echémoslo al mar.” Le
volvieron a pegar, lo arrastraron, lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.
El Bienaventurado Manuel tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano
Francisco Alvares, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante 40 años.
Bienaventurado Francisco Alvares (1539 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Covillán, Portugal, alrededor del año 1539. Entró en la
Compañía de Jesús en Evora en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen
en 1564.
Tenía la profesión de tejedor y cardador.
Cuando lo nombraron para el Brasil figuraba entre los “Hermanos antiguos de
mucha virtud”.
Fue arrojado vivo al mar.
Bienaventurado Gaspar Alvares (¿? – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Oporto, Portugal.
Se lee de él en la Relación del martirio: Cuando las naves de los calvinistas tenían
cercada a la nave Santiago, y les daban batalla, acertó a pasar una bala de cañón
entre dos Hermanos. Y les dijo uno que se llamaba Gaspar: “Pluguiera a Dios que
me hubiera acertado a mí esa bala de cañón y me matara por amor a Dios”.
Herido a puñaladas, lo arrojaron también vivo al mar.
Bienaventurado Bento de Castro (1543 – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Cacimo, Portugal, en el Obispado de Miranda en
1543. Hijo de Jorge de Castro y de Isabel Brás.
Entró en la Compañía a los 18 años en el Noviciado de San Roque, en Lisboa, el 2
de agosto de 1561 cuando contaba 17 para 18 años de edad.
“Era de fuerzas y cuerpo delgado, pero muy animoso. Cuando le dieron la nueva
de que había de ir al Brasil, se fue inmediatamente al coro de la iglesia a dar
gracias a Dios y a ofrecer su vida ante el Santísimo. Después se fue a su pieza y
abrazó a su compañero diciéndole con gran alegría: “Amigo, yo voy a ser el
primero que agarrarán los herejes con un crucifijo, y con él en la mano he de
morir”. Estaba en Coimbra en 2° año de Filosofía.
Después en Valle de Rosal, estuvo en el grupo que Ignacio de Azevedo “tenía
preparado para que fueran ordenados de sacerdotes” y “ejercitó en todas las
virtudes que eran tan necesarias para el martirio”
En la nave Santiago, por encargo del P. Ignacio Acevedo, se desempeñó como
Maestro de novicios, sin ser sacerdote, y como el catequista de los pasajeros y
tripulantes. Ante ese maestro, el capitán y el contramaestre holgaban ponerse de
pie cada vez que daban una respuesta, a pesar de que el Hermano Bento de Castro
no quería que se levantasen personas tan importantes, y porque el capitán tenía más
de 40 años.
Durante el abordaje, el Padre Ignacio le ordenó que “retirado con sus Novicios en
las estancias que ocupaban, estuviesen en oración” y encomendaran la batalla. Ahí
fue importunado por los Hermanos para que él les diera licencia para salir y
meterse entre los enemigos y morir por la fe. Pero el Hermano Bento no dejó salir
a ninguno, porque la obediencia era permanecer en oración.
Inmediatamente después de herido el P. Ignacio, recordando lo que le había dicho
al Señor en Coimbra, tomó el crucifijo de la capilla del barco, abrazó a los
Hermanos pidiendo perdón por sus faltas y se dirigió a donde peleaban los
calvinistas. Varios de los Hermanos, llorando, le pidieron acompañarlo, pero no
dio licencia a ninguno.
Y subió al castillo de proa a todo correr, y allí gritó: “Yo soy católico e hijo de la
Iglesia de Roma”.
Le dispararon de inmediato tres tiros de arcabuz. Y al ver que seguía confesando la
fe, le dieron siete u ocho puñaladas y, vivo aún, lo arrojaron al mar.
Fue el primero en ser martirizado, aún antes del Bienaventurado Ignacio
Bienaventurado Marcos Caldeira (1547 – 1570)
Novicio indiferente. Nació en Villa de Feira, Portugal, distrito de Aveiro. Fue hijo
de Pedro Martins y de Isabel Caldeira.
Contaba ya 22 años de edad cuando fue aceptado en la Compañía, en Evora, el 2
de octubre de 1569. Por causa de la edad “entró indiferente, esto es: para
Estudiante o para Hermano jesuita, conforme satisficiese a los Padres y lo
decidiese su capacidad”
Todavía en Evora “cuando le dio el Padre Rector en la Capilla de los novicios, en
voz baja, el aviso de que había de ir al Brasil, él como fuera de sí exclamó: ¡Oh
feliz de mí que voy a ser mártir! Y esto lo repitió con el mismo fervor tres veces,
tanto que todos se espantaron creyendo que podría perder el juicio”.
En Valle del Rosal, donde esperaban los jesuitas para embarcar al Brasil, “vino el
Hermano Marcos Caldeira, con licencia, a decir sus faltas en el recreo, y las dijo
con un papel con mucho sentimiento y lágrimas. Tenía avisado el Padre Azevedo
que acabando él otro comenzase, y por eso comenzó a decirle a él y sobre todo lo
que estaba diciendo: “¿No le parece a usted que esto es una especie de hipocresía,
para que lo tengan por humilde? ¿Es ésta verdadera humildad, es verdadero
deseo de no querer ser visto u oído? Y ya que escribís estas faltas, ¿por qué no
conocéis éstas y otras muchas? De éstas yo querría que os enmendaseis, éstas
tendrías que llorar y de éstas debíais tener ese sentimiento”.
En esta escuela austera se formaban los Novicios de entonces, preparados para las
durezas del apostolado, sin olvidar la continua abnegación que igualmente exigía la
vida comunitaria de cada día.
Ya en el mar, Marcos Caldeira muchas veces dijo durante la navegación: “¡Oh,
quién nos llevara ya al Brasil para que nos maten por amor de Dios!”
Y cuando llegó el momento del martirio se lo vio lleno de alegría y dijo a los
Hermanos: “Si nosotros íbamos al Brasil con el deseo de morir allá, ¿no es mejor
que muramos todos acá?”
Bienaventurado Antonio Correia (1553 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Oporto, Portugal, en 1553. Fue hijo de Juan Gonzalves y
de Violante Correia.
Su padre cuenta en una carta cómo se desarrolló la decidida vocación de su hijo
“tan suave que nunca me dio trabajo; tan bien inclinado, que nunca, me parece,
hizo algo que mereciera ser castigado. Aprendió a leer, a escribir y gramática. Yo
tenía un pariente en Coimbra, y lo mandé allí para que aprendiera latín. Era tan
aficionado a la Compañía de Jesús que pedía a los Padres con insistencia que lo
recibieran en ella. Pero como no tenía edad no lo admitieron. Desconsolado,
quiso hacerse Capuchino y para ello fue al Monasterio de Ponte de Lima. Pero
cuando lo vieron tan pequeño le dijeron que su Regla era muy dura, que no tenía
edad, ni físico para ella. Y no lo aceptaron. Con esto estuvo más desconsolado.
Quiso el Señor que en ese tiempo estuviese el Padre Manuel Rodríguez en
Coimbra y el P. Peres aquí en Oporto, y éste le escribió. Nosotros mandamos a
nuestro mocito y él fue con muchos deseos. Quiso el Señor que lo recibieran en la
Compañía y él quedó tan contento que siempre daba gracias a Dios por haberle
dado esta gracia tan grande. Y me decían que cada vez que oía Misa le pedía al
Señor que ordenase que él fuera mártir. Nuestro Señor fue servido de cumplirle
sus deseos. Sea Él alabado por siempre. Amén”.
Efectivamente, Antonio fue recibido en el Noviciado de Coimbra el 1 de junio de
1569 a los 16 años de edad.
Desahogándose cierto día con un Hermano, le reveló que “confiaba en Dios que
iba a ser mártir, y que esto lo pedía a Nuestro Señor desde hacía un año, cuando
entró en la Compañía, y que perseveraba en la misma petición, apenas se
despertaba y visitaba el Santísimo Sacramento”. Y que Dios le mostró “orando
ante el Santísimo que su petición sería despachada, de lo cual quedó muy alegre”.
De hecho, cuando los calvinistas entraron en el camarote donde se encontraban los
jesuitas, “el Hermano Antonio Correia, de Oporto, era uno de los estaban en
oración perseverando en ella. Al verlo delante de las imágenes, uno lo golpeó en
la cabeza con los puños de una daga. Y fue tan fuerte que se le hinchó toda la
cara, pero no lo mató. Y les dijo a los otros Hermanos que se quejaban: ¿No ven
cuán duro soy que aunque me den un mazazo en la cabeza no podrán matarme? Y
al decir esto parecía tan desconsolado que los Hermanos, para consolarlo, le
decían que aunque no muriera esta vez, Dios le podría dar esa gracia”.
Y así fue. Poco después, lo tiraron vivo al mar.
En 1628 se abrió en Oporto un Proceso canónico, y se hablaba de muchos devotos
que lo invocaban en su ciudad natal, y en las ciudades vecinas.
Bienaventurado Simón da Costa (1552 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto, Portugal, en 1552.
Las primeras noticias del martirio de las Canarias demoraron un mes en llegar a
Funchal, la capital de la isla Madeira. Exactamente el día de Asunción llegaron a
ese puerto.
El Padre Pedro Días, el sacerdote jesuita que iba en otra nave al Brasil, informó a
Lisboa que “unos franceses que iban cautivos habían visto a dos portugueses, y a
uno de ellos mozo bien vestido, de cabello corto, natural de Oporto y que iba para
entrar en la Compañía en el Brasil”.
El día del martirio, por su gallarda presencia, los hugonotes pensaron que era hijo
de alguien principal.
Uno de los testigos de vista dirá después: “Él iba con los Hermanos, pero no
parecía Hermano porque, por haber entrado hacía poco en la Compañía, todavía
usaba el pelo como seglar. Sospecharon nuestros marineros que los calvinistas lo
tuvieron por un mercader, o hijo de un comerciante, porque era mancebo de 18
años y bien dispuesto, y lo llevaron entonces al galeón de Jacobo Soria para que
éste viera al muchacho y determinara servirse de él como su paje”.
“Al día siguiente Soria mandó traer al muchacho a su presencia y le preguntó si
era religioso jesuita. Él podía afirmar que no lo era, pero insistió en decir que era
jesuita y hermano de los que estaban muriendo por la fe católica”.
Jacques Soria se llenó de odio, y de inmediato dio la orden de que le cortasen la
cabeza a él, al piloto y al calafate de la Santiago, y los arrojasen al mar.
Y el cronista concluye: “Hacía un mes que había sido recibido en la Compañía.
Consummatus in brevi, explevit tempora multa”.
De los 40 mártires, ningún otro fue degollado. Además, él fue el único que no
murió el día 15, sino el 16 de julio de 1570.
Bienaventurado Aleixo Delgado (1556 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Elvas, Portugal, en 1556. Era hijo de un pobre ciego de
Elvas a quien le había servido de guía largo tiempo.
La Relación dice que él era “de bello ingenio, índole y habilidad”. Tal vez por esto
el padre, “habiendo enseñado a un pequeño perro para que lo guiase” en su
ceguera, entregó a Aleixo “a un hombre honrado de Evora para que le diera algún
orden y modo con qué estudiar”
Colocado como criado en el Colegio de los Convictores o pajes del Rey, el
pequeño Aleixo fue creciendo en virtud y letras. Este Colegio había sido fundado
por el Cardenal Infante Don Enrique y lo había confiado a la Compañía de Jesús.
Hablando Aleixo un día con el Padre jesuita Jorge Serrao, Rector del Colegio, “le
rogó mucho que lo admitiera en la Compañía”. Le preguntó el Padre para qué
quería ser de la Compañía, respondiendo él que lo movía mucho el deseo de ser
mártir.
En la visita que el Padre Azevedo hizo al Colegio de Evora, dio satisfacción a su
pedido. Tenía entonces 14 años, pero “se mostraba siempre de espíritu mayor a su
edad”.
Cantaba bien, y su especialidad era entonar el Catecismo, lo cual hoy no se usa
tanto. Hasta los marineros viejos “gozaban mucho al oírlo cantar la doctrina. Y
para esto el Padre Azevedo la mandaba siempre cantar por alguno de los
Hermanos que cantaban bien: Aleixo, Francisco Magalhaes y algún otro."
Durante la refriega en la nave Santiago, tres o cuatro fornido hugonotes “tomaron
al Hermano Aleixo, y aunque lo vieron tan pequeño, que no tenía sino 14 para 15
años, le dieron fuertes puñetazos. Y no acabó ahí esa violencia, porque uno de ellos
lo golpeó muy fuertemente en la cabeza y el cuello, tanto que empezó a echar
sangre por las narices y la boca, y lo lanzaron así, todo ensangrentado, a donde
estaban los otros Hermanos en la bomba achicando el agua. Estos quisieron
consolarlo instándolo a tener paciencia y a sufrir por amor a Dios. Entonces él dijo,
muy resuelto: “Esto no es nada. ¿Es acaso algo? Omnia possum in eo qui me
confortat”.
Tripulantes y pasajeros recordaron más tarde: “Aquel padrecito que nos cantaba la
doctrina, cuando lo echaron al mar se fue al fondo, con la cabeza para abajo y los
brazos abiertos en cruz.”
Bienaventurado Nicolau Dinis (1553-1570)
Novicio escolar. Nació en Tras los Montes, cerca de Braganza, Portugal, en 1553.
Fue alumno del Colegio de Braganza como el Hermano Bento de Castro.
Hacía 4 ó 5 años que había comenzado a estudiar latín con la esperanza de que lo
dejaran entrar en la Compañía, pero no había manera de que lo atendieran “por ser
muy pálido de cara”.
Cuando el Padre Ignacio de Azevedo supo esto, recomendó que lo admitieran en
casa hasta que él lo mandara a llamar.
Y así, Nicolás empezó a aprender de todo. Un día “estaba ocupado en amasar el
pan” terminando “con una alegría tan extraordinaria” que le preguntaron la causa.
“Hermano, dijo, ¿cómo no voy a estar alegre si recién Dios me ha revelado que
dentro poco voy a ser mártir?
Esa alegría lo acompañó todo el tiempo que estuvo en Valle del Rosal, donde los
misioneros se preparaban para embarcarse hasta el Brasil. Era como una ola que no
le cabía en el pecho, y parece que hasta en el andar se manifestaba, en pasos de
baile, si nos atenemos a lo que de él dijo un biógrafo.
Como fuera todo esto, lo cierto es que corría la fama de que “tenía mucha gracia en
representar”. Era, en verdad, un buen actor.
Tendría 17 años cuando lo tiraron vivo al mar.
Bienaventurado Pedro de Fontoura (¿? –1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal.
Sufrió él el martirio casi al mismo momento que el Hermano Brás Ribeiro.
Así dice la Relación: “Hacia otro Hermano, por nombre Pedro de Fontoura, de
Braga, que allí estaba también en oración saltó uno de los hugonotes no pudiendo
sufrir la oración que salía de su boca, y con una daga le hundió la cabeza, y le
destrozó la mandíbula. Y con la lengua cortada caminaba entre los Hermanos
dando muestras y señales de alegría, esperando que le acabasen de dar su
perfecta corona.”
No tardaron mucho en satisfacer su deseo y ansias de gloria, porque lo arrojaron
vivo al mar.
Bienaventurado André Goncalves (¿? – 1570)
Novicio escolar. Nació en Viana de Alentejo, en el arzobispado de Evora, Portugal.
Y a pesar de haber sido estudiante universitario, no andaba bien con los libros.
De su martirio no se hizo ninguna relación. Tal vez, porque los calvinistas
acostumbraban, con los de menor edad, arrojarlos vivos al mar, aunque no tuvieran
heridas.
Bienaventurado Francisco de Magalhaes. (1549 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Alcázar de Sal, Portugal, en el año 1549. Fue hijo de
Sebastián de Magalhaes y de Isabel Luis. El joven Francisco estudiaba en Evora
cuando a los 19 años resolvió dejar todo y entrar en la Compañía, dos días después
de la Navidad del año 1568.
La Relación del martirio dice de él: “El Padre Ignacio de Azevedo hacía mucho
caso de él y compartía con él el trabajo en el gobierno de los Hermanos, porque le
hallaba un especial talento en todo lo relacionado con administración”.
“Otra de sus cualidades era su excelente voz de tenor. Estando en tierra, henchía
con ella los montes y los valles y, embarcado, obligaba a las otras naves a
aproximarse a la Santiago. Apenas comenzaba ese poema Muerto está el buen
Jesús, el cual el Hermano cantaba con una voz tan suave que parecía venir del
cielo, tan viva y clara que hasta las naves que iban apartadas la oían y trataban
de acercarse. Y en el mar, de noche, aquello era como una nostalgia que venía de
otro mundo.”
Era tan variado el repertorio que a veces agregaba el arpa, tocada por el Hermano
Francisco Pérez Godoy quien también cantaba “en segunda voz”.
Y así, a la luz de la luna, “con todas las naves juntas”, tocaba otra música muy
suave, Recuerde el alma dormida, a tres voces que “los Hermanos Álvaro Mendes,
Francisco Pérez Godoy y Magalhaes cantaban muy sentidamente y tanto que
“hacía estar estáticos todos y llorar muchas veces a los Hermanos” y en cuanto al
Padre Azevedo “parecía que no estaba en esta vida”.
Y vino el martirio:
El Padre Ignacio de Azevedo, en medio de su comunidad, “estaba lleno de sangre,
lleno el rostro, toda la cabeza y también sangre en el pecho; los Hermanos que lo
abrazaban, todos le sostenían la cabeza y el rostro herido; la imagen de Nuestra
Señora estaba ensangrentada con su sangre, y la cámara llena de sangre. Los
Hermanos lloraban, y especialmente el Hermano Magalhaes sollozaba diciendo:
¿Qué va a ser de nosotros sin padre y sin pastor?”
Cuando el Padre expiró, “no se cansaban los Hermanos de abrazarlo,
especialmente el Hermano Francisco de Magalhaes que estaba lleno su rostro y
manos de la sangre del Padre Ignacio. Entonces dijo a los Hermanos: “Quiera el
Señor que yo no me lave esta sangre del Santo Padre Ignacio, a no ser que la
obediencia me lo ordene”.
Y cuando lo lanzaron al mar, el Hermano Magalhaes dijo a los calvinistas:
“Hermanos, Dios los perdone por esto que hacen”.
Bienaventurado Blas Ribeiro (1545 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal. Era hombre de 24 años bien
saludables cuando fue recibido en Oporto para Hermano jesuita.
Debe haber sido de los primeros en sufrir el martirio, pues en uno de los ímpetus
de furia de los asaltantes, quienes entraron en el camarote donde se encontraban los
Hermanos, los encontraron “de rodillas rezando con las manos en alto frente a sus
imágenes.”
Inmediatamente “arremetieron contra uno de ellos, que era el Hermano Brás
Ribeiro, de Braga. Y con los puños de las espadas le golpearon tan cruelmente la
cabeza que le rompieron el cráneo haciéndolo pedazos, de tal manera que
derramaron los sesos por el suelo. Y así, muy pronto, entregó su alma bendita a
Dios”.
Bienaventurado Luis Rodrigues (1554 – 1570)
Novicio escolar. Nació en la ciudad de Evora, Portugal, en 1554. Era hijo de
Diego Rodrigues y de Leonor Fernandes. Cursaba el 3er año de Secundaria cuando
el 15 de enero de 1570 fue admitido en el Noviciado de su tierra natal, con 16 años
de edad.
Del testimonio dado por el sobreviviente Hermano Juan Sánchez consta que
“también el Hermano Luis Rodrigues durante la pelea iba animando a los
Hermanos diciendo en alta voz: “Hermanos, animémonos y ayudémonos del
Credo, porque la sangre de Cristo no se ha de perder”.
El nombre del Bienaventurado Luis Rodrigues siempre figuró desde las primeras
listas de los Mártires que enviaron los jesuitas, desde la primera fechada en
Funchal el 19 de agosto de 1570 y la expedida por el Provincial Leao Henriques
en 1571. Poco después llegó a Roma el Catálogo oficial de los Padres y Hermanos
de la Compañía de Jesús muertos en la Nave Santiago y en ese Catálogo se omitió
el nombre del Hermano Luis Rodrigues; hubo también allí otros errores, como
poner un segundo Hermano Baena que nunca existió.
Pero de hecho, en todos los manuscritos antiguos, archivados en la Biblioteca de
Oporto, en la Nacional de Lisboa, procedentes del Colegio jesuita de Evora, el
nombre del Luis Rodrigues siempre aparece entre los 40 Mártires.
Bienaventurado Amaro Vaz (1553 - 1570)
Hermano novicio. Nació en Oporto, Portugal. Era hijo de Francisco Pires y de
María Vaz, del Consejo de Bemviver.
A los 16 años, el 1 de noviembre de 1569, el Hermano Amaro Vaz fue admitido en
Oporto como Hermano jesuita.
En la Relación del martirio se escribe señalando que lo atravesaron a puñaladas y
que lo tiraron al mar todavía vivo.
Bienaventurado Juan Fernandes Jorge (1547 – 1570)
Entre los misioneros que salieron de Lisboa en 1570 con el Bienaventurado
Ignacio de Azevedo, iban 8 jesuitas de apellido Fernandes, 3 de los cuales
quedaron en la isla de Madeira para seguir en las otras naves. Dos de éstos fueron
martirizados en septiembre de 1571 y el tercero, Diego Fernandes, fue arrojado
vivo al mar con otros dos más, pero él, porque sabía nadar, consiguió vivir y subir
a un barco.
Los otros cinco fueron martirizados el 15 de julio de 1570 y son los Escolares
jesuitas: dos del mismo nombre Juan Fernandes, Manuel, y los dos Hermanos
jesuitas, Domingo y Antonio.
Novicio escolar. Un año después que su homónimo, el 5 de junio de 1569, fue
recibido en Coimbra en la Compañía de Jesús este segundo jesuita Juan Fernandes.
Nació en Braga en 1547 y era hijo de Juan Fernandes y de Ana Jorge. Tenía 22
años el día de su ingreso.
Dice la Relación que en la proximidad del martirio “en algunos resplandeció una
notable alegría y especialmente en el Hermano Juan Fernandes, de Braga; lo cual
se le veía en el rostro y en las palabras, porque hablaba tan libre y audazmente a
los hugonotes que bien mostraba no temer a la muerte, y más bien parecía
provocar a que lo matasen o maltratasen.”
Fue arrojado al mar.
Bienaventurado Juan Fernandes Torres (1551 – 1570)
Este Juan Fernandes II era Estudiante jesuita. Había nacido en Lisboa, Portugal.
Fue hijo de Andrés Fernandes y de Helena Torres. Entró en la Compañía de Jesús
en Coimbra el 15 de abril de 1568, a los 17 años de edad.
Y “habiendo sido muy bien probado y dado muy buen ejemplo y satisfacción de sí,
hizo los Votos en la Capilla” del Valle del Rosal, dos meses antes de embarcarse al
Brasil con el Bienaventurado Padre Ignacio de Azevedo.
Murió a los 19 años de edad.
Bienaventurado Manuel Fernandes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Celorico, Portugal.
Como los anteriores Hermanos Fernandes, éste también fue arrojado vivo al mar,
pero en circunstancias dignas de particular registro:
“Iba el Hermano Manuel Fernandes encima de unas cajas junto al borde de la
nave, y como los calvinistas estaban furiosos y muy indignados contra los jesuitas,
uno de ellos lo levantó en brazos y, así vivo, lo lanzó al mar, en presencia de todos
los otros, sin haber otra causa nueva para ello que el odio interior que le había
concebido, y al pasar el Hermano junto al borde le pareció ser cosa fácil poderlo
lanzar abajo.”
Bienaventurado Domingo Fernandes (1551 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Villaviciosa, Portugal. Era hijo de Bento Fernandes y
de María Cortés. Tenía 16 años cuando fue admitido en el Noviciado de Evora, el
25 de septiembre de 1567. A pesar de ello en la Relación se dice de él que “era de
los Hermanos antiguos, de muchos años y de mucha virtud.”
Cuando arrojaron al mar al Bienaventurado Diego de Andrade “de la misma
manera cogieron y dieron de puñaladas al Hermano Domingo Fernandes y así,
medio vivo y medio muerto, lo lanzaron al mar.”
Bienaventurado Antonio Fernandes (1552 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Montemayor Nuevo, Portugal, en 1552. Su
padre era Gaspar Fernandes y su madre, María Lopes. Con probable aprendizaje en
artes, en Lisboa, fue admitido en la Compañía el 1 de enero de 1570, a los 18 años
de edad.
La relación dice de él: “Era muy buen carpintero, y todo el tiempo que demoraron
en Funchal, tanto él, como el Hermano pintor, como los orfebres, estuvieron
siempre en el Colegio y dejaron ahí a los Padres algunas obras muy valiosas.”
También este Hermano carpintero fue arrojado vivo al mar.
Bienaventurado Luis Correia (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Natural de Evora, Portugal.
Todo lo que se sabe de su vida vino anotado en la Relación cuando se escribió que
en los últimos momentos del Padre Diego de Andrade, el Hermano Luis Correia,
como era el despensero, le quiso dar un “bizcocho” mientras esperaba la muerte
tan próxima.
Bienaventurado Gonzalo Henríques (¿? – 1570)
Escolar. Diácono. Categóricamente se dice de él en la Relación: “tenía las órdenes
del Evangelio”. Nació en Oporto, Portugal.
Se desconocen los pormenores de su muerte, porque los Hermanos no lo vieron
morir, ni a él ni a otros tres: Manuel Rodríguez, Manuel Pacheco y Esteban
Zuraire. “Estos cuatro estaban muy metidos entre los que peleaban, y de la misma
manera el Hermano Juan de Mayorga que era pintor. Y todos se dieron a conocer
como de la Compañía, no solamente por el hábito, sino por las exhortaciones que
hacían con mucho fervor. No estuvieron con el Padre Ignacio de Azevedo, ni lo
vieron en su vida ni en su muerte. Estos cuatro desaparecieron en la pelea, y
porque no los vieron morir ni a sus cuerpos entre los que arrojaron al mar, los
Hermanos coligen que heridos por los hugonotes, éstos los arrojarían al mar, o
que sin ninguna herida los lanzarían vivos como lo hicieron con el Hermano
pintor”.
En particular de “Gonzalo Henriques, diácono, de Oporto” atestiguan que
“siempre anduvo exhortando y animando a todos con grandes gritos y voces, y con
gran fervor.”
Bienaventurado Simón Lopes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Ourem, Portugal.
Probablemente hizo los votos en la Compañía “entre Lisboa y la isla Madeira”,
pues era novicio cuando estaba en Oporto.
De hecho debía de ser muy joven y con apariencia de corta edad, por el género de
muerte que le dieron los calvinistas: simplemente lo echaron, sin herirlo, vivo al
mar. Así acostumbraban actuar con los de “muy poca edad y que parecían tener de
17 años para abajo; los lanzaban vivos al mar sin ninguna herida”.
Bienaventurado Álvaro Mendes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Elvas, Portugal. Su nombre era Álvaro Borralho, pero
los jesuitas lo cambiaron por el de Mendes.
Tenía buena voz y él fue uno de los que cantaba a tres voces, lo que tanto
apreciaba el P. Azevedo.
Era una persona delicada de estómago y nunca se acostumbró al movimiento del
mar, ni siquiera cuando de la isla Madeira hasta las Canarias, la nave no se sacudía.
Sin ningún alivio ni mejoría alguna, “Álvaro estuvo todo el viaje tan enfermo y
tan aislado por el mareo que casi siempre estaba en cama”.
El día del ataque calvinista, Álvaro yacía enfermo y mareado en cama en su
camarote. Igualmente, el Hermano Gregorio Escribano. Ambos se levantaron como
mejor pudieron. Se colocaron la sotana jesuita y corrieron a juntarse con sus
Hermanos. Y con ellos trabajaron en la bomba que achicaba agua del barco.
Después fueron maltratados, a Álvaro le atravesaron el pecho y, antes de expirar, a
los dos los arrojaron vivos al mar.
Bienaventurado Pedro Nunes (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Fronteira, en el Obispado de Elvas, Portugal.
Se conserva de él una frase muy sobria, pero que inequívocamente revela su
envidiable fortaleza de ánimo; especialmente si atendemos las circunstancias en
que la dijo, cuando los calvinistas tenían ya cercada la nave Santiago.
Dice la Relación: “Estaba el Hermano Pedro Nunes con otros en una cámara, la
cual tenía un gran agujero, y entonces él dijo: ¡Ojalá quisiera Dios Nuestro Señor
que por este agujero viniera una bala de cañón y me quebrara la cabeza por amor
de Nuestro Señor!”
Bienaventurado Manuel Pacheco (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Ceuta, África, pero lo consideraban portugués.
Lo vieron audaz e intrépido durante el asalto de los calvinistas. Pero después, nadie
lo vio más, ni muerto ni vivo.
Bienaventurado Diego Pires (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Nisa, en el Obispado de Portalegre, Portugal.
Cuando estudiaba Filosofía en Evora, dice la Relación de su martirio, “parece que
no lo ayudaba mucho su ingenio poco dado a las sutilezas”.
“Un día faltó a clases y fue castigado y él fue a decir al Maestro que la causa de
su ausencia había sido por ir al Monasterio de Valverde, distante una legua y
media de Evora, a tratar con el Guardián su entrada a los Capuchinos de la
Piedad. Le respondió el Maestro que sentía no haber tenido conocimiento de esas
santas intenciones, y de camino le engrandeció la excelente elección que habían
hecho algunos estudiantes de esa Universidad de ser recibidos por el Padre
Ignacio de Azevedo para el Brasil. Entonces Diego Pires comenzó también a
inclinarse para ese mismo viaje. Pidió entrar en la Compañía de Jesús y fue
aceptado”.
“En la mañana del martirio fue señalado como uno de los once jesuitas que fueron
escogidos para animar a los que peleaban en la nave.
Y en medio de la pelea, poco después que cayera herido el Padre Ignacio de
Azevedo, el Hermano Diego Pires, salió a la cubierta, protestando la fe católica y
de la verdadera Iglesia Romana, vestido con la sotana de la Compañía. Uno de los
calvinistas se enojó mucho y siguiéndolo de una parte a otra con una lanza le dio
un lanzazo que lo atravesó de parte a parte. Y allí cayó muerto sin poder decir una
sola palabra”.
Después, arrojaron su cuerpo al mar.
Contando después el Maestro a sus discípulos, en la Universidad de Evora, “su
afortunada muerte les dijo que hicieran de él buenos recuerdos y que guardaran
respeto al lugar donde él se sentaba en las clases”. Y tanto fue ese respeto que
nadie se atrevió jamás sentarse en el puesto de Diego Pires.
Bienaventurado Manuel Rodrigues (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Alcochete, Portugal.
Esa tierra de Alcochete era la tierra del “santo Padre Cruz” donde se le tenía gran
devoción. Tal vez por eso el Bienaventurado Rodrigues usaba también como su
apellido el de Rodrigues de la Cruz. Los dos pertenecían a la Compañía, pero no se
sabe si eran parientes.
Nada se sabe de su martirio, a no ser que lo sufrió.
Bienaventurado Antonio Soares (1543 – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Portugal, en 1543. Hijo de Vicente Gonzalves y de
Leonor de Soares, este jesuita era natural de Trancoso.
Entró en la Compañía el 5 de junio de 1565 y terminó su noviciado en Evora. Al
principio los Superiores lo habían destinado a ayudar en los trabajos domésticos,
pero el Padre Ignacio de Azevedo, notando en él dotes y capacidad para más,
ordenó que estudiara y se preparara para el sacerdocio.
Todo pudo ser distinto, pero “el Hermano Antonio Soares, soto ministro, también
fue herido con puñaladas y después lo lanzaron al mar; así lo hacían con los
grandes que parecían sacerdotes.”
Bienaventurado Juan "adauctus", candidato. (¿? – 1570)
Era natural de un sitio ubicado entre el río Duero y el Miño, en el norte de
Portugal.
De apellido San Juan, era sobrino del capitán de la nave Santiago en la cual viajaba
a la Misión del Brasil el P. Ignacio de Acevedo y compañeros. En la navegación se
hizo amigo de los Hermanos y, con sencillez, pidió al P. Provincial ser admitido en
la Compañía. El Padre Ignacio no se apresuró en dar una respuesta. Indicó que
podría ser admitido en Brasil, si perseveraba en su propósito.
Al ser excluido el Hermano Juan Sánchez del martirio por los calvinistas por tener
el oficio de cocinero, el joven Juan San Juan vio llegada su hora. Echó mano de
una sotana que vio en el suelo, despojo de un mártir. Se la vistió y se asoció al
grupo que quedaba en cubierta.
Y “al ser tenido por jesuita, con ellos fue lanzado al mar, en odio a la Fe”.
La Relación dice: “Es cierto que los herejes cuando quitaron a los Hermanos
desde la bomba para achicar el agua, también tomaron a dos muchachos que no
eran de la Compañía creyendo que eran religiosos. Fue cosa espantosa ver dos
muertes tan diferentes, una de la otra. Pues uno aceptó que lo lanzasen al mar
para ser de la Compañía, y el otro, por más que dio gritos y alaridos proclamando
que no era religioso no le creyeron. Este era un muchacho, de los pasajeros; y el
otro... ya sabemos quién fue. Y así con mucha razón lo debemos tener por nuestro
Hermano y agregarlo a la lista de ellos.”
De esta manera, termina la Relación, es “cosa de dar gracias a Dios porque la
divina providencia quiso que el número de 40 no quedara disminuido y en lugar de
Juan Sánchez entrara éste que se agregaba.”
Los españoles.
Doce jesuitas españoles dieron sus nombres para la expedición misionera al Brasil
del Padre Ignacio de Azevedo. Solamente nueve se embarcaron en la isla Madeira
en la nave Santiago, los otros tres quedaron en Funchal para ir en otras naves. Uno
de los jesuitas españoles de la nave Santiago, el Hermano Juan Sánchez, no murió
mártir. De él, igualmente, sin ser Bienaventurado, escribiremos algo de su vida,
porque fue el mejor testigo de vista en los Procesos.
Bienaventurado Alonso de Baena (1530 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Villatobas, en la diócesis de Toledo, España. A los 30
años pasó al Portugal y allí entró en 1566 en la Compañía. Tenía el oficio de
orfebre en plata y oro, pero en la Compañía no ejerció ese oficio.
Estaba en el Colegio de Oporto el 6 de enero de 1570, y trabajaba en la huerta,
cuando fue alistado para la expedición del Brasil. Viajó con el P. Ignacio de
Acevedo, pero en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a
alguno de los que pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del
grupo de los jesuitas que salieron el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.
La Relación dice que el Hermano Baena fue de los escogidos para animar a los
combatientes y que juntamente con el Padre Diego de Andrade y los Hermanos
Andrés Gonzalves y Antonio Soares, sirvieron igualmente de enfermeros a los
heridos.
Bienaventurado Gregorio Escrivano (¿? – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Logroño, España
La Relación dice que “siempre fue un hombre muy enfermo del estómago, y desde
moraba en tierra estuvo mal, y de mareos, los cuales le acrecentaban mucho su
mal. Con todo él era el que llevaba el mayor peso en el trabajo de la cocina, y no
había quién lograra cansarlo en le trabajo”.
Hacía días que el Padre Azevedo “lo había dejado estar en cama” Y una vez que
el Padre Azevedo le daba “de comer y el Hermano vomitara todo”, le dijo:
“Hermano, no tiene usted por qué morir antes que lo maten por amor de Dios”.
Y así, el día del ataque calvinista, el Hermano Gregorio también estaba enfermo,
postrado en cama, “muy enfermo y como tullido, cuando vio que los otros
Hermanos eran tan mal tratados, y que a unos mataban, a otros lanzaban al mar,
él se levantó de la cama, y sin zapatos y sin birrete, vistió la sotana, y corrió para
estar con sus Hermanos y no perder su corona de martirio.”
Herido de mala manera fue arrojado al mar.
Bienaventurado Juan de Mayorga (1533 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en San Juan de Pie del Puerto, hoy Francis, entonces
España, en 1533. Vivió varios años en la capital del Reino de Aragón y fue
admitido en la Compañía en 1568, a los 35 años de edad.
Con fama de “excelente pintor”, dejó “algunos cuadros” en Zaragoza, y como
jesuita siempre trabajó en su profesión. Aún en el mar, durante su viaje.
Al llegar a España el P. Ignacio de Acevedo, nombrado Provincial del Brasil por
San Francisco de Borja, con la misión de reclutar jesuitas en las Provincias de
España y Portugal, se le dio como compañero, en Zaragoza, en 1570, al Hermano
Juan de Mayorga, navarro, de casi 38 años de edad. Y como pintor se pensó que
podría adornar con sagradas imágenes los templos de las nuevas reducciones en las
Indias.
Viajó al Brasil con la expedición del P. Ignacio de Acevedo, pero en barco
diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que pedían
cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas que
salían el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.
En el día del martirio, “habiendo entrado los calvinistas por el castillo de proa, el
Hermano Juan de Mayorga anduvo metido entre ellos exhortando y animando a
los nuestros. Y como en todo el tiempo de le pelea, nunca dejase de exhortar, como
le había encargado la obediencia, con su sotana, birrete y barba bien rapada
mostraba claramente ser de la Compañía de Jesús. Pero no tenía armas sino
únicamente las de la Palabra de Dios y de la Fe Católica”.
Al fin lo atacaron cinco calvinistas. Lo hirieron de mala manera en el pecho y en la
espalda. Cayó moribundo al pie de una copia que él mismo había pintado del
cuadro de la Virgen de Santa María la Mayor. Lo arrojaron vivo al mar.
Bienaventurado Fernando Sánchez (¿? – 1570)
Estudiante jesuita. Nació en Castilla la Vieja, España. Estudiaba como jesuita en
Salamanca cuando ahí se encontró con el Provincial del Brasil y se entusiasmó
para ir a esa tan necesitada Misión.
Dice la Relación: “Muy mal herido” lo arrojaron al mar.
Bienaventurado Francisco Pérez Godoy (1540 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Torrijos, perteneciente al Arzobispado de Toledo,
España. Era hijo de Juan Pérez Godoy y de Catalina del Campo. Era pariente
cercano de Santa Teresa de Jesús. En Torrijos residía una rama de los Sánchez de
Cepeda, familiares de don Alonso, padre de santa Teresa.
Era Bachiller en Cánones por la Universidad de Salamanca. “Sabía música y tocar
arpa y otros instrumentos”. Tenía un soberbio bigote del que mucho presumía.
Hizo los Ejercicios Espirituales y descubrió que estaba disponible para todo,
menos para cortarse el bigote. Heroicamente decidido, con un sacrificio enorme, se
cortó la mitad.
Fue admitido al Noviciado de la Compañía, en Medina del Campo. Su Maestro de
novicios fue el célebre P. Baltasar Álvarez. Éste muy pronto lo apreció por “su rara
virtud”.
Y sin embargo, el Maestro constató que el novicio carecía de visión en el ojo
izquierdo, impedimento para seguir en la Compañía. Preguntado si era así, el
novicio confesó ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de no ser
admitido en la Compañía Bienaventurado Manuel Alvares (1537 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en Extremos Portugal en 1537. Fue hijo de Jerónimo
Álvares y de Juana Lopes. Fue pastor antes de entrar en la Compañía en Evora, el
12 de febrero de 1559 a los 22 años de edad.
Una carta suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San Francisco de
Borja, el 21 de abril de 1566, muestra detalles biográficos y la transparencia de su
alma:
“Siendo un pastor rústico, me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde
usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas, Dios Nuestro
Señor me ha dado desde hace mucho tiempo el deseo de ir al Brasil. Y esto hace
siete años que lo siento y me parece que Nuestro señor no me lo concede por mis
muchas imperfecciones, las cuales, espero por la misericordia del Señor, apartar
de mí poco a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del Japón e India
podrían moverme a desviarme, me parece que Nuestro Señor me da muy firmes
propósitos hacia el Brasil, sin que nada pueda pesar más que éstos.
Así, aunque no sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir a los enfermos en
la nave, y allá en el Brasil hacer todo lo que mande la santa obediencia, ya sea ser
cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea cualquier otro oficio. Mi oficio ahora
es el de ropero, pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor para
consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo. Yo soy aquél que,
si se acuerda Su Reverencia era comprador, cuando vino a este Colegio de Evora
y yo no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba cuenta al Procurador del
dinero que recibía, y Su Reverencia me mandó que aprendiera a leer y a escribir,
lo que ahora hago, aunque imperfectamente.”
Conocemos de su boca algunos pormenores de su vocación: “Yo era trabajador y
guardaba ganado. Un día, estaba arando y me vino el deseo de ser peregrino,
pedir limosna por Dios y no tener nada. Y viendo las maldades del mundo, me
vino el deseo de hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de
entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió a la Compañía.
Me recibió el Padre Dom Leao”.
En la nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, alentó a los portugueses y echó
en cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus conductas. En el castillo de
popa animó a los portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.
Y en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo: “Hermano Manuel, ojalá
alguien pudiera tocar este tambor para yo ir a pelear”. El Hermano le dijo: “Trae
acá el tambor, y por él no dejes de pelear”. Con gritos, voces, y tambor, animaba a
los portugueses.
Apenas llegaron a él, los franceses le dieron una estocada en el rostro y se
ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y le cortaron la cara, los brazos y las
piernas. A éstas primero las estiraron y quebraron los huesos. Al fin quedó hecho
un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que pudiese sufrir más. Él,
mirando a sus Hermanos horrorizados, les dijo: “No me tengan lástima, sino
envidia. Hace quince años que estoy en la Compañía, y hace más de diez que
estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con esta muerte me tengo por
extraordinariamente pagado.”
Como pudieron, unos Hermanos lo arrastraron hasta un camarote y allí lo
ayudaron. Y él se esforzaba por consolar a los otros.
El Capitán de la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse abajo donde
estaban los Hermanos para morir con ellos. Los calvinistas lo siguieron y allí
acabaron de matar a muchos.
Cuando llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas
gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el tambor. Echémoslo al mar.” Le
volvieron a pegar, lo arrastraron, lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.
El Bienaventurado Manuel tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano
Francisco Alvares, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante 40 años.
Bienaventurado Esteban de Zudaire (1551-1570)
Hermano jesuita. Nació en el pueblo de Zudaire (en el valle navarro de Amezkoa),
en España. A los 19 años ingresó en la Compañía de Jesús en calidad de Hermano
jesuita. Era estimado por su inocencia y sencillez.
Al llegar el Padre Ignacio de Azevedo en busca de voluntarios para el Brasil,
Esteban desempeñaba el oficio de sastre en el Colegio de Plasencia, en Cáceres. Se
incorporó a la expedición de misioneros.
En el momento del martirio, se adelantó hacia los corsarios con un crucifijo en las
manos. Una daga le atravesó el corazón. Lo echaron al mar. Bañado en sangre y
zarandeado por las olas, entonó el Te Deum.
Era un martirio presentido desde el mismo momento de partir desde Plasencia.
Habiéndole preguntado el P. Azevedo si marchaba contento, Esteban le respondió:
“Voy contento, muy contento. Voy a ser mártir”.
Y el Padre José de Acosta, que era su confesor, le preguntó ante la seguridad con
que veía su martirio: “¿Cómo sabe Ud. que va a ser mártir?” Y Esteban, con la
sencillez que lo caracterizaba, respondió: “El Señor me lo ha revelado en los
últimos Ejercicios.”
Esteban es uno de los cuatro Mártires que los otros de la nave no vieron cómo los
mataron.
Beatificado por Pío IX el día 12 de agosto de 1854, junto a los 39 jesuitas
martirizados, el obispo de Pamplona, Monseñor Uriz y Labayru, consiguió en
Roma que se aprobase su Oficio y Fiesta, la que se celebra en la diócesis de
Pamplona el 30 de agosto.
Bienaventurado Juan de San Martín (1550 – 1570)
Novicio escolar. Nació en Juncos, entre Toledo e Illescas, España. Era hijo de
Francisco de San Martín y de Catalina Rodríguez. Estudió en la Universidad de
Alcalá, pero entró en la Compañía de Jesús en Portugal, en el Noviciado de Evora,
el 8 de febrero de 1570, a los 20 años de edad.
También él fue uno de los escogidos por el Bienaventurado Ignacio de Azevedo
para animar a los que defendían la nave Santiago.
De su muerte solamente se sabe que él, como tantos otros, fue arrojado vivo al
mar.
Bienaventurado Juan de Zafra. (¿? – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Jerez de Badajoz Toledo, España. Fue hijo de
Juan Páez y de Isabel Rodríguez. Entró en la Compañía el 8 de febrero de 1570 en
Portugal, en el Noviciado de Evora.
Sobre su muerte, el cronista sólo anotó: “al mar, vivo”.
Hermano Juan Sánchez.
Para cumplir la sentencia de Jacques de Soria, de que “todos los Hermanos fueran
ahogados, los lanzaron todos al mar, no al Hermano Juan Sánchez, mozo
pequeño, que escapó por especial providencia divina, para después poder contar
como testigo de vista todas las cosas para nuestro consuelo”.
Era ayudante del cocinero, y fue éste quien lo salvó. Pero cuando él se juntó con
los Hermanos, el cocinero dijo: “Déjenlo tranquilo, porque es cocinero;
muchacho, vete a la cocina”.
Después que se acabó la crueldad con los mártires, todos los pasajeros y marineros
vieron al Hermano Juan Sánchez llorando desconsoladamente, porque los había
visto caer al mar. Ese mar había estado sereno, transparente y casi sin olas. Por
esto los había visto ir hasta el fondo, muy abajo: a los pequeños que no sabían
nadar y a los malheridos.
En un mar de confidencias, un bretón le dijo que mientras lanzaban al mar a los
Padres y Hermanos, él también había visto todo desde su nave, y que algunos
pasaron junto a ella con las manos levantadas. Y que el capitán no había dejado
que se ayudara a nadie.
Algunos hugonotes le dijeron: “Ciertamente creemos que este Jacques de Soria se
va a ir al infierno por tanta crueldad”.
No faltaron tormentas durante los cinco meses que la Santiago anduvo tras otras
naves, buscando presas, por las costas de Portugal, Algarve y Galicia.
En fin, al llegar a La Rochelle, la Santiago se partió y luego se hundió. Y así, en
Francia, el Hermano Sánchez huyó de Soria y trabajó descalzo, sin camisa, sin
sombrero, cubierto sólo con un paño, hasta que alcanzó licencia, junto con doce
marineros portugueses, para ir a sus tierras.
El Hermano padeció mucho en ese viaje. Iba a pie, descalzo, con grandes fríos y
nieve. Y al llegar a España, fue derecho al Colegio de Oñate, en el país vasco. Allí
los Padres, espantados, no podían creer lo que oían y estaban viendo, en la persona
del Hermano. Mucho habían rezado por el P. Azevedo y esos compañeros que él
había recogido en esa tierra.
De allí pasó el Hermano de Colegio en Colegio, por buena parte de España, hasta
poder llegar al Portugal, al Colegio de Evora. De inmediato fue llamado a Lisboa
por el Padre Provincial donde con la ayuda del Padre Gaspar Serpe y un notario
pudo escribir su Información.
De esta “Relación” o Información se hicieron muchas copias. En 1574 el antiguo
Hermano Juan Sánchez estudiaba en el Colegio de Lisboa en la tercera clase. Años
después, su nombre figura entre los egresados.
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