Crisis de solidaridad. Solidaridad ante la crisis.


Reflexiones y propuestas desde la Compañía de Jesús en España para fortalecer la solidaridad ante la crisis.


 
 
 

Contemplamos la realidad  
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Desde hace ya demasiados años,  estamos viendo el sufrimiento de nuestra gente. En nuestro paisaje urbano ya es habitual ver colas de personas en las oficinas de empleo o en los comedores sociales; también vemos con frecuencia imágenes de personas migrantes que mueren intentando llegar a nuestras costas europeas o malviven entre nosotros, así como otras personas que rebuscan comida o ropa en los contenedores de nuestros barrios. Su rostro se graba en nuestra mirada.


 
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En esos rostros  hemos oído también el grito de dolor de muchas personas. Hemos oído gritos indignados, susurros atemorizados, llantos desgarrados, ruidos desconcertantes y silencios impotentes. Asimismo, hemos oído decisiones gubernamentales, protestas callejeras, consignas mediáticas, estudios eruditos e intereses corporativos.

 
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Nuestra experiencia de estos años nos ha llevado también a  tocar la aspereza de la crisis y la ternura de la solidaridad. Sabemos lo que supone un abrazo que consuela, un puño que reclama, una mano que trabaja o que mendiga, un hombro que se arrima, un dedo índice que señala o condena, un dedo pulgar que aporta esperanza, un codo que se hinca para estudiar, unos brazos que se encadenan para frenar un desahucio...

 
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En medio de todo ello, hemos podido  oler la angustia y el miedo, la desesperación y la impotencia, los sudores y los anhelos de nuestros conciudadanos. Varones y mujeres, jóvenes y ancianos… la crisis nos ha devuelto un ‘aire de familia’ al tiempo que ha agudizado las desigualdades hasta niveles alarmantes. La cosa no huele bien.
 

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Debemos reconocer, con humildad, que hablamos desde nuestro estómago satisfecho. Pero no olvidamos que hay millones de personas en el globo que sufren hambre y sed. En nuestras parroquias y centros sociales  hemos ‘gustado’ y nos hemos disgustado con la amargura de quienes no tienen qué comer o no pueden llegar a fin de mes; en nuestros centros educativos hemos sentido la importancia y la dificultad de una beca de comedor escolar; en nuestras calles y comunidades hemos aprendido a compartir el pan y la carestía. En definitiva, también hemos saboreado la crisis, con su amargura dominante y sus destellos dulces.

 
FormaEsta realidad tan dramática ha provocado muchas reacciones que no debemos ignorar: van desde la respuesta de los servicios sociales y del Estado social en general que, más allá de los recortes, han contribuido a hacer menos inhumana la crisis, hasta infinidad de iniciativas surgidas espontáneamente que muestran cómo la solidaridad sigue estando viva entre nosotros.
 


Interpretamos  
lo que ocurre
Desde esta contemplación de la realidad intentamos decir una palabra, humilde y comprometida, que ilumine nuestra situación.
 
 
 1/ Queremos analizar la situación desde la óptica de la solidaridad. La crisis ha impulsado no pocas iniciativas solidarias, al tiempo que ha generado comportamientos y dinámicas marcadas por la insolidaridad. Hablamos de solidaridad ante la crisis, porque reconocemos que está siendo la respuesta de muchos e invitamos a profundizar en ella, pero hablamos también de crisis de la solidaridad porque se han generado reacciones insolidarias e incluso la crisis ha sido un estímulo para justificar la insolidaridad (como actitud personal y como valor asumido en nuestras estructuras sociales y políticas).

2/ Pensamos que la solidaridad no es nueva, que se ha expresado y se expresa en nuestras sociedades en tres niveles: lo más inmediato es la solidaridad personal, espontánea y voluntaria; también se traduce en fórmulas organizadas, por iniciativa grupal de un modo más sistemático y articulado; y hay además formas de solidaridad institucionalizada en el marco del Estado y los poderes públicos.


3/ El Estado social es la principal plasmación institucional de la solidaridad que hemos conocido en el siglo XX. El Estado social consigue que la lógica de los derechos complemente a la lógica del mercado. Conjuga valores morales y derechos jurídicos con decisiones políticas. Y utiliza para ello, entre otros instrumentos, un sistema fiscal de carácter progresivo para financiar las políticas sociales que aseguran estos derechos.

4/ Reconocemos que este Estado social sufre hoy una grave crisis, con la paradoja de que la solidaridad institucionalizada ha podido desactivar la solidaridad voluntaria y con la constatación de que el modelo de Estado social, tal como lo hemos conocido, es inviable en el contexto de la globalización. En todo caso, esta crisis impide volver a lo de antes y exige grandes dosis de imaginación y creatividad.


5/ La crisis financiera ha puesto de manifiesto una vez más que el mercado, cuando se le deja funcionar sin control, termina generando distorsiones que son perjudiciales para todos. La financiarización de la economía ha llegado a convertirse en un obstáculo para el desarrollo normal de la producción de bienes y servicios y es, además, fuente de crecientes desigualdades.

6/ Los casos de abusos y corrupción son, a la vez, causa y expresión de la crisis. Incluyen ilegalidades económicas (fraude, evasión y elusión fiscal, etc.) y políticas (corrupción, casos frecuentes de prevaricación, uso del poder en beneficio propio, clientelismo y enchufismo, etc.). 

7/ En el plano europeo, crece la sospecha de que interesa más “la Europa de los mercaderes” que “la Europa de los ciudadanos”, se constata el desequilibrio de poder en las instituciones europeas y aumenta la desafección de los ciudadanos europeos hacia el proyecto de la Unión. También en Europa la crisis ha afectado a las estructuras de solidaridad. 

8/ La solidaridad hoy no puede ignorar la solidaridad global, porque en un mundo tan interdependiente como el nuestro no tiene sentido reforzar fronteras y levantar muros. Mientras no haya una instancia de gobierno mundial, que sirva de contrapeso y control al poder de los grandes agentes económicos que de hecho gobiernan el planeta, estaremos abocados a la globalización de la indiferencia y no la de la solidaridad.  

9/ Somos conscientes de que cualquier mirada de futuro para todos necesita incorporar las implicaciones ecológicas y medioambientales. Estamos ante una crisis eco-social con desafíos medioambientales a nivel local y global. Mientras que los impactos se producen en un contexto local muy determinado, los efectos acumulados van adquiriendo dimensiones globales. Porque los ecosistemas están interconectados y esto multiplica los efectos tanto en el tiempo como en el espacio. Por ello, la solidaridad por la que apostamos tiene que hacerse responsable también de un futuro posible y sostenible. 


10/ En definitiva, constatamos la experiencia diaria de vivir en una sociedad más inhóspita, menos acogedora, más segura, más cargada de amenazas. Sentimos, de forma difusa pero inquietante, que se está debilitando nuestra trama de solidaridad.  
Resulta evidente que la globalización es selectiva, porque las oportunidades no se ofrecen a todos por igual, y es también ambigua, porque con ella crecen las oportunidades y, al mismo tiempo, las amenazas, pues favorece a los poderes, al tiempo que limita la capacidad de intervención de los Estados. Una vez más, los más vulnerables son las víctimas preferidas de la globalización.

Proponemos 
vías de solución 

Para afrontar estos desafíos, queremos volver a algunos principios que consideramos irrenunciables porque son los que inspiraron al modelo de Estado social desde sus orígenes. 



-- La persona humana, en el centro 
“El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (Gaudium et spes, n. 25).  

-- Desarrollo humano, derechos humanos 
La dignidad de la persona significa que ésta pueda desarrollarse, de acuerdo con los derechos que le son reconocidos por ser persona, pero también de acuerdo con sus propias aspiraciones (desarrollo de capacidades) para ser el protagonista principal de su propio desarrollo, de lo que es y de lo que quiere llegar a ser. 

-- Bien común de la sociedad 
El bien común es el conjunto de condiciones que la sociedad debe ofrecerle para que pueda llevar a cabo su vocación y sus legítimas aspiraciones. 

-- Solidaridad 
La solidaridad implica ya lo hemos dichoque todos somos responsables de todos. De ahí que la solidaridad debe estar en equilibrio y en una sana tensión con una ciudadanía responsable. 

 
-- Subsidiariedad
A cada uno de los niveles de estructuración de una sociedad equilibradamente organizada (persona, familia, instituciones intermedias, Estado), debe reconocérsele su margen propio de acción, sin que los superiores invadan los inferiores sino cuando estos no son capaces de actuar con eficacia. 

-- Derechos sociales 
Los derechos sociales son un componente decisivo del bien común porque garantizan una igualdad de oportunidades, así como protección y seguridad para todos. 

 
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No tenemos a la mano todas las soluciones para los desafíos mencionados. Lo que sí podemos es sugerir vías a explorar, formular cuestiones que inviten a la creatividad. No queremos dejarnos llevar ni por un pesimismo estéril, para el que sólo cabe resignarse a vivir en una sociedad más insolidaria, ni por un voluntarismo idealista que se aferra a modelos que funcionaron en el pasado ignorando lo que la situación tiene de inédita y la gravedad que revisten los problemas de hoy. Planteamos un decálogo de propuestas para fortalecer la solidaridad y recrear los medios en los que esta se concreta. Las propuestas están dirigidas a los tres niveles en los que, como hemos señalado, se expresa la solidaridad: la ciudadanía (solidaridad espontánea), la sociedad civil (solidaridad organizada) y el Estado (solidaridad institucionalizada).
 




Una ciudadanía comprometida con la solidaridad 
 
-- Promover una cultura de la solidaridad Una sociedad solidaria se basa en una cultura en la que los ciudadanos se conciben co
-responsables de las necesidades de todos, en especial de aquellos que menos oportunidades tienen. Animamos a una si

ncera reflexión personal, familiar y comunitaria, para: revisar nuestros estilos de vida, caminando hacia una mayor austeridad (“vivir más sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir”) cuidar los gestos cotidianos y cercanos de solidaridad; buscar medios para participar en la vida pública y contribuir al bien común.
 
 
Un tejido social que construye solidaridad 

-- Fortalecer la sociedad civil 
Cada día resulta más evidente que en el debate mercado/Estado es imprescindible incorporar un tercer elemento: la sociedad civil, con sus instituciones y los ciudadanos en general. Nos resistimos a identificar lo público con lo estatal, pues ese enfoque empobrece a la sociedad y resulta perjudicial para todos.  
Una de las claves imprescindibles para salir de la crisis desde la solidaridad es reforzar la sociedad civil, promover su articulación con el Estado y el mercado en la búsqueda del bien común y cuidar y revitalizar sus estructuras y funcionamiento para que sean verdaderos cauces de participación ciudadana en el espacio público. Pero ello exige que los ciudadanos perciban su enorme capacidad de incidencia en el cambio social, siempre que se articulen adecuadamente sus comportamientos agregados, como contrapoder frente a otros poderes fácticos; y tampoco pueden ignorarse los efectos negativos que tiene la pasividad de los ciudadanos. 

-- Desarrollar la economía civil 
Hoy se está abriendo camino una corriente que reivindica la economía civil, basada en una visión antropológica que atienda a todas las dimensiones del ser humano, no sólo las económicas. Pueden incluirse aquí todo un conjunto diverso de iniciativas novedosas de consumo, financiación o producción, que buscan nuevas formas de propiedad o nuevos modelos de organización. Aun incipientes, deben ser impulsadas pues constituyen el embrión de una nueva lógica económica que pueda conjugarse más armoniosamente con la solidaridad.  

 
Unas políticas públicas renovadas para fortalecer la solidaridad 
C reemos que es imprescindible profundizar en el diálogo y alcanzar amplios acuerdos sociales y políticos en torno a algunas cuestiones clave. Hoy resulta esencial el acuerdo básico en torno a algunas políticas de largo alcance sobre las que debe asentarse la acción pública con independencia del signo político del gobierno correspondiente. Planteamos siete grandes ámbitos de acuerdo: cuatro se refieren a políticas de ámbito nacional y tres se refieren a horizontes más amplios de la solidaridad (medioambiente, Europa y responsabilidad global). 

-- Renovar el Estado social para fortalecerlo 
El Estado social debe mantenerse y reorganizarse, para que sea más transparente, más eficiente, más participativo. Debe abrirse un debate, no para desmontarlo, sino para fortalecerlo, revisarlo y redimensionarlo, teniendo en cuenta que: a) los derechos sociales son una conquista irrenunciable de nuestras sociedades y necesitamos asegurar los recursos a emplear para su realización efectiva; b) debe establecerse un marco básico compartido en torno al equilibrio Estado/mercado que permita conjugar ambas lógicas;  
c) es necesario distinguir entre lo público (aquello que está al servicio del interés general o del bien común) y lo estatal (lo ejecutado por el Estado), reforzando el papel del Estado como garante de los derechos fundamentales (incluidos los sociales), y estableciendo mecanismos para promover el compromiso y facilitar la participación de la sociedad en la provisión, seguimiento y evaluación de los mismos; d) necesitamos un sistema fiscal equitativo, eficaz y suficiente para sostener el Estado social. 

-- Una educación universal de calidad 
La solidaridad exige que la educación llegue a todos y no sea una fuente más de desigualdad y de discriminación. Además, la solidaridad debe ser objeto de la educación, como valor central del tipo de personas queremos formar, lo cual implica la crítica a una visión individualista de la persona. Este doble aspecto de la solidaridad debe ser el eje para lograr un pacto educativo entre todas las fuerzas políticas y sociales que incorpore: 
a) el reconocimiento público de la educación como pilar del desarrollo y la democracia y la valoración social de los educadores como factor clave del mismo; b) la atención a las distintas etapas educativas (en especial, la educación pre-infantil, con el complemento de la formación de los padres; pero también la educación universitaria y la formación profesional); c) la mejora de la calidad educativa, promoviendo una formación de personas competentes, conscientes, compasivas y comprometidas; d) la formación para la solidaridad en la educación de los niños y jóvenes.  

-- Políticas sociales de lucha contra la pobreza  
Es imprescindible lograr un gran Pacto S ocial por la inclusión y contra la pobreza, aunando los esfuerzos de los poderes públicos y de la sociedad civil. Esto significa reforzar los mecanismos de cohesión social y las redes de apoyo, focalizando esfuerzos en las víctimas de la exclusión social que la crisis ha generado y en las familias más vulnerables. Especial atención requieren las personas migrantes y su valiosa aportación a nuestra sociedad, compleja e integrada. Tampoco puede darse por cerrado el debate sobre una renta mínima de inserción. 

-- Regeneración de la vida pública, calidad institucional y liderazgo social 
Proponemos recuperar un consenso social que promueva la regeneración de la vida pública. Es necesario impulsar un nuevo liderazgo en los distintos ámbitos de la vida pública que sea incluyente, con capacidad de visión y cohesionador. Deben ser perseguidos, esclarecidos y castigados todos los abusos y así restablecer la confianza en la sociedad de que, al menos al final, se hace justicia.  
Es imprescindible asegurar la transparencia, calidad técnica y democrática de las instituciones públicas. En particular, es necesaria una revisión del modo de actuación de los partidos políticos, reequilibrando el excesivo peso de la partitocracia mediante una reforma electoral que reforzara la participación ciudadana, redujera el poder de los aparatos de los partidos y confiriera mayor protagonismo a la vida parlamentaria. También urge una separación de los poderes públicos más efectiva y real. Por último, la libertad de expresión y la libertad de información deben estar garantizadas pero han de ejercerse responsablemente, mediante un sistema de autocontrol que responda a buenas prácticas aceptadas, para que recuperen de manera nítida su función de servicio social. 

-- Solidaridad con el medio ambiente 
S e va haciendo más claro que un sistema sostenible (es decir, que ofrezca condiciones de vida dignas para todos) necesita encontrar caminos donde el consumo no sea el único motor de la economía y donde se favorezcan actividades y productos  con bajo impacto ambiental. Hay que hacer efectiva, con urgencia, la recomendación del Panel  
Internacional del C ambio C limático de limitar la emisión de gases de efecto invernadero para evitar que el aumento medio de las temperaturas supere los 2ºC . 
 
-- Una Europa más solidaria 
Europa debe volver a ser un espacio de impulso de los mecanismos de solidaridad, tal y como lo fue en las últimas décadas del siglo pasado. Y esto significa: “Más y mejor Europa”. Necesitamos más Europa porque las estructuras políticas deben guardar una correspondencia con las instituciones económicas: un mercado unificado exige una instancia de poder político en este mismo nivel. Necesitamos una mejor Europa, que refuerce la economía social de mercado y las políticas fiscal y presupuestaria. La cesión de soberanía que caracteriza a la Unión requiere avanzar en la aplicación de la subsidiariedad: sólo entonces quedará garantizada la solidaridad entre los Estados, las regiones y los ciudadanos. La solidaridad no puede existir sin conciencia de una identidad compartida, para ello necesitamos una sociedad civil consciente y activa, articulada y creativa. 

-- Solidaridad planetaria, ciudadanos del mundo 
La globalización no puede ser, sin más, un mercado global unificado. La tarea más urgente para la solidaridad sigue siendo extender el bienestar a todas las personas de nuestro mundo. Hay que reconocer nuestra responsabilidad en la construcción de una solidaridad global, por difíciles que sean las circunstancias internas. Por ello hemos de impulsar el papel que podrían asumir tanto los gobiernos como la sociedad civil mundial para impulsar mecanismos de solidaridad institucionalizada en un mundo global que faciliten la regulación y redistribución de los beneficios de la globalización.  
Al hablar del papel de los gobiernos nos referimos a la posibilidad de llegar a acuerdos que atiendan a las exigencias de los intereses generales de la humanidad, y no se limiten a negociar los intereses particulares de unos y otros. Pero hay que ir más allá desarrollando instituciones mundiales que contribuyan a que la globalización favorezca a todos los seres humanos. En otro orden de cosas es necesario además recuperar la política de cooperación al desarrollo con más recursos, calidad y coherencia de políticas. 


Nos comprometemos


Como jesuitas, como obras de la Compañía de Jesús y como personas que colaboramos en éstas, nos comprometemos, inspirados por la espiritualidad ignaciana a reforzar la solidaridad.  


Por eso este documento quiere ser para nosotros un instrumento para el examen de conciencia personal y comunitario; una ocasión para evaluar el funcionamiento y la actuación de nuestras instituciones; una invitación a seguir profundizando en el análisis de la situación y en las causas que la explican; y una revisión sobre nuestra presencia social y la de nuestras instituciones, en campos tan diferentes como el acompañamiento personal, la pastoral, las tareas educativas, la investigación, el contacto directo con los más marginados y las iniciativas de incidencia.  
Desde nuestra realidad concreta, queremos formular algunos  compromisos concretos como instituciones de la Compañía de Jesús: 


FormaA educar a nuestros alumnos de las distintas etapas educativas en la solidaridad como eje central de nuestro proyecto, impulsando la sensibilización y el compromiso con el bien común tanto de un modo transversal, como con acciones específicas, para que lleguen a ser personas conscientes, competentes, compasivas y comprometidas.


Forma
A hacer más presente en nuestra investigación académica y en nuestra actividad intelectual, el servicio del bien común con especial atención a los problemas de los más desfavorecidos.

 
Forma
A impulsar prácticas inclusivas en el conjunto de nuestra acción educativa, revisando la coherencia social de nuestro centros educativos, universitarios y de formación no reglada. 

 

Forma
A intensificar nuestra tarea de acompañar, servir y defender a las personas y grupos más vulnerables de nuestro mundo y de nuestra sociedad, sobre todo cuando carecen de voz pública para defender sus derechos más elementales.



Forma
A promover en la comunidad cristiana en general, y en la familia ignaciana en particular, una reflexión a partir de este documento que lleve a un compromiso renovado y una mayor participación en el bien común. 



Y también como comunidades y personalmente, como jesuitas y personas laicas que nos sentimos parte de la familia ignaciana, nos queremos comprometer a: 

 
Forma
A impulsar verdaderas comunidades de hospitalidad y a cuidar la solidaridad en nuestras comunidades.


Forma
A suscitar dinámicas de colaboración solidaria en el marco de nuestras Plataformas Apostólicas Locales. 


A tejer alianzas con otros grupos y sectores para impulsar una salida solidaria a la crisis. 


























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