Meditaciones de la XXVI marcha al Sagrado Corazón de Monteagudo. Junio de 2016

A continuación facilitamos las meditaciones que se leyeron durante la marcha del pasado viernes 3 de Junio, festividad del Sagrado Corazón, al Cristo de Monteagudo.




Jesús, reflejo de la misericordia del Padre. Primera meditación.
Tradicionalmente se ha entendido la encarnación como un descenso de Dios en la historia de la humanidad, pero de nuestro lado en cuanto destinatarios del mismo implica más un ser asumidos por Dios en ese encarnarse. Tanto es así que podemos afirmar que Dios asume al Hombre en cuanto que el descenso de Dios en Jesús tiene como finalidad mostrarnos el camino de salvación.
Dios se encarna en la historia con el fin de ordenarla internamente y ello para que se pueda obrar la nueva creación. La vía que nos es ofrecida por Jesús como el nuevo Adán y que es mostrado como camino de salvación, realmente comienza con el amor de Dios por su creación, hasta el punto de abandonar la eternidad y encarnarse en la persona de Jesús para que así, haciéndose uno de nosotros, podamos seguir el ejemplo que nos es marcado.
Que seamos asumidos por parte de Dios mediante el envío de su hijo, implica la mayor muestra de amor de Dios por cada uno de nosotros en cuanto que criaturas suyas somos amados y mediante el envío de Cristo, somos invitados a una salvación que se caracteriza por intentar seguirle. Es precisamente pidiendo ser guiados en ese camino, pidiendo ser iluminados para conseguir vislumbrar cuál es la voluntad del Padre, como confiadamente podremos poco a poco ir siendo más libres y más plenos.
Haciendo una proyección de lo mencionado, podemos afirmar que igual que la Trinidad decide enviar al Espíritu Santo para la salvación del Hombre encarnándose en uno de nosotros, también cuando nos configuramos con Cristo por la obra del Espíritu Santo se produce una proyección en el momento presente de aquel momento histórico, al materializar nosotros mismos la voluntad de Dios cuando elegimos por obra y gracia del mismo Espíritu Santo. Cuando se nos muestra su voluntad en nuestra elección, estamos siendo objetos del amor del Padre, por cuando que somos tocados interiormente por ese soplo divino que inunda todo lo que existe. Poco a poco siguiendo a Jesús es como se puede ir concretando y realizando el Reino, ya que tras ir discerniendo y consecuentemente eligiendo nos vamos configurando desde Él y en Él.
La encarnación por tanto es el tiempo del Espíritu Santo, al igual que en nuestra vida somos llamados a dejarnos guiar por su acción y por sus mediaciones para permitir que sea Dios quien nos muestre su voluntad, también a través suyo somos llamados a encarnar como María la acción de Dios en nosotros, de modo que se manifieste en el mundo y seamos muestra de su amor.
La llamada es por tanto una llamada a adoptar la actitud de María que supone un abrirse con humildad a la acción del Espíritu y disponerse para que, asumiendo nuestra condición humana y todos los condicionantes que implica, confiemos de un modo absoluto en la palabra revelada y en la propia persona de Cristo en cuanto muestra encarnada del Padre. Implica y supone por tanto ser conscientes de aquello que nos ata y descubrir contemplando a Jesús el camino hacia la más plena libertad, sabedores de que no somos nosotros solos los que caminamos y que todo es gracia y don recibido.
Asumir en nuestra vida el estilo de Jesús se tiene que realizar internamente, desde el corazón, pausadamente y siendo llevados al ritmo que el espíritu vaya marcando en cada uno; es en el seguimiento de su mensaje y en la interiorización de su estilo, cuando podemos ir desprendiéndonos de todo aquello que impide alcanzar en todo el amor y el servicio.
Es a través de nuestras decisiones y elecciones precisamente como nos vamos situando en la vida y vamos acogiendo y nos vamos relacionando con las personas e instituciones con las que convivimos, y esto decidido a la luz del Espíritu es también obra y gracia de Dios, porque Jesús es la mayor muestra de la misericordia del Padre hasta el punto de entregar su vida por coherencia y por amor.
El que se descubre amado y tocado, y en consecuencia emprende el seguimiento de Cristo, queda para siempre configurado con su amor y misericordia y por ello se sentirá llamado a ser un canal de la propia misericordia de Dios, la cual tendremos que pedir recibirla para poder encauzarla.
En nuestra mano está por tanto, disponernos y abrirnos desprendidamente a la acción del Espíritu de modo que gracias a su luz podamos descubrir cómo se configura la particular forma personal de seguimiento de Jesús y por tanto el camino al que somos llamados; un camino no exento de dificultades que implicará necesariamente un vaciarnos de todo para llenarnos de él.
Es cierto que el amor y la entrega no es algo sencillo, y que la cruz de Jesús es precisamente el símbolo más llamativo de lucha por hacer presente el Reino de Dios en el mundo y del rechazo que este mundo ofrece a ese planteamiento; pero precisamente por esto, es por lo que somos llamados a ser cauces de la misericordia del Padre en el mundo, y como podemos llegar a concluir que vivir interiorizando el estilo y el mensaje de Jesús es vivir la vida en plenitud, y que entregándose, amando generosamente, vamos siendo cada vez más él y menos nosotros.

 

Los Cristianos, signos de Misericordia. Segunda Meditación. 
Nosotros los cristianos estamos llamados a ser testigos de Dios resucitado, a expresar el amor de Dios para con los demás y, por supuesto, estamos llamados a ser cauces de misericordia. Esta palabra está en boca de todos los Cristianos, pero la pregunta es: ¿qué significa realmente?, ¿cómo podemos ser signos de misericordia?. La misericordia es la mayor expresión del amor de Dios para con los hombres, se nos llama a ser testigos de este amor y, para ello, debemos estar dispuestos a exteriorizar muchas cosas que están dentro de nosotros, en nuestro deseo más profundo, y que, por tanto, vienen de Dios, pero para sacar de lo más profundo este amor y trasmitirlo a los demás convertido en misericordia, debemos amar al prójimo, estar siempre dispuestos a perdonar, olvidar el mal que nos puedan hacer y tender la mano a todas las personas, no importa quienes sean o lo que sean, porque todos los seres humanos somos hijos de Dios y, por tanto, nos merecemos ser aceptados y comprendidos; todos tenemos algo positivo o bueno que aportar a este mundo, que poder ofrecer al otro. Muchas veces nuestros egoísmos nos alejan del amor de Dios, hagamos un esfuerzo por permanecer en su amor. Es cierto que Él nos ama y nos llama incondicionalmente, pero si estamos cerrados e inmersos en la vorágine de la vida actual, nos olvidamos fácilmente de Él y entonces perdemos la capacidad de ser misericordiosos. 

La misericordia tiene una doble vertiente, por un lado, está la misericordia que Dios siente por cada uno de nosotros, que es infinita y no se puede medir, y por otro, está la misericordia que cada persona debe tener con los demás y con él mismo; si no somos entregados de corazón con el hermano, no podremos entregarnos de verdad a una vida en plenitud y felicidad, por tanto, uno de los significados de la palabra misericordia es la felicidad que nos produce en el fondo de nuestro corazón esa entrega, que a la vez agrada a Dios. Por eso, al pensar en misericordia pienso en amor entregado, en perdón, en servicio, en compasión, y todo esto nos lleva a tener un corazón puro que emana alegría y felicidad. Así, éstas se trasmiten a los demás pudiendo crear una cadena de amor fraternal que nos haga ser transformadores de realidades y nos de alas para sentir la fuerza del evangelio, y llevarla a la práctica. Ésta será la mejor manera de ser cristianos en el mundo de hoy y así poder expresar con verdadera devoción la misericordia que sale de Dios, y que llega a nosotros los cristianos para ser contagiada a todas las personas del mundo. 

Estamos en el año de la misericordia y nuestro querido Papa Francisco nos llama a ser testigos de ella en el mundo, y a practicarla en cada momento de nuestras vidas. No es tarea fácil, pero contamos con la fuerza más poderosa, la Fe en Jesucristo nuestro Señor, y le pedimos al Espíritu Santo que nos acompañe siempre, para así poder ser testigos de lo que significa un Cristiano comprometido del siglo XXI. Derrochemos alegría, paz y amor, e irradiemos la misericordia infinita de nuestro Señor. 




La familia lugar de misericordia. Tercera meditación.
El Papa Francisco en la Amoris Laetitia, dice que “el matrimonio es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, ser “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros”; la imagen de su Misericordia.
Por eso, en esta tarde-noche, queremos pedirte, Jesús, al igual que hiciera nuestro Papa Francisco hace unos meses, que “las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. [...] Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta, con la excusa de que no eres de casa”.
“Nosotros, miembros de las familias cristianas, padres, hijos y abuelos, somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios, que es Jesús. Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento y de nuestra muerte”.
Te pedimos Padre, que tu Espíritu Santo nos guíe y nos aliente en las luchas de cada día para que con tu gracia seamos capaces de morir a nuestros egoísmos y trabajar por el Reino, ese Reino de Misericordia, paz y justicia que tu Hijo nos anuncia; capaces de pedir perdón y de perdonar tantas veces sean necesarias. Porque sabemos que la misericordia es el antídoto contra la destrucción de la familia. Vivimos en una sociedad que tiende a rendirse ante la más mínima adversidad, a elogiar el orgullo y el egoísmo que separan con demasiada frecuencia a los esposos que un día se unieron ante ti. Sin embargo, Tú, Padre bueno, nos enseñas a dar una nueva oportunidad, a perdonar reconociendo que todos somos débiles y que necesitamos de tu gracia para volver a levantarnos y seguir trabajando juntos por un mundo más justo y feliz.
Por último, queremos pedirte Señor, que no te canses de llamar a nuestras casas, que cada vez más hogares te abramos la puerta para que entres y cenes con nosotros, como nos prometes en el libro del Apocalipsis. Sabemos que el matrimonio que deja un espacio a la oración en familia y que celebra los Sacramentos con alegría, vive en plenitud en medio de un mundo hostil, y mantiene viva la esperanza firmes en la fe de la Resurrección. En definitiva, se trata de que Tú seas el centro de nuestras familias, el invitado de honor que transforma en fiesta nuestros lutos.
Tenemos presente también en nuestras oraciones de esta noche a todas esas familias que están atravesando momentos difíciles debido a la enfermedad, a la incomprensión, o a los problemas económicos y especialmente a nuestros hermanos perseguidos por su fe.
Envía Señor esta noche tu Espíritu Santo sobre todas nuestra familias para que sintamos el ardiente deseo de ti, de la unión contigo y por tu infinita misericordia, te pedimos que nos lleves siempre a todos en tu Sagrado Corazón.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

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